2: Tanto para Izuku.

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Querido Mimic:

¡Tengo un notición que darte! ¡He encontrado trabajo! Y en menos de veinticuatro horas.

Vayamos por partes. Voy a contarte mi día de hoy y cómo he conseguido pasar de ser un desempleado más a un trabajador con salario digno.

Tal y como me aconsejó Saiko, lo primero que hice por la mañana fue escribir un nuevo currículum y mentir un poquito, como haría cualquier hijo de vecino desesperado por conseguir un trabajo. No obstante, lo de mentir se me fue de las manos. Me sucede con cierta frecuencia, qué se le va a hacer. Me emociono, doy rienda suelta a mi imaginación, le pongo a mi vida la emoción que le falta y... ejem...

Ahora soy Izuku Midoriya, hablo inglés y chino con fluidez y tengo una larga trayectoria profesional en dos empresas que no existen. Como quería reinventarme, he decidido sustituir mis empleos en California Market y el restaurante de mi barrio por una dilatada experiencia en recursos humanos, dotes para el liderazgo y don de gentes.

Los veranos los paso en la India como voluntario, construyendo escuelas para niñas en riesgo de exclusión social. Y, además, domino el hindi.

Denki, que desayunaba a mi lado, me arrancó el folio de las manos y comenzó a llorar de la risa al leer todas mis mentiras.

-Pero, Izuku, ¡a ti se te va la pinza! -se descojonó.

Furioso, traté de recuperar mi obra de arte.

-¿Cómo se dice en hindi: «Soy un mentiroso que ha trabajado friendo patatas»?

-Todo el mundo miente un poquito en su currículum -me defendí.

-Tú no has mentido un poquito, te lo has inventado todo. ¿Y si te pillan?

-Seguiré en el paro. Peor no me puede ir, Denki -intenté que se apiadase de mí.

Se puso en pie, me arrastró de la mano hacia el espejo más cercano y me obligó a enfrentarme a mi reflejo. Para ser sincero, no estaba tan mal como yo me esforzaba en creer. Tenía unos ojos verdes bonitos, una cuerpo aceptable y el pelo rizado y esponjoso. También un pelín de cartucheras, nariz pequeña y un montón de pecas.

-¿Y piensas ir así vestido? Izuku, arréglate más. Desde que Hitoshi te dejó, parece que te empeñas en ser un Yami kawaii -dijo Denki señalando mi indumentaria.

A decir verdad, parecía que iba al Bosque de los suicidios. Un look oscuro y triste. Tan triste como mi vida en aquel momento. Qué deprimente, Mimic.

Veinte minutos más tarde salí del apartamento vestido apropiadamente. Me pateé toda la ciudad en busca de ofertas de empleo o alguna posible entrevista y dejé copias de mi currículum en aquellas empresas que permitían entregarlos en mano, pues la mayoría solo los aceptaba en digital. Era la una del mediodía cuando, desesperado, me senté a descansar en un banco, a sabiendas de que regresaría a casa sin un trabajo.

Y, de repente, lo vi. O, mejor dicho, los vi. Hacía meses, desde que él me había dejado con aquellas palabras tan frías, que no había vuelto a cruzármelo por la calle. En busca de una explicación, lo llamé varias veces hasta que cambió de número y tuve que admitir que lo nuestro estaba muerto para siempre. Hitoshi, del brazo de aquel chico con el que salía en sus fotos de Insta. Porque yo era tan patético que, por las noches, me torturaba espiándolo en las redes sociales.

No voy a negarlo, el chico era atractivo. Más alto que yo, con una melena lisa y rubia y una tez blanca sin pecas. A pesar de que fingí mirar el móvil para que no me vieran y supliqué con todas mis fuerzas que pasaran de largo, Hitoshi le susurró algo al oído y los dos se acercaron. ¿Por qué se empeñaba el muy cretino en restregarme su nueva vida mientras yo aún trataba de enderezar la mía?

My Boss? No!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora