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Tras el bochorno anterior y la amenaza de desobedecer a sus padres, le contaron que tras cortar los lazos con los Rengoku, Kujo Marion se unió a una «Organización que cazaba demonios». Por lo que tenían poco o casi nada de información sobre la mujer. Ellos se miraron en ese momento, como si quisieran reírse de lo ridículo que sonaba aquello. En cierto punto, Toujuro podía entenderlos, hasta hacía poco él tampoco estaba al tanto sobre la existencia de demonios, de esos seres que cazaban humanos para nutrirse. Y aún si le hubieran contado, se habría reído en la cara de esa persona. Ese tema en pleno siglo XXI era sin dudas una estupidez.

Pero se había encontrado con la prueba genuina. Con un ser inmortal que cazaba a otros como ella, seres con habilidades sobrenaturales como en las películas. En ese instante observo a sus padres, ambos continuaban parloteando sobre lo peligroso que era volver a verla. Parecían estar al tanto de su incapacidad para envejecer, por lo que no comprendía porque les costaba tanto creer que seres caníbales existían.

—Es un ángel de la muerte— le comento su madre intentando que su voz no sonara despectiva— Es inmortal, como si estuviera maldita. La Familia Rengoku está siendo castigada con su presencia. Tu bisabuelo la adoraba, es por eso que murió solo—

Su esposo le miro severamente para que no hablara más de la cuenta. No era fácil para ninguno de los hijos mayores recordar a Rengoku Senjuro.  Su bisabuelo había sido en su momento un famoso novelista y mucho de sus libros ganaron premios a lo largo de su activa carrera. A Toujuro nunca le interesó particularmente la lectura, por lo que no recordaba ningún libro de su bisabuelo. Por lo que no tenía conocimiento sobre que

Era demasiado joven para recordar su funeral, el hombre había vivido más de los que los Rengokus más avariciosos hubieran preferido y, ahora que tenía más edad para razonar, se había dado cuenta de que privó a sus hijos del liderazgo del clan por qué sabía su desprecio hacía Marion. Él la había protegido hasta que los Fuji decidieron hacerse responsables de la existencia de la demonio.

—Tengo entendido que solo los jefe de familia están de acuerdo con que sigan protegiéndola— su madre bufo, creyendo que la importancia que le daban los Fuji era ridícula y hasta enferma— supongo que al final, este donde esté, es una úlcera—

Toujuro apretó los puños en su regazo, contando hasta diez para poder calmar su disgusto. Su madre era dulce y atenta con su circulo familiar, pero había visto innumerables veces como despreciaba a otros dentro del clan por hacer que su esposo cargara solo con el peso del Dojo. Era una mujer demasiado sobreprotectora hasta hacerla ser desconsiderada con otros que no fuera su familia. Su padre colocó una mano tranquilizadora en su hombro, era le único de los dos que parecía más dispuesto a cooperar.

—Si aún sigues queriendo verla...— hizo una pausa al ver cómo su mujer fruncia todo el rostro por la sugerencia— Tendrás que esperar unos minutos, lo que voy a darte podría servirte de ayuda—


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Cuando terminaron de hablar se dispuso a ir hasta la estación de tren más cercana. Debía de cruzar al menos dos estaciones antes de llegar al barrio Hakuya, dónde creía que se encontraba la Mansión de su sueño. Ya cómodo y con el tren en funcionamiento, tanteó el bolso que llevaba consigo comprobando que el contenido que le había dado su padre se encontraba aún dentro. No le había dado mayores detalles sobre Kujo Marion, pues no habían estado en contacto con ella por decisión del Jefe de Familia, el hermano Mayor de su padre.

El paisaje fuera de la ventana comenzó a moverse a gran velocidad acordé el tren avanzaba por las vías. Observando lo cambiante que podía ser la ciudad con cada distancia que recorría, se pregunto si Marion se encontraba bien. En su sueño, el hombre del Haori de flamas le dejo que no había mucho tiempo. Observo nuevamente el bolso, viendo desde la ranura el objeto. No sabía a qué se refería, pero muy dentro de su ser comprendía que era algo peligroso.

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Gracias a su sueño logro llegar hasta la casa en dónde, creía él, estaba Marion cautiva. Era igual a como se la había imaginado, con el extenso jardín y la casa en el centro de la parcela. Leyó «Residencia Yamamoto. Nro 14-8» antes de entrar al patio. No tuvo ningún problema en recorrer la casa, para su sorpresa o decepción no había nadie en su interior. Ni un alma que pudiera ayudarle a dirigirse a la peliazul.

El sonido de rasguños en el techo llamaron su atención y por su periférica reconoció el celaje de un Haori reconocible. Corrió en esa dirección, subiendo por las escaleras para llegar al segundo piso. Sea un fantasma o una ilusión lo estaba ayudando a encontrar a Marion, y eso se lo agradecía mentalmente. Llegó hasta la entrada de lo que parecía ser la biblioteca de la casa, era una habitación extensa, con muebles antiguos de madera y libros que parecía no haberlos sacado de su sitio en años o tal vez en siglos.

Recorrió la habitación con la mirada mientras avanzaba en busca del espectro, seguro de que seguiría dándole instrucciones para encontrar a la peliazul. Al llegar hasta la base de la chimenea se dió cuenta del enorme cuadro que reposaba en la pared. La mujer que aparecía pintada con delicadas pinceladas le recordó a todas las obras que había visto en el museo. Era la misteriosa «Tamayo». Esta vez la pintura no reflejaba a una mujer con una mirada soñadora y una sonrisa que iluminaba los corazones de quienes la observaban. No, esta vez, su mirada era más serena incluso podría decir que era triste, su boca se curvaba ligeramente hacia arriba con una sonrisa gentil y reservada. Llevaba un kimono color violeta oscuro decorado con patrones de flores en un color rojo intenso. Debajo del cuadro había una pequeña cartilla dorada con una inscripción.

«La primera vez que ví a Tamayo-sama. 1768»

Toujuro retrocedió varios pasos perplejo. 1768?. Habían pasado 250 años desde ese encuentro. Cómo era posible que la mujer de los cuadros, a los que Yoshiteru amaba tanto ver, era de una época tan lejana. Pensó en Marion. Ella podría vivir tanto como la persona que pinto aquel retrato? Estaría sola, con el mundo en su contra por tanto tiempo?

Antes de formular algún respuesta en su mente, el sonido de rasguños se hicieron más fuertes. El bicolor se volvió hacía el origen del ruido, provenía de la única puerta de sencilla de la estancia. Se acercó y adentro con sumo cuidado, no sabía que era lo que le esperaba al otro lado y debía tener la guardia alta para prevenir algún peligro. El cuarto estaba sumido en la penumbra, busco el interruptor en la pared más cercana, pero no encontró ninguno.

Volvió a la biblioteca con la esperanza de encontrar algo que lo ayudara a iluminar la habitación, pero solo encontró un candelabro con velas medio derretidas y una caja de cerillos. No era la fuente de iluminación que esperaba, pero iba a ayudarle a ver en la oscuridad. Respirando hondo, calmando sus miedos volvió a introducirse en el cuarto. Recorrió rápidamente la salita, no había rastros de que alguien la habitará con frecuencia. Estaba vacía a excepción de una nevera de oficina, una poltrona de la era Meiji, y una puerta que conducía a quien sabe que lugar. Su sueño a partir de su entrada a la vivienda había cambiado, no sabía con exactitud en que lugar Marion se encontraba cautiva. Necesitaba encontrarla y comprobar que estaba bien. Necesitaba desesperadamente verla.

Corazones en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora