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ALEXANDER

Cuando era niño mi madre creó y pintó un mundo perfecto ante mis ojos.

Un mundo en donde lo malo no existía.

Quiso mantenerme alejado y ajeno de ese lado podrido de la moneda. De alguna manera ella creía que si lo hacía podría protegerme.

Podría librarme de presenciar ese lado desconocido que rodeaba todo a nuestro alrededor.

Pero un segundo ella estaba conmigo, y al siguiente ya no.

Ya no había nadie que me mantuviera ciego de ello.

Ya no había nadie quien me protegiera.

Solo era yo. Así que pude ver la verdadera realidad de todo.

Tuve que presenciarla, vivirla en carne y hueso. Olerla, sentirla, experimentarla.

Aun así, confié.

Como un niño que había sido protegido durante diez años y luego ya no tenía nada ni nadie, tenía miedo del mundo. Era débil. Así que cuando a alguien así se le brinda una nueva protección, la acepta y la toma con dos manos como si fuera un salvavidas.

Pero no todo resulta ser como parece.

Cuando experimentas situaciones que lo único que han aportado en tu vida es miseria, entiendes que para poder sobrevivir debes volverte fuerte.

Debes pasarte a ese lado al que tu madre tanto teme.

Pero no solo debes volverte parte de el. Debes gobernarlo.

No me tomo mucho entender y darme cuenta que cada persona en esta tierra no era perfecta. Nadie era realmente bueno. Todos tenían sus pecados. Todos tenían un poco de maldad en su interior, ya sea poca o mucha.

Estaba ahí.

Yo tomé ventaja de ello.

Miraba a través de la ventana del coche hacia la ciudad, el día estaba nubloso y un poco oscuro a pesar de que aún no era la hora del medio día.

El coche se fue deteniendo y me di cuenta de que habíamos llegado al lugar al que tenía que venir hoy.

Cuando éste se detuvo por completo salí sin esperar a que Alfred me abra la puerta.

Le había dicho muchas veces que no era necesario pero el hombre era bastante tozudo.

Entre al restaurant y la anfitriona se acercó rápidamente a mí, le dije que me vine a encontrar con alguien y cuando mencioné el nombre de la persona me condujo hasta la mesa donde ésta se encontraba.

Carl se levantó de su asiento cuando me vio acercarme.

—Alexander, querido amigo, gracias por aceptar reunirte conmigo hoy –me ofrece una sonrisa, pero no se la devuelvo. Le doy la mano cuando llego frente a él y ambos nos sentamos.

—Fuiste insistente. Así que supuse que era algo importante –una mesera se acerca y me pregunta si ordenaré algo, pero niego. No estaré aquí mucho tiempo. Carl pide otro vaso de ginebra.

—Bueno, como sé que eres de los que le gusta ir al punto lo haré –dice para luego dar un trago a la bebida que la mesera deja en su lado de la mesa. –Aceptaré la póliza que me propusiste.

—Veo que eres un tipo inteligente. Acordaré una fecha para que nos volvamos a reunir con nuestros respectivos abogados. Una vez que todo quede detallado y se firmen los papeles te daré el dinero acordado –sus ojos brillan un poco al mencionar el dinero. Me levanto del asiento. –Si no tienes nada más que decir.

SWEET CAMELIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora