Capítulo 31 - Escaleras

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Me enfrenté a esos escalones y volví a sentirme una niña pequeña, solo que esta vez no estaba sola, ni era una niña. Era una mujer, y debía enfrentar lo que estaba viviendo, no esconderme más tras falsas pesadillas. Esta realidad era mucho peor que cualquier mal sueño.

Salva me tomó la mano y comenzamos a bajar lentamente. Cada paso que dábamos nos sumía más en la oscuridad. No quisimos encender ninguna luz para no poner sobre alerta a nadie. Comencé a sentir cómo castañeteaban mis dientes y puse mi lengua entre ellos para no hacer ruido.

Pasé mis manos por la pared y noté como un material acolchado, como si fueran pedazos de goma espuma o el material con que se hacen las almohadas. Salva me miró y me explicó:

-Lo usan para aislar el sonido. Nadie de afuera puede escuchar lo que pasa aquí. Así que evidentemente no es nada bueno.

Me estremecí y recordé que había visto ese material en varias películas. Este lugar era de lo peor. Estaba más oscuro y húmedo de lo que recordaba, pero el terror que me provocaba era el mismo de hace tantos años. O peor. Porque ahora sabía que no era un sueño.

Cuando llegamos al pie de la escalera se abrieron dos caminos ante nosotros: uno a la izquierda y otro a la derecha. Parecía algo más pequeño que cuando lo vi hace tiempo. Claro, en ese entonces yo tenía siete años, todo me parecía más grande.

Enfilamos a la derecha y encontramos un pequeño pasillo. Había dos puertas. Una era un armario lleno de productos de limpieza, sobre todo lejía y cal. También había varios bidones de lo que parecía ser agua o algún otro producto, y unas cuantas palas. Completaban el arsenal algunos rollos de nylon, cinta adhesiva y varias bolsas de basura. Todo lo que había allí me dio mala espina. Cerramos la puerta y abrimos la siguiente, que estaba enfrentada al armario. Allí encontramos un pequeño cuarto prácticamente vacío. Solo contaba con un colchón desvencijado y sucio, y unos grilletes unidos a la pared. ¿Qué mierda era este lugar? Sentí un escalofrío y me agarré del brazo de Salvador.

Cambiamos de rumbo y nos fuimos a la izquierda de la escalera. Este pasillo era un poco más ancho y conducía a más estancias que el derecho. La primera puerta que encontramos era un asqueroso cuarto de baño. Tenía solamente una sucia pileta, un water sin asiento y una gran tina con aspecto antiguo.

La segunda puerta tenía otro cuartucho, de aspecto similar al primero que vimos, con otro sucio colchón y grilletes en la pared. ¡Por Dios! ¿A quién traerían aquí? Tuve que reprimir mis ganas de vomitar por el solo hecho de pensar en que trajeran a Ailén a este lugar.

La tercera puerta hizo vívida mi pesadilla. Esta conducía a otro pasillo, más largo que el anterior, y, por ende, más alejado. Al fondo había tres puertas más, dos enfrentadas, y otra perpendicular a las anteriores. Caminamos el tramo que nos separaba de ellas y llegamos frente a la primera. Era el lugar donde vi que mataban a ese hombre. Cuando abrimos puedo jurar que vi al pobre desgraciado morir nuevamente, vi esos ojos llenos de terror mientras el asesino le cortaba la garganta, la cruz colgada de su cuello que comenzó a llenarse de sangre. Sentí que me desvanecía y Salva me sostuvo antes de llegar al suelo. Ahora esa habitación estaba vacía, a excepción de la antigua mesa en la que había estado depositado el cuchillo. El piso era de cemento pulido, a diferencia del resto de las estancias que habíamos visto, que eran de hormigón común. En la esquina opuesta a donde estábamos había una mancha oscura en el suelo. Nos acercamos para ver de qué se trataba y vimos que era una gran mancha de color marrón oscuro. Parecía sangre, pero no podíamos confirmarlo. Volvimos junto a la mesa y Salva me preguntó:

-¿Fue aquí donde ocurrió?

-Sí -logré articular. -Aquí fue donde pasó. Ahí lo mató -dije, señalando el lugar donde había muerto ese desconocido.

Secretos en la AlhambraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora