♥ · Capítulo 26 · ♥

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Capítulo 26

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Capítulo 26. Problemas con él I.

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—Vamos, Madness. Van a irse.

—Todavía no está listo —se queja la pelinegra mientras intenta envolver un enorme cupcake con sus pequeñas manitas—. Estoy envolviendo el cupcake para Éber bien.

Dejo que la pelinegra termine con su tarea, y cuando ya lo ha hecho, echo el cupcake en la pequeña bolsa con comida y la sostengo con la mano derecha. Y antes de que se nos haga tarde, salgo corriendo en dirección a la puerta principal, rezando porque no se hayan ido. Para nuestra suerte solo nos toma un par de segundos atravesar el pasillo que lleva de la sala a la cocina, permitiéndonos así llegar a tiempo. Sonya y su niño siguen en la casa, parados en la sala mientras están siendo registrados

Un momento... ¿Por qué los están registrando?

—Les traje esto —le entrego la bolsa a Sonya. Ella la toma, confusa, como si no esperara ese gesto de mi parte o no estuviera segura de cómo reaccionar—. En el fondo hay algo que les servirá en su viaje.

Cuando ella ha procesado todo, me sonríe con amplitud.
—Muchísimas gracias. Te lo agradezco mucho, a las dos —dice la última parte dirigiéndose con una pequeña sonrisa a Madness.

—No hay de qué.

Al lado de su madre, Éber aparece intentando sostener un par de cobijas gigantes y varias almohadas con sus cortos brazos. Apenas puede con todo, así que rápidamente Sonya y yo vamos en su ayuda.

—¿Para qué es eso, Cariño? —pregunta la castaña, alzando las mantas completamente limpias en frente de ella, confusa.

—El Señor Alek deja que nos quedemos, pero dijo que no nos quería cerca de él.

Sonya me mira, sorprendida, mientras envuelve las colchas con su mano, como si no pudiera creérselo.

Si, yo tampoco me lo creería conociendo a Alek, pero digamos que sé que las palabras de cierta pelinegra tienen un peso mayor de lo que parece en él.

—¿Y por qué traes las colchas hasta acá?

—Porque vamos a dormir en la sala. Aquí —él señala los muebles de la sala, como si no fuera obvio ya.

A mi lado Madness empieza a chillar de alegría mientras va dando pequeños saltos de conejo hasta llegar a Éber. Él sonríe al verla acercarse.

—¿De verdad te vas a quedar? —él asiente sin dejar de sonreír—. Ven, te mostraré mi habitación y mi medalla.

Los niños desaparecen por el pasillo, y cuando ya no hay señal de ellos, volteo hacia los tres sofás que hay en la sala. Son caros, eso se ve a leguas, pero otra cosa es que sean cómodos.

Blackjack, Reina  {A #2}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora