[Capítulo 24: Verdad]

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Después de que intercambiaran un par de palabras que fui incapaz de escuchar del todo, Rusia al fin se fue de mi casa dando un pequeño portazo que calmó mi corazón. ¿Cómo podía haber alguien así? Yo sería incapaz de amenazar a uno de mis compañeros aunque nos lleváramos como el perro y el gato. Me limpié las lágrimas lo más rápido que pude pero Portugal fue más veloz. Salió al jardín como si estuviera persiguiendo algo y no tardó en ponerse frente a mí, arrodillándose en el suelo y dejando que los pigmentos verdosos del césped mancharan sus vaqueros. Inmediatamente después se me abalanzó, rodeándome fuertemente el cuello con sus brazos, y ambos caímos sobre la hierva.

- I-Inglaterra, lo siento... No tenía que haberte dejado solo con él... ¿Qué te ha hecho?

Todavía me quemaba la garganta y comenzó a costarme respirar debido al peso que ejercía Portugal sobre mí. Aquello me hizo recordar lo sucedido con Rusia y lo aparté bruscamente y exasperado por buscar algo de aire. No podía controlar mis jadeos ni mis lágrimas, y lo que menos quería hacer era preocuparle más. Sin embargo, mi comportamiento hacía justo lo contrario.

- Inglaterra...
- P-perdona, ahora mismo no...

En mi mente sabía lo que quería decirle pero no conseguía formular las palabras, las cuales se quedaban atascadas en mis cuerdas vocales como si tuvieran miedo a salir. Terminé levantándome del suelo tambaleándome un poco y me alejé de Portugal, dándole la espalda al no ser capaz aún de verle a la cara.

- N-necesito aire.

No escuché respuesta alguna de su parte, o tal vez no lo escuché yo. Mis oídos volvían a retumbar y me los tapé con las manos en un intento desesperado por detener aquel sonido. Cerré los ojos con fuerza y recé para que la opresión que tenía en el pecho desapareciera de una vez. ¿Por qué me tenía que afectar así? ¿Qué crueldades me habría hecho Rusia en el pasado? Habría permanecido así hasta a saber cuándo si Portugal no hubiera intervenido, posando sus manos sobre mis mejillas con delicadeza para mirarme con total seriedad. Esta vez no pude evitar aquellos ojos verdes llenos de tristeza e impotencia.

- Estoy aquí, no estás solo... ¿Recuerdas?

Su leve sonrisa pudo calmarme un poco, hacer que los latidos de mi corazón se fueran ralentizando y me atreví a apartar las manos de mis oídos. El silencio regresó a mí y esta vez pude devolverle a Portugal el abrazo que me había dado antes. Sus brazos me rodearon de inmediato y empezó a acariciar mi espalda con parsimonia con una de sus manos.

- Ya pasó todo... Entremos en casa, te haré un té.

Asentí levemente y, al separarnos un poco, Portugal me dio un ligero beso. Fue un simple roce de labios, delicado, como si temiera romperme más de lo que ya estaba, y era justo lo que necesitaba. Acto seguido me cogió de la mano y me llevó hacia el interior de mi casa para asegurarse de que me quedaba en el sofá mientras él se iba a la cocina para prepararme un té. Nos mantuvimos en silencio hasta que ambos estuvimos sentados en el sofá, algo más calmados y serenos. Sabía que Portugal quería preguntarme sobre lo que había pasado allí afuera pero era lo suficientemente considerado como para no decir nada. Sin embargo, merecía saber lo ocurrido y tenía que contárselo. Le di un pequeño sorbo a mi té, aprovechando esos escasos segundos para mentalizarme antes de comenzar a explicárselo todo, y dejé mi vista clavada en la taza humeante.

- Rusia me ha propuesto un trato... Bueno, más bien me ha amenazado para que lo hiciera.
- ¿Que ha hecho qué?

No pude evitar mirarlo de soslayo debido a la curiosidad y pude ver el asombro en su faz, mas no fue por enterarse de lo que hizo, sino más bien de que fue capaz de hacer tal cosa. Rusia era temible. Regresé mis ojos a la taza que tenía entre mis manos y me obligué a proseguir con el relato.

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