Después de cerrar, corrimos a abrir la puerta del despacho, que estaba cerrada con llave. Mientras intentaba abrirla, sin éxito debido al temblor de mis manos, Salva miró los celulares: estaban destruidos. No íbamos a poder comunicarnos desde ahí. Trató de llamar desde el teléfono de línea del despacho, pero también estaba roto: Pedro había arrancado el cable, seguramente adivinando nuestras intenciones.
Logré abrir en el momento en que escuchamos un ruido ensordecedor: era Pedro, que estaba abriendo la puerta del sótano a balazos. A fin de cuentas no habíamos ganado tanto tiempo. Nos agachamos para evitar recibir un balazo accidental y salimos de allí rápidamente.
El pasillo del restaurante estaba desierto, pero debíamos ser cuidadosos ya que podía haber gente montando guardia o controlando las salidas. Comenzamos a correr buscando la salida, y enfilamos hacia la parte trasera, ya que era una puerta de emergencias, entonces se abría simplemente empujándola desde adentro. No quería correr el riesgo de que la entrada principal estuviera cerrada con llave.
En el momento en que salimos al aire fresco de la mañana nos dimos cuenta de que Pedro venía pisándonos los talones. No teníamos muchas opciones. Corrimos dando la vuelta a la manzana y tomamos el Paseo del Padre Majón. Mis pasos eran cortos aunque intentaba correr lo más posible y Salva se percató de eso. Necesitaríamos un vehículo si queríamos tener éxito en nuestro escape. Cuando íbamos llegando a la esquina nos cortó el paso un patrullero. ¿Un patrullero? De él descendió Latorre y nos apuntó con su arma, dándonos la orden de detenernos. Genial, ahora nos perseguían dos personas.
No nos detuvimos. Salva dobló por una calle lateral y lo seguí, con cada vez más dificultad para respirar. Pasamos por un pequeño puesto de churros y se me hizo agua la boca, y en ese momento vi que Salva se detenía. ¿Acaso iba a comprar churros? Eh, creo que no era un buen momento, aunque el ruido de mi estómago me decía lo contrario. En ese momento me di cuenta de cuál era su intención. Un pobre muchacho había dejado prendida su moto junto a la acera mientras compraba su desayuno, y Salva aprovechó el descuido. Se subió a la moto y me hizo señas de que subiera tras él. Mi triste estómago rugió una vez más y me agarré con fuerza de su cintura. No habría churros, por lo pronto no ahora.
Aceleró la moto a todo dar mientras el desprevenido muchacho nos gritaba de todo menos cosas agradables, y apenas dobló la esquina, alcancé a ver a Pedro, montado en el patrullero con Latorre. La sirena estaba encendida y manejaban a contramano, como nosotros. Latorre hablaba por el radio del auto y Pedro llevaba el celular en la oreja.
Necesitábamos poner tierra de por medio. Por momentos los perdíamos, pero a los pocos minutos nos encontraban nuevamente. Teníamos que encontrar una manera de escapar.
El paisaje tan familiar de la Alhambra apareció a nuestra derecha y seguimos avanzando. Quizá entre el mar de gente podríamos camuflarnos, pero el problema es que todos andaban a pie, y llegado un punto no podíamos avanzar con vehículos. Era demasiado riesgoso detenernos y caminar. No sabíamos quiénes aparecerían luego, al igual que Latorre, para darnos caza. Le dije a Salva que siguiera adelante hasta agarrar la autopista.
Continuamos circulando por una carretera poco más de una hora. A nuestros costados solo veíamos árboles y pocas construcciones. Sentía el trasero adormecido y las piernas acalambradas por el movimiento de la moto. Estaba congelada porque estábamos cerca de la zona montañosa y la mañana estaba fresca. Tenía mucha hambre y sed. Y creo que con eso terminaba mi lista de quejas. Ah, tal vez debería agregar el pequeño detalle de que nos perseguían dos tipos dispuestos a matarnos.
Al parecer los habíamos perdido. Veinte minutos atrás Salva había logrado escabullirse con la moto en un atasco entre varios vehículos y eso nos había dado ventaja. Pero no podíamos confiarnos demasiado. De no saber que era imposible pensaría que nos habían puesto un GPS. Pero no lo habían hecho. Mi teléfono había quedado deshecho en el restaurante.
Me hizo señas de que se estaba quedando sin combustible y me gritó que iba a parar unos minutos y así aprovecharíamos para desayunar algo. Esa fue la mejor idea del día. Ignoraba qué hora era, pero debían ser las diez u once ya. Pensé en mi última comida, el sushi en casa de Ailén, e instantáneamente se me fue el hambre. Cuántas cosas habían pasado desde ese momento. Cambié el rumbo de mis pensamientos enseguida, no podía darme el lujo de derrumbarme.
Nos detuvimos en una gasolinera pequeña que estaba al costado de la carretera. Salva fue a repostar combustible y yo corrí al baño. Sentía que me iba a hacer encima. Minutos atrás habíamos juntado el escaso dinero que teníamos con nosotros, porque hasta un niño de cinco años sabe que cuando estás en medio de una persecución no se deben usar las tarjetas de crédito.
Con lo que teníamos nos alcanzaba para la gasolina y poco más, y tampoco podíamos sacar dinero de un cajero. Entramos en el mini mercado y escogimos algunas botellas de agua y galletitas saladas, lo más barato posible. El empleado de la gasolinera nos ignoró mientras recorríamos los pasillos y nos acercábamos a la caja, absorto como estaba en un programa de cocina que estaba causando furor en toda España. Miraba el resumen del episodio de anoche, que yo ya había visto un rato en casa de Ailén, entre medio de mis siestas. Estuve tentada de decirle al hombre quién abandonaba el reality, para que nos atendiera más rápido, pero me di cuenta que sería demasiada maldad de mi parte.
Mientras esperábamos que se dignara a cobrarnos, se cortó la transmisión y comenzó un flash de noticias. Excelente, ahora sí nos atendería. Sonreímos al dependiente pero la sonrisa se nos borró de la cara y quedamos de piedra con Salva: nuestras caras ocupaban el primer plano de la pantalla del televisor con la siguiente leyenda:
"URGENTE: SECUESTRO EN GRANADA. SI VE A ESTAS PERSONAS AVISE INMEDIATAMENTE A LA POLICÍA".
«Mierda».
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Secretos en la Alhambra
Детектив / ТриллерSecretos. Sueños. Mentiras. El lugar donde has vivido siempre puede ocultar tu peor pesadilla. Lola lo experimentará cuando vea que toda su vida se desmorona y que todo lo que creía verdadero, tal vez no lo sea. Su existencia pacífica y rutinaria...