Continuamos charlando durante un largo rato. Todavía me dolía todo el cuerpo pero me sentía más animada. Al menos el dolor punzante en la cabeza había desaparecido, cortesía del cóctel de medicamentos que me estaban poniendo, imagino.
Cerca de las diez vino Ailén, como loca, porque había llegado al restaurante y se había encontrado con aquel desastre. Me llamó al celular y le conté lo que había sucedido, entonces corrió para el hospital.
—No, si yo es que todavía no lo puedo creer, Lola. ¿Cómo pudieron hacerte esto? —exclamó, llorando de la impotencia y tomándome de la mano. —¡Menudos cabrones! Todo para robar unos pocos euros de la caja registradora y una puta computadora del despacho de tu padre. Seguramente buscaban la caja fuerte.
Me incorporé como un resorte y eso hizo que me acordara de todos mis ancestros, porque me dolió desde el pelo hasta la punta de los pies, diría Arjona.
—Espera, espera, espera...— dije, y Salvador también se inclinó hacia mí. —¿Por qué estás diciendo que robaron la caja y el despacho de mi padre?
—Porque lo hicieron. Robaron esas pocas cosas y bueno, el resto está todo destrozado prácticamente.
Salvador y yo nos miramos gravemente, y los dos pensamos lo mismo. Ailén nos miró sin entender nada.
—Oigan, ¿qué está pasando aquí? No entiendo ni jota.
Salvador intervino.
—Cuando llegó la policía y nosotros nos fuimos al hospital, el despacho tenía todo en su lugar, y la caja estaba intacta.
—¿Estáis seguros? Quizá con la emoción y los nervios no se dieron cuenta de lo que estaba roto por allí. Tal vez no vieron todos los destrozos.
—Créeme Ailén, revisé todo antes de los golpes. La caja estaba intacta y el despacho de papá lo abrí yo con mi llave. No puedo haberlo imaginado.
Todo esto era de lo más raro. Ailén también había llamado a mi padre y a Pedro y no se había podido contactar. No entendíamos nada. Mi amiga se quedó un rato más, pero luego se fue porque tenía que hacerse cargo de avisar a todos los empleados y proveedores sobre lo ocurrido.
Finalmente, pasado el mediodía, llegó la policía a tomarme declaración. El jefe de policía de Granada, Jorge Latorre, grabó todo lo que relaté, al igual que el testimonio de Salvador. No pareció darle importancia al hecho de que aparentemente robaran la caja registradora y el despacho de mi padre después de que los oficiales hubieran llegado al lugar. Se lo explicamos con convicción, pero Latorre insistió en que las emociones y la adrenalina nos jugaron una mala pasada. Pero no era así, sabíamos lo que habíamos visto. Y no podía ser que los dos estuviéramos equivocados, ¿o sí?
La doctora vino a ver cómo seguía, y como me vio inquieta y nerviosa, me sugirió que tomara un calmante para dormir. Al fin y al cabo había dormido solo dos horas y poco. Estuve de acuerdo y me inyectaron algo en la vía que me hizo sentir en las nubes, y antes de que pudiera darme cuenta, me dejó fuera de combate.
No sé cuánto tiempo dormí, pero un ruido fuerte me despertó y me sobresaltó, aunque no abrí los ojos, los párpados aún me pesaban. ¿Era una discusión tal vez? Presté atención, aunque seguí con los ojos cerrados, para que no se detuviera por mí lo que estaba ocurriendo. Mi curiosidad podía conmigo hasta en esos momentos críticos.
—Pues qué curioso que siempre estés cerca cuando le pasa algo grave, ¿no? —era Pedro quien hablaba, y debía estar discutiendo con Salvador, deduje.
—Será porque estoy cerca de ella, y no están quienes deberían estar. Además ¿qué te importa a ti que esté cerca de Lola, eh? Hasta donde sé, es mayor de edad, y tú no eres nadie para ella.
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Secretos en la Alhambra
Mystery / ThrillerSecretos. Sueños. Mentiras. El lugar donde has vivido siempre puede ocultar tu peor pesadilla. Lola lo experimentará cuando vea que toda su vida se desmorona y que todo lo que creía verdadero, tal vez no lo sea. Su existencia pacífica y rutinaria...