Recuerdo la primera vez que la vi, ese suceso está tan grabado en mi memoria como la tinta que cubre mi piel.
Un instante estaba aburrido como el infierno esperando llegar a mi apartamento para finalmente descansar. Aunque eso era algo imposible para un hombre como yo. Pero algo llamó mi atención, más bien, alguien.
Ella.
Estaba ahí, indefensa en las solitarias y vacías calles esperando a que el autobús que la llevará a su destino llegara, ajena al peligro que la rodeaba. Sin tener la más mínima idea de que había llamado la atención de alguien indeseado, alguien peligroso.
Le dije a mi conductor que se detuviera y observé, yo nunca hago eso. No observo a las personas. Las estudio y analizo hasta encontrar sus debilidades y miedos que pueda usar a mi favor.
Pero con ella fue diferente.
Observé la forma en que metía un mechón de su cabello detrás de su oreja, la manera en que abrazaba su cuerpo envuelto en un enorme y feo abrigo con sus brazos para poder cubrirse del frio de la helada noche. La manera en que alzaba su cabeza mirando la lluvia caer.
Observé y observé. Detenidamente. Obsesivamente.
Hasta que el autobús llegó.
Un segundo ella estaba ahí y luego...nada.
Ella había desaparecido, pero la encontraría.
Me quede ahí, mirando en aquella dirección, recordando cada uno de sus movimientos. A pesar de que ella se había ido ya hace varios minutos.
En ese instante una palabra cruzo por mi mente.
Una palabra que sellaría su destino.
Mía.
Advertencia: Si no te gusta la diferencia de edad o los protagonistas posesivos y obsesivos con sus mujeres. Esta historia no es para ti.
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