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ALEXANDER

Todos en el mundo tenemos dos caras.

No hay excepciones.

La primera es la que mostramos a los que nos rodean.

La que queremos dejar ver.

La que llevamos día a día.

Es como una máscara permanente que no puede ser quitada.

No si nosotros no lo deseamos.

La segunda, es la que solo nosotros conocemos.

La que no dejamos ver.

La que ocultamos en la oscuridad.

La que nos ayuda a esconder secretos.

Secretos oscuros que no queremos que sean revelados.

La cara verdadera.

La cara con la que nos identificamos.

Camino por el pasillo oscuro, mis pasos lentos y marcados. Mi mirada fija solo es un punto fijo, aun así, sigo observando todo a mi alrededor.

Siempre es así.

Siempre estoy al tanto de lo que sucede en mi entorno, a cada pequeña cosa que pasa.

Vincent camina a mi lado, ninguno de los dos dice una palabra, puedo sentir la tensión que emana de su cuerpo. El divertido Vincent Taylor se ha quedado en las afueras de este lugar.

Pero es normal.

Ambos entramos por las enormes puertas viejas de roble, el enorme espacio que nos recibe es frío y viejo. Las paredes que antes estaban pintadas con colores pintorescos ahora están cubiertas de moho, la pintura antigua casi desapareciendo.

El olor a humedad, la poca iluminación, las telarañas que cuelgan en diferentes lugares le dan ese aspecto fúnebre y deprimente en el que a nadie le gustaría estar.

Miro a dos de los tres hombres más que ya se encuentran dentro de la habitación.

Kingston y Bishop fácilmente podrían hacer que la gente común huya hacia las colinas.

Ambos eran tipos grandes.

Kingston era el mayor de los dos, a sus 45 años aún se mantenía en forma, con su cara prácticamente cubierta detrás de su barba larga y abundante que combinaba con su cabello negro y canoso, solo dejaba mostrar su rostro estoico el cual estaba cruzado por una enorme cicatriz gruesa.

Bishop era una treintañero callado, al que le gustaba mantenerse lejos de todo y de todos, su cabeza estaba completamente rapada haciendo que su rostro serio se muestre aún más.

De los dos, Bishop era el que más disfrutaba rompiendo a alguien.

Pero a ambos les gustaba infringir dolor por partes iguales.

Mi mirada fue al tercer hombre, su cuerpo siendo sostenido por sus muñecas, colgado a unos cuantos metros lejos del suelo.

Su torso cortado y magullado, la sangre deslizándose por él y cayendo al suelo con suaves sonidos, su cabeza gacha y los quejidos de dolor que provienen de él llenan el silencioso lugar.

-¿Ha dicho algo? -pregunto cuando nos detenemos frente a ellos.

-No jefe, solo sigue suplicando por su miserable vida -dice Kingston, su voz llena de desprecio.

-Bájenlo -ambos se dirigen uno a cada lado, unos segundos después el peso muerto que antes estaba colgado cae con fuerza impactando en el suelo con un golpe sonoro.

SWEET CAMELIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora