Capítulo VII

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María y Tylen marchaban en silencio por la estrecha calle, dirigiéndose a la avenida principal. El chico no le dirigió la palabra en todo el trayecto, y ella tampoco hizo esfuerzo alguno por entablar conversación.

Cuando llegaron por fin al área de mercado, el tendero de antes abordó enseguida a María.

-¿Lo has pillado? ¿Por eso está aquí el guardia? ¿Lo has atrapado?

La chica al principio no comprendió a qué se refería el hombre, pero luego recordó al niño que perseguía antes, hambriento, pobre y huesudo, que había robado un poco de pan para alimentar a su madre enferma.

Negó con la cabeza.

-Pero señor.- Le dijo.- Ese niño estaba escuálido, necesitaba desesperadamente comer, y, aunque lo hubiese cogido, no estoy segura de si hubiese sido capaz de quitarle esos mendrugos de pan. Además, no creo que este pequeño hurto le haga perder mucho dinero...

La cara del vendedor cambió totalmente: su expresión, antes esperanzada, denotaba ahora enfado. La piel se le puso roja y los orificios nasales se le abrieron considerablemente. Respirando fuerte, le gritó:

-¡¿Quién eres tú para juzgar si unos mendrugos de pan me hacen o no perder mucho dinero?! ¡Con los impuestos que pone el rey, no puedo permitirme perder ni un cuarto de raska! ¿Crees que no me apena ver niños muertos de hambre como este en las esquinas de las calles más pobres? ¡Pues claro que sí! ¡Pero si tengo que pagar los altos costes que impone el soberano, me toca mirar para otro lado, y preocuparme de alimentarme a mí y a mi familia, niña!

Tylen se interpuso entre el hombretón y ella, cruzándose de brazos.

-Escuche, ciudadano. Los impuestos son necesarios para que la paz del reino prevalezca, y no es de su incumbencia juzgar si son altos o no. Normalmente, un insulto así al monarca no debería ser pasado por alto, pero, puesto que se ha encontrado conmigo y no con otro guardia, haré como que no lo he oído.

El hombre, aunque seguía enfadado, comprendió que si seguía con aquellos insultos al rey, fuese quien fuese, aquel guardia no sería tan indulgente como para perdonarle otra insolencia, de modo que, fulminando a María con la mirada, dijo, con gran sarcasmo y desafío en los ojos:

-Gracias...por su consideración.

Tylen, ignorando la ironía que irradiaba la voz del hombre, asintió con la cabeza.

-Bien.- concluyó.- En cuanto al ladrón; lo hemos buscado, pero es ágil y rápido. Se nos ha escapado. Lo siento mucho, hombre.

Dicho esto, agarró a María por el brazo y la arrastró lejos de allí.

-No tengo ni idea de qué es lo que se te pasa por la cabeza.- La reprendió, como si estuviese hablando con una niña de tres años.- Primero, te metes en un callejón persiguiendo a un niño, al que dejas escapar, y acaba persiguiéndote un tal Axel. Luego, te interpones en una pelea sin saber siquiera defenderte y sin poder levantar una maldita espada. Y por último, te preguntan qué ha sido del niño al que perseguías y prácticamente admites haberlo dejado ir porque tenía hambre.

-¿Y? Lo del niño es obvio; le he dejado huir porque pensaba que era lo correcto. Lo del encapuchado no es mi culpa, es él quien me ha empezado a seguir, y lo de la pelea... simplemente, no me gusta mantenerme al margen.

-Créeme, lo he notado.- Ironizó él.

-Pero, ¿qué hay de malo en lo que he hecho? Entiendo que a lo mejor lo de la pelea no ha sido la opción más inteligente, pero no veo nada malo en ello. Hemos salido ilesos.

El chico la miró, estupefacto.

-¿Piensas que meterte en una pelea sin saber pelear no es malo? ¿Piensas que dejar escapar a alguien que ha robado para luego decírselo abiertamente a la víctima del robo es una acción inteligente? Porque creo que voy a tener que darte unas definiciones más precisas de "malo" y de "inteligente".

Arcanum: La heredera perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora