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BROOKE

La primera vez que mi padre me golpeó fue cuando decidí preguntarle por mi madre.

Era solo una niña que se preguntaba dónde podría estar su madre desaparecida a la cual no había visto durante varios días.

Una semana.

Una semana extrañando.

Una semana llorando.

Una semana rezando para que ella abriera la puerta de mi habitación y entrara para decirme que era momento de ir a dormir porque tendría clases al día siguiente.

Mientras me ayudaba a recostarme en mi cama y cubría mi cuerpo con mi acogedora colcha de princesas que tendía a gustarme tanto.

Mientras besaba mi frente y se quedaba cerca de mí esperando a que cerrara mis ojos y sucumbiera al sueño.

Sonriéndome tristemente.

Mirándome como si realmente le importara.

Roland, quién apenas era un bebé, también parecía sentir su ausencia.

Sus llantos incontrolables no cesaban.

Su diminuto cuerpo, el cual ardía hasta el punto de que calentaba mi mano cada vez que la ponía en su suave frente para sentir su temperatura, se retorcía sobre mis brazos en cada ocasión que lo cargaba para tratar de tranquilizarlo.

Creyendo así, que él volvería a ser el niño calmado que era antes de que mi madre desapareciera.

El que luego de comer, dormiría durante horas para luego levantarse por otra porción de su comida líquida.

No fue así.

Sus cortas piernas pataleaban sin descanso.

Sus manos se movían en diferentes direcciones mientras grandes y enormes lágrimas rodaban por sus regordetes cachetes.

Su pequeño y redondo rostro de bebé se arrugaba con cada chillido que daba.

No importaba que lo alimentara.

No importaba si lo arrullaba.

No importaba si le cantaba.

El lloró, lloró y lloró sin descanso alguno durante toda esa semana.

Y yo también lo hacía.

Lloraba con él mientras en mi mente gritaba que alguien me ayudara.

Que alguien ayudara a mi hermano.

La desesperación y la ansiedad invadieron mi pequeño cuerpo de siete años hasta el punto del colapso.

No había nadie para nosotros.

Mi padre también había cambiado.

No salía de su oficina. Rompía cualquier cosa con la que se encontrara a su paso y había despedido a todos los empleados que durante años trabajaron junto a él.

Una semana es lo que pude aguantar.

Recuerdo haber entrado en su oficina. Había dejado a Roland dormido en su cuna, feliz porque finalmente mi hermanito se había tranquilizado.

Yo, era una historia completamente diferente.

A mi corta edad, tenía esa sensación de que algo pasaba a mi alrededor.

Nada se sentía bien.

Podía percibirlo en el aire que me rodeaba, y a pesar de que quería saber qué era lo que realmente ocurría, me aterrorizaba descubrirlo.

SWEET CAMELIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora