Capítulo 36 - Recuerdos

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Salva siguió hablando, con las lágrimas brillando frente al fuego. No lo interrumpí. Había años de dolor en sus palabras.

-Se llamaba Edgardo. Vaya, es la primera vez que hablo de él en veinte años. Conoció a tu papá hace mucho tiempo, en Brasil. Los dos se conocieron por casualidad. Mi papá tenía un taller mecánico y al tuyo se le rompió el auto que había alquilado. Papá se detuvo en la calle al ver al tuyo, lo ayudó y el resto es historia: se hicieron amigos. Mi papá siempre ayudaba a cualquier persona que lo necesitara, y tu padre no fue la excepción. Ojalá lo hubiera sido. Mi mamá me contó esto porque yo era muy pequeño como para recordar. Tu papá venía mucho a visitarlo a casa. Y recuerdo haberlo visto en alguna ocasión, de lejos, pero papá nunca me lo presentó. Cuando tenía diez años, y mi mamá acababa de enterarse de que estaba embarazada de Daví, tu papá le mandó un pasaje para Granada, para visitarlo. Él no quería ir, para no dejar sola a mamá, pero yo lo alenté, le dije que yo podía ayudarla. Entonces se fue a visitar a su amigo, y esa fue la última vez que lo vimos. Nos avisó que había llegado a España y que venía para aquí, pero nunca más supimos de él. Llamamos a la policía e hicimos la denuncia pero nunca recibimos respuesta. Mi mamá llamó a José y él le dijo que estaba colaborando en todo para ubicarlo en España porque nunca había llegado a Granada. Así pasaron los años y nunca se supo nada más. En ese momento me juré que averiguaría qué pasó con él.

Lo miré con los ojos anegados en lágrimas. Solo podía imaginar el horror que había pasado esa familia. Y con la mamá embarazada. ¡Cuánto dolor! Salva siguió hablando y relatando su doloroso recuerdo.

-Claro que al hacerme policía inmediatamente descubrí que había algo raro con tu padre, enseguida supe que es "intocable'', y para la opinión pública era un ciudadano tan impecable que era imposible profundizar en él, y más teniendo en cuenta que desde Brasil a España era difícil conseguir información. Algo raro había. Así terminé en la Interpol, y después de muchas pruebas logré ingresar, y dediqué prácticamente toda mi carrera a ir tras él. Fui juntando dato tras dato, informe tras informe, hasta conseguir pruebas suficientes como para abrir la investigación. Fue todo otro trabajo intenso que me permitieran entrar como infiltrado. Pero tuvieron que reconocer que yo era el adecuado, el que más sabía sobre tu familia.

-¿Así que nos observaste durante años? -Le interrumpí.

-Sí. Les investigué bastante. Lo siento, pero tenía que hacerlo. Se lo debía a mi padre. Nunca he podido saber por qué lo mató, pero te juro que quiero tener a tu padre en mis manos para hacerle esa pregunta. O estar en las suyas. No me importa cuál de las dos. Luego podré morir en paz.

-¿De qué cojones estás hablando, Salvador? -lo increpé. -No vuelvas a decir algo como eso. Mi papá no te va a matar. Vamos a escapar de aquí. Los dos. -Tomé su mano y la besé. -Y nos iremos a Brasil, me presentarás a tu mamá y a tus hermanos, probaré la "verdadera comida" según tu, y nos moriremos de viejitos en la playa de Bahía, juntos, ¿lo entiendes?

Salva sonrió, sin dudas imaginando el hermoso panorama que le estaba pintando. Me besó con ganas, pero luego volvió a ponerse afligido, y me tomó las manos.

-Cuéntame todo. Quiero saber cómo recuerdas que fueron los últimos momentos de mi padre.

Respiré profundo y le relaté con lujo de detalles lo que había visto ese día. Hice hincapié en que no había visto la cara del asesino, pero que sin dudas debía ser un empleado de mi padre. Pedro, tal vez. Quizá había trabajado en la penumbra durante un tiempo antes de entrar en el restaurante. Salva se recostó en el suelo, con las manos cruzadas detrás de la cabeza, y continuó llorando. Cuando terminé de relatarle todo, tomé su mano y le di un corto beso.

-¿Sabes algo, Salva? Entiendo si no quieres estar más conmigo. Una cosa es que sospeches que mi papá lo mató, y otra es confirmarlo...

-Pero ¿tú eres tonta o qué? Nunca te dejaría, no puedo cargarte a ti con lo que hizo tu padre. Sé que esto viene desde hace muchos años, y créeme que sería más fácil si no me hubiera enamorado de ti, pero ya es demasiado tarde...tendré que verte en tu hermoso bikini a los ochenta años, cuando estemos juntos en la playa.

Rompí en carcajadas y me lancé sobre él. Nos besamos hasta cansarnos y terminamos quedándonos dormidos junto al fuego, que ya se estaba extinguiendo.

Nos despertamos con las primeras luces del día y Salva se puso de pie enseguida, dispuesto a seguir nuestro camino hacia vaya a saber uno dónde. Yo estaba toda contracturada y adolorida, pero no me quejé, podía ser peor sin dudas. Mientras arrancamos nuevamente a caminar pensé que moría por darme una buena ducha caliente, de preferencia con Salva. Pero tendría que esperar.

Caminamos prácticamente todo el día en el bosque, y finalmente, cuando creía que ya no podía seguir, nos encontramos con uno de los muros de la Alhambra. No sé si era la intención de Salva o no, pero a medida que nos acercábamos se lo veía más entusiasmado.

-Tenemos que lograr pasar por encima del muro, y una vez dentro, podremos buscar un teléfono y llamar a mis colegas.

-¿Y si nos reconocen?

-Tendremos que arriesgarnos. Ya casi no nos queda comida ni agua, y no podemos estar vagando por el bosque para siempre. Debemos ir lo más ocultos posible. No sé qué hora es, pero para cuando lleguemos será de noche seguramente y habrá menos turistas, eso nos ayudará a camuflarnos.

Se lo veía seguro y confiado. Ojalá pudiera sentir lo mismo, pensé.

-Lola, cuando todo esto pase, ¿quieres casarte conmigo?

Lo miré con los ojos abiertos como platos, sin poder articular una palabra. Acto seguido tomó la cadena con la cruz de su padre.

-Espero que no te caiga mal, pero como no tengo un anillo... ¿En qué estaba pensando? Cuando huyes al bosque con una chica linda siempre tienes que llevar un anillo...-bromeó. -Bueno, me gustaría que está cadenita la tengas tú. Sé que para ti representa un momento horrible de tu niñez, pero para mí es demasiado importante, es el único recuerdo que tengo de mi papá, y quiero que sea tuyo, si me aceptas como tu esposo. Tal vez sea muy pronto porque no hace mucho que estamos juntos, pero...

No lo dejé terminar. Con las pocas fuerzas que me quedaban salté sobre él y lo besé hasta que nos quedamos sin aliento. Luego Salva sacó de su bolsillo la cadena de su padre y me la colocó en el cuello. De pronto había cambiado su significado para mí.

Caminamos un rato más hasta que llegamos frente al muro de la Alhambra. Era muy alto y no tenía idea de cómo haríamos para subir. Salva se dedicó a revisar todos los posibles accesos pero nada parecía conformarlo, hasta que encontró un pequeño tramo de muro que estaba escalonado y justo del lado del bosque había un árbol por cuyas ramas podríamos subir.

-¿Lista para trepar, monita? -preguntó Salva, a lo que asentí, resignada. Solo quería que esta pesadilla se terminara de una vez.

Secretos en la AlhambraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora