Capítulo XVII

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Amaranthi vio cómo el que supuso sería su padre, antiguo capitán de la guardia, entraba en las mazmorras y se dirigía a la celda dentro de la cual antes estaba ella, sólo que esta vez se encontraba ocupada por otra mujer, de cabello anaranjado y ojos marrones.

-Tengo las llaves.- Informó con una sonrisa alentadora.- Y he hablado con Algerith; le he contado todo. Va a ir un pequeño escuadrón a por la que te contrató; no queremos que nadie siga pagando a sicarios para matar a Algerith ni a ninguna otra persona. La reina nos ha proporcionado vía libre para salir, ya se lo contará a mi primo Lovidius. No tengo tiempo para explicárselo yo, últimamente está muy ocupado. Además, no sé qué le pasa, pero está intratable.

-Creo que deberías aclararlo todo tú al rey, Rolinge. Sabes que Algerith intentará hacerlo lo mejor posible, pero a fin de cuentas, no es su problema, sino que te está haciendo un favor.

-Samleina, sabes que no tenemos tiempo. Estás condenada a muerte. Y la ejecución será mañana.

Los ojos de la mujer se anegaron de lágrimas.

-A lo mejor me lo merezco...

-No digas tonterías.

-¡Pero es que no lo son! Es decir, sé que ahora soy una persona diferente, pero todas esas víctimas... Fui yo quien las mató. Conscientemente. Y tampoco habría dudado de haber tenido la oportunidad de cumplir mi tarea y matar a la reina. Me haya o no arrepentido, la justicia es la justicia.

-¡Pero la justicia no valora el hecho de que una persona pueda lamentar sus actos! Sé que no vas a volver a asesinar. Lo sé. No necesito acabar contigo para que terminen las muertes de tu mano.

Acercó su palma a los barrotes de la celda, entrelazando sus toscos dedos con los finos y largos de la mujer.

-No habrá más muertes causadas por mis manos pero...- Samleina bajó la cabeza. -Están ambas manchadas de sangre inocente.

El capitán de la guardia cerró los ojos, apoyando la cara en los barrotes, lo más cerca posible de la frente de la prisionera, y besó suavemente las manos de ella.

-Pues las limpiaremos.

Lentamente, la mujer comenzó a asentir, algo temblorosa.

-Haz lo que consideres. Te seguiré.

Rolinge sacó unas llaves cobrizas de su cinturón, y tras dar varias vueltas a la cerradura de la puerta, consiguió por fin abrirla, con un crujido.

La cara de ella se iluminó con brillantes lágrimas, que iban desde la incredulidad, a la esperanza, la fascinación y finalmente la más profunda alegría.

Se acercó al hombre con genuina felicidad, como si llevase mucho tiempo esperando ese momento, que seguramente así era, y rodeó su cuello con los brazos, mientras escrutaba sus ojos dorados, mirándola fijamente, enamorados, sin perderse ni un sólo detalle. Aproximó su rostro hasta que quedó a escasos milímetros del de él, que había bajado la vista a sus labios. Entonces estalló toda la pasión que habían estado conteniendo desde que se habían conocido. Juntaron sus labios, sin poder pensar en nada más que en ese instante, esa alegría que sentían de ser capaces por fin de abrazarse, sentirse, y amarse sin barreras, ni rejas, ni absolutamente nada que les distanciase. Sólo querían quedarse allí, pegados el uno al otro, y no moverse en mucho tiempo.

La muchacha apartó la vista, incómoda por aquella repentina muestra de afecto entre sus padres. Por lo que había supuesto, a ella no la podían ver, pero la chica sí que podía presenciarlo todo. Sin saber cómo, era consciente de que eso era posible gracias a la magia del Espíritu, que era quien le estaba mostrando ese sueño.

Arcanum: La heredera perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora