Capítulo 3: Dos verdades y una mentira

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Kate se envolvió en las sábanas con cansancio. Ayudar en la mudanza de sus nuevos compañeros de piso le había agotado (y cuando decía compañeros, decía Harley porque los demás no trajeron gran cosa).

—Buenas noches —le deseó Kate a su nueva compañera de cuarto, Yelena, dándose la vuelta. Ella no parecía estar tan cansada. Agarró uno de los peluches de Kate con ambas manos y preguntó:

—¿Qué te parecen los otros chicos?

—No sé, no los conozco —respondió Kate acomodándose y en voz baja.

—¡Oh, vamos! —exclamó Yelena incorporándose—. Esa no es una respuesta.

Kate dio un suspiro.

—No sé —repitió—. Tampoco es que los conozca, bueno, ni a ti en realidad.

—Eso no es cierto —dijo Yelena—. Sabes que me llamo Yelena, que fui una viuda negra y que seré lo mejor que te ha pasado en la vida.

—Qué confianza —comentó Kate, Yelena rio un poco—. ¿Pero por qué siento que una de esas afirmaciones es una mentira?

—Hagamos eso —respondió Yelena juguetona, Kate le observó frunciendo el ceño—. Juguemos a dos verdades y una mentira —explicó Yelena—. ¿Sabes cómo se juega?

—Bueno, lo dice el título —respondió Kate encogiéndose de hombros—. Decimos dos verdades, una mentira y tenemos que descubrir cuál es.

—Muy bien, empieza tú —ordenó Yelena sentándose de piernas cruzadas, Kate se incorporó para verla mejor, ya no tenía tantas ganas de dormir.

—Pues —balbuceó—. Mi primer beso fue a los catorce, tuve crush con Ojo de Halcón cuando era pequeña...

—Duaj, qué asco —comentó Yelena.

—... y me cargué un campanario con una flecha —terminó Kate con una mueca. Yelena soltó una ruidosa carcajada.

—No es verdad, ¿con una flecha? —preguntó. Kate rio también.

—¿Crees que es la mentira? —inquirió burlona, Yelena negó con la cabeza.

—Imposible, sino no lo hubieras dicho —contestó ella—. Es lo típico que dices para contar la historia después. —Kate volvió a reír—. No te diste tu primer beso a los catorce, ¿no?

—No —respondió Kate—, fue a los quince. Recién cumplidos. No fue como esperaba.

Yelena sonrió.

—Me contarás esa historia cuando me cuentes la del campanario —ordenó, Kate se mordió el labio algo avergonzada, aunque si estaba deseando contarla.

—Fue un reto —explicó con dramatismo, Yelena se acercó a escucharla sonriente—. Mis compañeras de tiro con arco no me veían capaz de tocar una campana con una flecha y ya sabes como jode que no te vean capaz de algo.

—Oh, sí —respondió Yelena.

—Pues yo fui y les dije: "¿Qué no puedo? Sujétame la cubata" —bromeó Kate cambiando las voces para su actuación—. Y en vez hacer sonar la campana... ¡PUM! Campanario abajo y bolsillo vacío. La multa fue cara.

—Agradece que no te metieran en prisión —respondió Yelena riendo, Kate asintió.

—La verdad esperaba algo más grave, lo pasé muy mal cuando vi el campanario derrumbarse, menos mal que no era un edificio muy emblemático. —Kate rio—. Dios, qué loca estaba.

—¿Cuándo fue? —preguntó Yelena.

—Poco antes de que nos conociéramos —respondió Kate, luego observó a su compañera—. Y tú ¿qué? Dos verdades y una mentira.

—Pues —contestó Yelena—. Me van tanto tías como tíos, tengo una familia disfuncional —Kate soltó una risita— y soy estéril.

—¿Eres estéril? —preguntó Kate—. ¿Y eso?

—Gajes del oficio —respondió Yelena—. Fui viuda negra, ¿recuerdas? No son muy amigos de los aparatos reproductores que hacen que sangres cada mes.

—Vaya —contestó Kate con un escalofrío—. Eso es una pena.

—O una suerte —opinó Yelena con humor—. Yo no tengo que sufrir la regla.

—Supongo —contestó Kate sin saber si ella podía reírse del tema o no—. Bueno entonces, ¿no eres bisexual?

—No, no lo soy —dijo Yelena—. Por ahora soy asexual, pero en sentido romántico no me importaría salir con una chica. Con un chico... en fin hay que tener en cuenta el bajo porcentaje de hombres que gusten de chicas que merezcan la pena y no le importen que no me vaya el sexo.

—Es un porcentaje bastante bajo —contestó Kate.

—¿Y tú? —preguntó Yelena—. ¿Cuál es tu orientación sexual?

—Creo que yo sí estoy dispuesta a buscar ese bajo porcentaje —respondió Kate.

—Hetero, ¿eh? —entendió Yelena—. Solo puedo desearte suerte. —Kate hizo una mueca—. Creo que Ojo de Halcón tenía un hijo —comentó después Yelena.

—¡Yelena! —exclamó Kate sonrojada.

—¿Qué? —cuestionó ella—. Es verdad, pero creo que es bastante más pequeño que nosotras. ¡Qué mal!

—Deja de burlarte de mí —protestó Kate—. Todos hemos tenido crushes en nuestra infancia. Agradece que no son crushes como Bob Esponja o Pocoyo.

—¿Hay gente que tiene crush con eso? —inquirió Yelena incrédula.

—Te juro que hay gente muy rara —respondió Kate—. Así que Ojo de Halcón no está tan mal.

Yelena levantó las cejas como si pensara lo contrario.

—En fin, deberíamos dormir ya —indicó Kate—. Es tarde y me gustaría levantarme de las primeras al menos hasta que me acostumbre de que haya gente en mi cocina desayunando. —Kate se encogió de hombros—. En fin, buenas noches.

—Buenas noches —respondió Yelena y se giró al lado contrario para dormir. Kate le observó unos segundos con una media sonrisa, sabiendo el pasado de Yelena estaba segura de que merecía un lugar mucho mejor donde vivir y estaba dispuesta a dárselo. 

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