Capítulo 12.
Rebecca
Han pasado cuatro días.
Cuatros extraños días.
Quisiera decir que no he estado pensando en lo mismo todo este tiempo, o que no siento absolutamente nada. Pero eso sería una mentira demasiado patética, tanto, que ni siquiera puedo convencerme a mí misma con ella.
Una vez lei una frase de Óscar Wilde, a la cual no me había detenido a interpretar hasta este momento.
«La mejor manera de librarse de la tentación es callendo en ella»
Y el no era una tentación, no lo sentía como una, pero ahora que me atreví a probar lo que con un cartel invisible me gritaba PROHIBIDO, no hay forma en la que consiga poder librarme del sentimiento de deseo.
No voy a decir que no me gustó.
Tampoco diré que me arrepiento.
Y mucho menos que ojalá nunca más pase.
Porque me gustó, si suena muy ilógico de mi parte, pero hacerlo explotar me gustó y aún más su consecuencia. Nosotros somos dos polos opuestos que si colicionan nada bueno puede salir de ahí, pero la simple idea del peligro y lo incorrecto me provoca un éxtasis que no puedo controlar y me tiene levitando en una nube de puro pecado que me atrae mucho más que la posibilidad de salir de mi ensoñación perturbada.
Y puede que ahora me esté volviendo loca. Y puede que el también.
Durante todos estos días casa vez que estamos cerca el uno del otro, que nos rosamos por "accidente" o que nos miramos por intensos instantes, es como si salieran chispas, y puede que suene como un cliché pero ese beso mortífero solo despertó lo que ambos con odio y malas miradas intentabamos ocultar.
Pero la verdad es que es más fácil fingir. Es más fácil hacerme creer que hay muy pocas posibilidades de que algo así vuelva a pasar, es más fácil ignorar el hecho de que el no está libre y que yo he cometido el grave error de ser la cómplice de una traición que no se si Audrey merece a pesar de que no es una de mis personas favoritas.
Y es más fácil ignorar que ahora mientras me tomo una tasa de café sola en la cocina de mi casa no me muero por hacer realidad todos los miles de escenarios pecaminosos que he imaginado dónde el es el protagonista de todas mis fantasías no tan inocentes.
El timbre de la casa suena y salgo de mi ensoñación. Aprieto los ojos intentando volver a la realidad y me acomodo las gafas sobre el puente de mi nariz. Al llegar a la sala y abrir la puerta, me quedo quieta al ver a la persona que me sonríe tímidamente.
-Hola -saluda con su habitual tono dulce.
-¿Kaitlin? ¿Que haces aquí?
Ella parece no saber que decir. Se balancea hacia atrás y hacia adelante mirándose los zapatos hasta que por fin levanta la mirada y habla.
-¿Puedo pasar?
Me hago a un lado sin responder y ella pasa por mi lado. Ella mira todo a su alrededor curiosa, cierto que Kaitlin nunca había venido a mi departamento, a mi antigua casa si, muchísimas veces, pero como después de declararle la guerra a los reyes de nuestra escuela ella y no no habíamos vuelto a hablar supuse que nuestra amistad había acabado.
Juntas nos sentamos en el sofá y yo espero impaciente a que diga lo que sea que quiere decirme.
-Tienes un piso muy bonito -dice luego de carraspear y yo asiento con la cabeza- ¿Y Regina y Emily?
-Mamá está trabajando, y Emily está en casa de una amiga.
Mejor me ahorraba decir que dicha amiga era la hermana menor de cierto chico insoportable y pecaminoso.
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¿Y si te llego a querer?
RomansaRebecca Mitchell es una chica que a simple vista te puede parecer dulce e inocente pero bien se dice que no se puede juzgar a un libro por su portada, y ella es un claro ejemplo de eso. Orgullosa, preciosa, de carácter hermético y tal vez un poquito...