La paz antes de la guerra

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—¡Comandante, regrese acá!— Rugió fuertemente, tratando de llegar hasta él.

El hombre en cuestión solo se volteó y le dedicó una sonrisa, abrió su chaleco y sacó dos espadas, una a cada lado de su cintura, ya no le quedaban más armas que estas pero no parecía importarle, le miró en ese momento con el único ojo que podía abrir, ya que la sangre empapaba el derecho en el cual había recibido un corte que lo había dejado ciego de este, el comandante sabía lo que pasaría si no iba con ellas, pero ya tenían un acuerdo.

—¡En verdad lamento que tengas que ser tú la que cargue con todo este peso! — Dijo, siendo impactado en ese momento por una criatura que fue directamente hasta su cuello y que él golpeó violentamente, haciéndole retroceder— ¡Llévatela de aquí, los detendré tanto como pueda!

—¡No, no pienso irme sin ti, comandante!

—Lo lamento, pero eso no está a discusión.

Su amiga la tomó por un lado de la cintura, haciéndola caminar a la fuerza, obligándola a moverse porque quedarse significaba que iban a morir, de todas formas ella lo sabía, pronto morirían, al menos ella y el comandante tenían los segundos contados. Volteó viendo de reojo cómo él iba poco a poco tiñendo el suelo de rojo con su sangre y las de aquellas feroces criaturas que iban por ellos, la resistencia no aguantaba más, solo quedaban ellos tres con vida...y pronto solo quedaría uno solo en pie.

Vio por última vez al hombre que la había sacado de quicio pero al que había amado durante la guerra, lo había perdido y encontró en él la fuerza para seguir resistiendo y pelear para conseguir esa segunda oportunidad que pintaba más de milagro que de otra cosa, aunque lo curioso era que para que ese milagro ocurriera, antes debían ocurrir ciertas tragedias. La mirada del comandante se cruzó con ella, dos personas unidas por la tragedia y ahora separadas por la misma razón, se sonrieron, brevemente, para los dos darse la espalda...

Un hombre que lo había perdido todo y recuperado otra vez, veía de frente a la muerte, tratando de dar unos segundos más a sus compañeras, sabiendo que pronto tendría respuesta o no a si había vida más allá que esta.

Ella, una mujer que perdió lo que jamás pensó que se le sería arrebatado, corría hacía esa segunda oportunidad para los demás, dejando atrás a una muerte segura a la única razón por la que no se había quitado la vida.

—¡COMANDANTE!— Gritó más de una vez mientras se alejaban de allí, impulsados por un aparato con alas que su amiga había creado para estas situaciones. Trató de soltarse del agarre, gritaba una y otra vez con cada palabra arañando su garganta y haciéndole perder la compostura, llorando desconsoladamente en los brazos de la mujer que debía estar mil veces peor que ella.

—Pronto llegaremos, solo un poco más...— Dijo su amiga, con la voz casi muerta.

—Lo dejamos atrás...a él...es mi amigo pero, él es...para ti es...—

—No lo dejamos atrás, solo que vamos a reencontrarnos después.

Entendió en ese momento a qué se refería, llegaron al punto más alto de la ciudad, aquella terraza en donde su amiga comenzó a hacer algunos comandos en aquel aparato que no entendía, esa era la única oportunidad que tenían, desde donde estaban podían ver el resto de la ciudad, edificios destrozados, los gritos de los que todavía seguían con vida siendo devorados por aquellas criaturas de pesadilla, vio el piso pintado con la sangre de inocentes, la desolación y a la vez la multitud de cuerpos, solo que no se movían, ya no huían, ya no podían siquiera rogar clemencia.

Finalmente se abrió aquello que la sacaría de allí. Tomó la mano de su amiga, quien se la arrebató.

—¡Tú vienes conmigo!—

Sin lugar para los débiles Donde viven las historias. Descúbrelo ahora