Salva me hizo varias preguntas mientras se cambiaba rápidamente, delante de mí. ¿Era normal desear a alguien desesperadamente cuando tu mejor amiga estaba en peligro de muerte? No sé si era normal pero así me sentía. Verlo en ropa interior y vistiéndose me provocaba tantas ganas de besarlo que tuve que ponerme de pie y marcharme al balcón a tomar aire.
Una vez vestido con un jean negro, una remera gris y su conocida chaqueta de cuero como abrigo, se sentó en su cama mientras se ponía sus botas y yo me senté junto a él. Reproduje el mensaje de voz de Ailén y vi como su cara de preocupación aumentaba mientras escuchaba. Cuando terminó de escuchar se puso de pie y abrió una pequeña cajita que tenía debajo de la cama. De adentro sacó un arma. Revisó que estuviera cargada como hacen en las películas y se la colocó en la parte trasera de su pantalón, por debajo de su chaqueta. Antes de salir de su departamento se paró frente a mí, me acarició la cara y me habló con ternura.
—Lamento todo esto, Lola. Quisiera decirte que Ailén está bien, pero no puedo hacerlo. No puedo mentirte.
—Perdóname Salva. Perdóname por no haberte creído. Si lo hubiera hecho tal vez Ailén... —me eché a llorar otra vez, sintiendo la culpa crecer en mi corazón.
—Mi amor, aquí hay un solo culpable, lamento que sea tu padre, pero si todo sale bien, lo atraparemos, y haremos justicia. Lo haremos. Te lo prometo.
Tras decir esas palabras me besó. Fue un beso cálido y reconfortante. No sabía cuánto lo necesitaba hasta que lo recibí. Ya no me importaba por qué me había ocultado su identidad. Solo quería que se terminara esta pesadilla. Ambos quisimos profundizar ese beso, lo noté porque nuestras lenguas se encontraron a medio camino, pero teníamos algo más importante que hacer en este momento: encontrar a Ailén.
—Vamos al restaurante a ver si encontramos algo que nos diga dónde puede estar Ailén. ¿Tienes las llaves todavía?
—Sí. Pero...Salva, debemos ser muy cuidadosos. Quizá estén allí todavía.
—Claro que lo seremos. Mira, la llamada de Ailén fue cerca de la una, y ya son casi las cinco, esperemos que ya se hayan ido. Tal vez allí encontremos alguna pista de dónde puede estar.
Llegamos al restaurante y todo estaba cerrado y apagado, como quedaba siempre cuando nos íbamos. Rodeamos el establecimiento y fuimos directo a la puerta trasera. Nos acercamos al contenedor de basura, donde, según el mensaje de mi amiga, había estado escondida horas atrás. Por más que buscamos y miramos, no encontramos nada. Tal vez con la luz del día viéramos algo más, ya que por el momento solo contábamos con las linternas de nuestros celulares.
Como no vimos nada, entramos por la puerta de atrás, que daba a la cocina. Desconecté la alarma antes de que comenzara a sonar y nos movimos, sigilosos y bien pegados, atentos a cualquier cosa extraña.
Pasamos por la sala de personal y encontré el bolso de Ailén en su taquilla. Eso no podía ser bueno, pero usé todas mis fuerzas para no desmoronarme. Ya tendría tiempo de llorar. Ahora debía encontrarla. Salva apoyó sus manos sobre mis hombros y agradecí su contacto y su cercanía. Seguimos caminando y nos fuimos directo al despacho de mi padre.
Abrí con mi llave y luego cerré nuevamente. Todo debía verse lo más normal posible, en caso de que regresaran. Además, este sitio carecía de ventanas, lo que era ideal porque podríamos encender la luz sin peligro de ser vistos desde afuera.
Una vez dentro, comenzamos a buscar. No tengo idea de qué, por lo que se lo pregunté a Salva.
—¿Qué estamos buscando?
—Lo sabré cuando lo encuentre... no sé, algo: evidencia, algo que comprometa a tu padre o a alguno de sus cómplices. Créeme que tiene que haber varios, nadie puede armar un negocio a esta escala si no tiene a medio mundo en el bolsillo. Empezando por el jefe de policía...
Abrí los ojos como platos.
—¿Te refieres a Latorre?
—Claro. Ese tipo está involucrado, estoy seguro.
Tragué saliva con dificultad, y miré para otro lado.
—¿Qué pasa Lola? —Salva se dio cuenta enseguida de que me pasaba algo.
—Pues...—me mordí el labio inferior mientras me retorcía las manos como un niño que comete una travesura— pues, que hace un rato yo llamé a Latorre.
—¿¡Que hiciste qué!? No, Lola. ¿Qué has hecho? ¿Te das cuenta que les pusiste sobre alerta? —Por primera vez en mi vida lo ví muy molesto, y me sentí muy mal por ser la destinataria de ese enojo.
—Lo siento. Estaba desesperada por el mensaje de Ailén y se me ocurrió que era importante pedir ayuda a la policía. No pensé que él pudiera estar involucrado. Lo lamento de veras.
Se ve que Salva se dio cuenta de que había sido duro conmigo, porque se acercó a mí y me abrazó.
—Tranquila, mi amor. Siento haberte regañado. Tú no sabías de mis sospechas. Pero por favor, entiende que no podemos confiar en nadie. ¿Qué fue exactamente lo que le dijiste a Latorre?
—Le dije que Ailén me había dejado un mensaje diciendo que estaba aquí y que estaba en peligro. No le dije nada más. Lo juro.
—Bien. Tal vez no hayan relacionado todo y no sepan nada de nosotros ni de que vamos tras ellos.
—No deberían —dije, intentando quitarle importancia a mi metida de pata.
Mientras Salva seguía buscando algo que le sirviera para inculpar a mi padre o para encontrar a Ailén, comencé a recorrer con la mirada todo el despacho de papá. Pasaba mis horas allí desde niña, y me resultaba increíble ver que en realidad no sabía quién era mi padre. Paseé mi mirada por el escritorio y la fuerte silla, en la que papá me sentaba en su falda y me contaba historias, la biblioteca en la que mezclaba con sus documentos y archivadores mis libros de Disney y "¿Dónde está Wally?" durante mi niñez, y los libros de Stephen King ya más de adolescente. Finalmente detuve mi mirada en la gigantografía del mapa de Granada que papá había hecho colocar en su despacho desde que tenía memoria. Era un lienzo enorme, de unos cuatro por tres metros, que cubría prácticamente la totalidad de la pared trasera del despacho, quedando por detrás del escritorio. En el lienzo se podía apreciar un mapa de Granada con todo detalle, incluyendo la hermosa Alhambra y todo el resto de la ciudad. ¿Cuántos secretos guardaba esta ciudad para mí? ¿Cómo era posible que hubiera vivido engañada toda mi vida?
Salva comenzó a pasar sus dedos por el relieve del lienzo, acariciando la zona del mirador de San Nicolás, lugar tan importante para nuestra relación. Yo sonreí al verlo y sentí el impulso de ir a abrazarlo, pero cuando iba a hacerlo me detuve porque vi que su gesto había cambiado.
—Espera un momento...
—¿Qué pasa, Salva?
—Mira esto, hay un desnivel aquí, como si hubiera algo detrás de esta tela...— dijo mientras se colaba por detrás del mapa como si se tratara del telón de un teatro. —¡Lola! Ven a ver esto.
Salva se movió unos pasos lejos de la pared, aumentando la distancia entre esta y el lienzo, de modo que pude colarme por el costado y ver lo que me quería mostrar.
Cuando la vi quedé paralizada. Me quedé sin respirar. Salva no entendía qué me pasaba, porque me hablaba y yo no reaccionaba. Frente a mí había una puerta. Una puerta pintada de negro. Aunque hacía veintiún años que no la veía sabía a dónde conducía. Al abrirla me llevaría al sótano, a ese sótano que fui obligada a creer que había soñado por mirar muchas películas de terror. Pues mira por dónde, esta noche los monstruos se habían escapado.
ESTÁS LEYENDO
Secretos en la Alhambra
غموض / إثارةSecretos. Sueños. Mentiras. El lugar donde has vivido siempre puede ocultar tu peor pesadilla. Lola lo experimentará cuando vea que toda su vida se desmorona y que todo lo que creía verdadero, tal vez no lo sea. Su existencia pacífica y rutinaria...