Libro II de la bilogía 'Azares': Blackjack, Reina.
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«Empezó en Las Vegas y terminará en Las Vegas»
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Las cosas no habían salido del todo bien para Becka hace seis años y, esta vez, las cosas no sald...
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Pov's Becka Provenzano
Siete meses después...
El bebé que el doctor tiene en sus brazos grita y remueve sus brazos con toda la fuerza que tiene, molesto, retrasándolo a él y a los enfermeros que lo asisten mientras intenta realizarle el test de Apgar*.
Aparto la mirada de la escena, sintiéndome una intrusa en la sala.
No comprendo qué me pasa. A mi primer mes, a pesar de que estar encerrada en la mansión Vólkov, logré emocionarme con la idea del bebé. Pensé en cómo sería, qué sería, a quién se parecería más, si tendría mi carácter o no... Pero ahora que ya está aquí solo... Solo está.
A mi lado un toque en mi hombro me despierta de mis pensamientos, devolviéndome a la realidad. Es una de las enfermeras que trae al pequeño chillón en sus brazos.
—Tómela con cuidado.
La enfermera deposita entre mis brazos al bebé con algo de desconfianza por mi expresión facial. Cuando ya lo tengo en mis brazos me percato de dos cosas. La primera es que es una niña y, la segunda, es que es idéntica a Aleksandr.
Aleksandr... Su nombre aún me duele.
Siento un nudo en la garganta cuando pienso en él y no llego a comprender si es por el hecho de estar sensible por el parto, o que en verdad me duele que no esté, pero aún así lo hace y eso me molesta.
A él no le importé, y aún estuviera vivo, no le importara y eso debo metérmelo en la cabeza. Duele, pero es la verdad.
Otra vez mis pensamientos son interrumpidos cuando alguien carraspea a mi lado. Levanto la cabeza en dirección a la persona hay a mi lado, aunque ya ese gesto lo he escuchado tanto en estos últimos siete meses, que he memorizado quién lo hace.
—La bebé está llorando —Matteo comenta en un murmuro obvio, mirando a la bebé mover sus bracitos con fuerza. Yo también la miro, pero no me muevo. Ni siquiera hago un esfuerzo por calmarla, solo la veo llorar.
—Lo sé.
Veo de reojo a Matteo cruzarse de brazos y, luego, lo escucho gruñir con fastidio.
—¿Qué tipo de madre aspiras a ser, tratándola así?
Muerdo mi lengua con fuerza. Quiero callarme y dejar de provocarlo, pero antes de que pueda volver a morderme la lengua para callarme, me encuentro hablando.
—Una que tiene miedo, como es normal —suelto las palabras con lentitud mientras dejo mi vista fija en la suya—. Y también una que no está dispuesta a aguantar sermones de mierda de "Sé una buena madre", provenientes de un don nadie que no hace, pero si habla.
