MORT ━ Levi Ackerman [Male OC]

XIII

Finales de octubre.
Año 833.

Dan se mantenía detrás de Ezra, intentando desaparecer entre la multitud.
Era la primera vez que se encontraba rodeado de tanta gente y comenzaba a pensar que era esa la razón por la que habían dejado la capital.

Shiganshina, el distrito de las murallas que más al sur se encontraba.

Los rayos del sol iluminaban todo el cielo, el sonido de la gente hablando entre sí, los gritos de las personas que ofrecían algún producto o los de la gente llamando holgazanes a los encargados de los muros. Todo comenzaba a ser muy cansado para él y sentir como su madre se alejaba cada vez más de ellos no lo hacía sentirse mejor.

── ¿Es aquí donde vive el doctor Jaeger? ─ Grisha Jaeger, el hombre que sólo un año atrás se había dado a conocer por ayudar a la gente de entre los muros con una misteriosa enfermedad.

Pero no tan misteriosa como la de su madre.

── Si sigue por ese camino llegará a su consultorio ─ la mano de su padre se detuvo en su cabeza y comenzó a dar un par de palmaditas, buscando tranquilizar las ansias de su hijo.

── Muchas gracias ─ Ezra tomó a Dan entre brazos y comenzó a caminar detrás de Idonna, cubriendo el rostro de su hijo lo más que podía.

Al pequeño Dan no le gustaban las multitudes.

── Cariño ─ Idonna se detuvo frente a él, quitándose el trapo que llevaba sobre la cabeza para atarlo a la de Dan, cubriendo sus oídos para después dejar un pequeño beso en su frente ─ Si algo te incómoda, tienes que decirnos.

Siguieron caminando, deteniéndose sólo un par de veces para que Idonna pudiera tomar aire y regular su respiración.
Cuando llegaron a la entrada de lo que parecía ser la casa del doctor Jaeger, Dan bajó de los brazos de su padre y tocó la puerta.

Grisha Jaeger era el último doctor en las murallas al que pensaban visitar, si él no le daba un diagnóstico distinto a los demás; dejarían que Idonna se mantuviera a un lado de Dan hasta que su cuerpo y mente ya no pudieran más.

7 de Julio.
Año 840.

Había algo que Dan en todo momento había tenido presente y eso era todo lo que su madre alguna vez había sido y todo lo que alguna vez había pensado.

Su amor por la cocina, su amor por el té, su amor por las mañanas repletas de colores mezclados. Su anhelo por conocer lo que rodeaba a la humanidad, su anhelo por superar cada uno de los retos que se le ponían delante, su anhelo por vivir para ver crecer a los que quería.
Todo lo que se había derrumbado con la llegada de su enfermedad y con la pérdida de lo que alguna vez había sido su hogar.

Y lo que de a poco había recuperado al ver a Dan crecer cerca de ella.

Lo que Dan era, lo que sería y lo que alguna vez había llegado a ser. Todo era gracias a los recuerdos que tenía de su madre.