El hombre de cabello rojo

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No podía ver bien, aquel lugar parecía haber sido el escenario de una feroz batalla, o más bien, lo era actualmente.

Seguía sin entender del todo aquella situación, escuchaba disparos y explosiones, los cuales opacaban los gritos de dolor de personas que no supo identificar y a las que tampoco les lograba entender ¿Era eso japonés? ¿inglés? Podría jurar que se trataba de otro idioma distinto a estos, porque aquello no le sonaba en nada familiar.

Ya sabía que aquello no era real, no era la primera vez que lo experimentaba, pero aun siendo consciente de eso podía percibir el dolor y la desesperación de una situación que no podía controlar, que se le escapaba de las manos en su totalidad.

Estaba corriendo, por eso su cabello se movía de esa manera, no paraba de moverse de un lado a otro y su ropa no era la de heroína profesional, no podía verla, esto estaba borroso, pero por alguna razón sabía que era una ropa de combate, una que llevaba para luchar por...

Frente a ella ocurrió una explosión que la mandó hacia atrás por la onda expansiva, se levantó tan rápido como pudo y gritó un nombre, o eso parecía hacer, la voz no sabía de su garganta y en sus pensamientos no logró encontrar la palabra que tanto necesitaba decir. Siguió corriendo en dirección a donde había ocurrido la explosión, ahora podía ver sus manos, llevaba unos guantes que ahora estaban destrozados, al igual que sus nudillos.

Por un momento todo se hizo borroso, más de lo que ya estaba, escuchó gritos, cuerpos cayendo a su alrededor, así como una ola de disparos y un sonido que creyó era un cuchillo entrando en la carne y saliendo desgarrando a quien tenía cerca. Su respiración estaba agitada, se movía como loca tratando de salir de allí pero no conseguía ver del todo sus movimientos o lo que estaba ocurriendo allí.

Sabía que estaba desesperada, estaba a punto de entrar en una crisis nerviosa pero no era por lo que ocurría a su alrededor, sino por la persona que estaba más allá de aquella zona de pelea, a la cual no podía alcanzar, aunque corriera sin parar.

Más gritos.

Más cuerpos cayendo.

Un mano se extendió entre los escombros y la sujetó de la pierna. Bajó la mirada, aquellos rasgos no eran japoneses, ni americanos…tampoco es que pudiera identificarlos a simple vista, aquel rostro había sido golpeado con una furia tan tremenda que apenas podía ser reconocido.

La parte superior del rostro de este hombre estaba sangrando, no podía abrir su ojo derecho hinchado de tantos golpes que había recibido, la nariz la tenía quebrada y de su boca salían quejidos inentendibles. Uraraka se vio las manos y ahora estaban manchadas de sangre y no de poca cantidad.

Sus manos eran las que lo habían dejado de esa manera.

En un movimiento rápido pateó el brazo de ese sujeto y siguió corriendo, alejándose de allí, fue entonces cuando visualizó que en sus manos habían armas, una pistola que iba disparando con desgarradora precisión y con un cuchillo que no temblaba ni un poco al ver un enemigo en frente.

Disparos a la cabeza o directos al corazón.

Un cuchillo que desgarraba la carne de los cuellos de sus enemigos.

Una velocidad para actuar sin que le temblara en lo más mínimo el pulso.

Siguió corriendo, quitándose a todos los que aparecían frente a ella con la intención de detenerla. Llegó hasta una salida que daba a un balcón, al ver tras de ella podía verse una ola de cadáveres de hombres que no reconocía, pero que ahora tenía claro que eran sus víctimas, que habían caído por las acciones de ella.

¿Qué estaba pasando para que actuara de aquella manera tan sanguinaria?

¿Tan fuera de sí y tan centrada a la vez? Por extraño que pareciera, ella no se sentía confundida, sabía que debía eliminarlos a todos, que estaban en su camino para llegar a…

Sin lugar para los débiles Donde viven las historias. Descúbrelo ahora