Capítulo 9 - Bésame

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Cuando estaba enfilando para la salida, buscando en mi celular el número de una empresa de taxis para solicitar un coche en el que volver a casa, comenzó a sonar una canción que amaba: Bésame, de David Bisbal y Juan Magán. Quizá era porque nombraba a mi amada Granada, pero me gustaba mucho la canción y adoraba bailarla, así que sin ningún atisbo de vergüenza, me puse a bailar sola, disfrutando a pleno y rechazando cada dos por tres a los que me querían invitar a bailar con ellos. No tenía intención de bailar con nadie, quería disfrutar de la sensación de libertad que me provocaba la ligera embriaguez que sentía.

Más o menos por la mitad de la canción, sentí que un cuerpo bastante más grande que el mío se pegó a mi espalda. Sentí un escalofrío, pero algo hizo que no lo rechazara, como había hecho con los demás. Unos fuertes brazos recorrieron los míos y tomaron mis manos, y no me pregunten cómo, pero antes de verlo sabía que era él. Supongo que sería su aroma lo que me puso en alerta, ese aroma a café y a Acqua di Gió para hombre, perfume que siempre ha sido mi debilidad. Desde que lo conocí el día de mi accidente no podía dejar de pensar en ese aroma.

Salvador me dio la vuelta y se pegó a mí cuerpo, rodeando mi cintura con sus brazos. Sin duda él también había tomado, porque sus hermosos ojos se veían algo extraviados. Estaba despeinado y vestía un jean y una camisa negra con los botones superiores desabrochados, dejando ver su marcado pecho con algunos vellos... ¡Ay, Dios! ¡Esa camisa negra! Ni Juanes se atrevió a tanto... Acercó su rostro al mío justo en el momento más lindo de la canción que estábamos escuchando, y comenzó a cantar.

 Acercó su rostro al mío justo en el momento más lindo de la canción que estábamos escuchando, y comenzó a cantar

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Quisiera llevarte a la casa de mis abuelos en Granada.
Tomarte una foto en la Alhambra, bajarte la luna morá.
Y hacerte sentir que estás sola, entre la multitud y ahora
Haremo' el amor como si el día tuviera 30 horas.
Bésame, como si fuera ahora la primera vez,
Romper el tiempo niña, bésame,
Y aunque tú pienses que estoy loco bésame, ay bésame.

Pegó su frente a la mía y me sonrió. «Alerta roja», me avisó mi embriagado cerebro con el poco resquicio de conciencia que le quedaba. «Te quiere besar, leru, leru». ¿Leru, leru? Definitivamente no estaba bien de la cabeza, pero mi cerebro no se equivocaba del todo. Estaba peligrosamente cerca.

Seguimos bailando juntos un par de canciones más. Cada vez más pegados, cada vez más cerca, cada vez más tentados.

—Parece que estamos destinados a encontrarnos, garota —dijo, con un gesto sumamente seductor.

Mi boca, careciendo del filtro que normalmente le aplica el cerebro, y viendo que este se encontraba ocupado en otros asuntos, decidió ir por su cuenta y hacer uso y abuso de su libre expresión.

—Deja de hablarme en portugués porque me pones loca y no respondo de mis actos.

«Momento. ¿Le acababa de decir que me ponía loca? Ay, mi madre».

Su mirada se transformó, de ebria a divertida, y luego se llenó de deseo. Pasó su tentadora lengua por el labio inferior y entreabrió su boca. Estaba a punto de besarme, y yo quería que lo hiciera. Lo quería tanto...

—¿Y qué pasa si yo también quiero que enloquezcas, hermosa? No puedo dejar de mirarte ni de pensar en ti en ningún momento. No puedo creer que te haya encontrado aquí, estás muy bella, te quiero para mí.

Le sostuve la mirada, presa del deseo que nos embargaba, con nuestras bocas a escasos centímetros y con sus manos en mi cuerpo, que estaban lejos de estar en un lugar adecuado. Estábamos jugados. Ya no era algo que simplemente quería, en ese momento necesitaba un beso de esos labios o realmente me iba a dar algo. Mi corazón se puso a latir desbocado, creí que se me salía por la boca.

Pero quizá por última vez antes de caer extenuado el pobre, mi cerebro tomó cartas en el asunto y me recordó el pequeño detalle de mi fallida relación, pero relación al fin, con Pedro. No podía estar con Salvador. Teníamos que mantenernos en el ámbito de lo platónico, por mucho que me disgustara la idea.

—Lo siento. Tengo que irme. Me gustó mucho bailar contigo, pero... esto es un error. Adiós, Salvador.

—Espera, Lola. Quédate conmigo, vamos, por favor. Esto no es un error. —dijo, tomándome de mi cintura para evitar que me fuera.

—Lo siento, Salva, esto no está bien...me voy.

Y así, cual Cenicienta que salió volando del baile antes de que sonaran las doce campanadas, salí volando de ese lugar, antes que me arrepintiera y siguiera los pasos de Ailén y Manu con el garoto que me descontrolaba.

Salí prácticamente corriendo de la disco, y mientras esperaba el taxi que había pedido, maldije mentalmente mi suerte, y traté de enfriar mi cuerpo, que de repente había subido su temperatura. Ese hombre me hacía perder el control. Me gustaba demasiado, a pesar de los esfuerzos que hacía por evitarlo y disimularlo, y aunque tenía una relación con Pedro, había faltado poco para lanzarme a sus brazos.

Seguí machacándome por lo sucedido, y a su vez, me sentía presa de las ganas de estar con él. Las fantasías brotaron y acamparon en mi exhausto cerebro y comencé a preguntarme cómo sería besarlo, dejar que sus manos me recorran el cuerpo, quitarnos la ropa y...

—¡Señorita! Hemos llegado. Son diez euros por el viaje.

Aturdida, por no decir otra cosa, pagué al chófer y entré a casa. Estaba completamente conmocionada por las sensaciones y emociones que estaba experimentando, así que sin más miramientos, me quité la ropa y me metí en la ducha. Un par de minutos bajo el agua fría me ayudarían a calmar mis descontroladas hormonas.

El agua fría dio resultado. Salí del baño, me puse el pijama y salté a la cama, rogando al cielo no soñar con extranjeros tentadores.

Secretos en la AlhambraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora