4: Beethoven y Shokko.

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Querido Mimic:

Mi jefe no es mal tipo; es un demonio.

Ya sé que no merece la pena seguir pensando en él. Por otro lado, Denki la ha liado parda. Sabía que le faltaba un tornillo, pero no me esperaba semejante ida de olla.

Comenzaré por el principio:

"Oh, oh...", pensé al ver cómo el señor Bakugo cruzaba a toda prisa el vestíbulo con el móvil pegado a la oreja. No hacía falta ser un lince para saber que le estaban dando malas noticias. Me lo decían su expresión furiosa y sus continuos resoplidos. Y todo me decía que se desquitaría con la primera persona con la que se cruzara, o sea yo.

Pero me sorprendió. No hubo gritos, ni ironía, ni miradas asesinas. Tampoco me envió a por un café o a hacer fotocopias, sino que me mandó llamar para otro quehacer distinto.

-Izuku ¿Qué tal estoy? -preguntó, y se pasó las manos por las mejillas con gento ansioso.

Me descolocó que quisiera saber mi opinión, así que me limité a ser sincero.

Estaba más bueno que el pan, sin dudas. Pero aquel día parecía haberse peleado con el espejo. Llevaba la chaqueta arrugada, el pelo despeinado y luego, claro, la expresión de antipático que le venía de serie. Con la cara no había nada que hacer, pero tal vez pudiera mejorar el resto.

-No se ha peinado.

Puso mala cara y se apartó de mí como si acabara de machacar su orgullo.

-Usted no es una belleza precisamente.

Me crucé de brazos, estupefacto. Ser desagradable era una cualidad innata de mi jefe.

-No he sido yo quien le ha pedido opinión -respondí ofendido.

-Sí me la pidiera, le diría que estaría mejor con menos lipstick. Su boca es aceptable.

"Aceptable".

¿Por qué seguía soportando a ese imbecil? Ah, sí, por el sueldo.

-Tengo una reunión con un cliente muy importante y no he dormido nada. ¿Tan mal aspecto tengo?

-A lo mejor no duerme por problemas de conciencia.

-Cuando me importe su opinión se la pediré, como acabo de hacer en este instante. En fin ¿qué aspecto tengo? ¿Parezco alguien capaz de convencer a otros de que inviertan en su empresa?

Me acerqué a él y lo estudié. Entonces, sin poder evitarlo, comencé a peinarle aquel cabello indomable. Sentí como se tensaba ante ese contacto inesperado, pero, no se apartó.

Hundí mis dedos en su cabello, él se dejó llevar. Noté como todo el estrés que llevaba acumulado se evaporaba poco a poco y se iba convirtiendo en alguien más humano.

Y de pronto me detuve.

Al señor Bakugo debió parecerle que el masaje había sido demasiado corto, pues emitió un gruñido. Pero yo no estaba allí para ser su esclavo, así que le quité la americana, sacudí la prenda y traté de alisar las arrugas ante su mirada desconcertada. Si duda, no estaba acostumbrado a que tomarán decisiones por él.

-Ya está. He hecho lo que he podido.

Me arrebató la chaqueta y salió a toda prisa de su despacho.

-De nada -resoplé, y volví a mi escritorio.

Mientras mi jefe estaba en la sala de juntas en una de esas reuniones sumamente importantes que, según él, yo jamás entendería, recibí un correo en la cuenta del trabajo. Era de Yuga.

My Boss? No!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora