Caminé rápidamente por las calles que me separaban del restaurante. Todo era raro, porque estaba muy oscuro y silencioso, cuando generalmente todo era ruidoso y atestado de transeúntes. Quizá se debía a que era día de semana, pensé.
Pero mientras me acercaba al local, fue creciendo en mí una sensación de inquietud. Comenzó como las famosas "mariposas" en el estómago, pero de las malas. Podríamos llamarlas "polillas" en el estómago. No sé por qué, quizá era un sexto sentido, pero lo había sentido en ocasiones y generalmente las cosas no terminaban bien después de sentirlas.
Estuve a punto de dar la vuelta y regresar a casa, pero me dije a mí misma que debía dejar de comportarme como una chiquilla y enfrentar mis miedos. ¡Ay, Dios mío! En retrospectiva hubiera sido infinitamente mejor haberme dado vuelta. Definitivamente.
A pesar de que el Paseo del Padre Majón normalmente era sinónimo de paseos, gente, bares y alegría, ahora se veía sombrío, y sin nadie en los alrededores. Esto debió ponerme en alerta, pero como siempre fui testaruda, hice caso omiso de mi inquietud y seguí adelante. Iba por mi celular y no iba a volver sin él.
Me acerqué a Arguiñano y enseguida noté que algo estaba muy mal. La puerta doble de la entrada estaba abierta de par en par, cuando en cambio siempre quedaba cerrada con llave y con alarma encendida al irnos del restaurante. Las luces que recorrían la extensa barra estaban apagadas, cuando siempre quedaban prendidas. Entré sigilosa, para descubrir que la situación era mucho peor de lo que parecía desde afuera. La única luz que había provenía de la calle, así que, no sin cierta dificultad, pude ver lo que había ocurrido.
Todo estaba destrozado. Todo. Las mesas, las sillas y el resto de las instalaciones también. Los aires acondicionados y los plasmas arrancados y tirados por el suelo, rotos. Las botellas de alcohol de detrás de la barra, todas rotas. Parecía que hubiera pasado un huracán. Cubrí mi boca con las manos, intentando asimilar lentamente la magnitud de lo que había sucedido. Busqué el teléfono de línea para llamar a la policía, porque no tenía el celular, y lo encontré arrancado de la pared. No iba a poder hacer ninguna llamada. La caja registradora, para mi sorpresa, estaba en su lugar, y estaba intacta. Era raro que no la hubieran abierto para buscar efectivo. A medida que pasaba más tiempo los ojos se me fueron acostumbrando a la penumbra y cada nueva cosa que veía era peor que la anterior.
Recordé que tenía que ir a buscar mi celular, y a revisar el resto del local. Las piernas apenas me respondían, y sentí que tenía la cara mojada. Miré hacia arriba temiendo que hubieran roto los caños de agua, pero a excepción de las luces, no había nada más roto. Entonces me di cuenta de que tenía la cara mojada por las lágrimas. Estaba llorando, y apenas había registrado esa reacción. Las lágrimas solo corrían sin cesar por mis mejillas. Decidí seguir adelante y olvidar el llanto. Que siguiera fluyendo.
No sé para qué seguí recorriendo el lugar. Cada paso que daba era más horrible lo que encontraba. La cocina también estaba destruida, con los alimentos regados por todas partes, los electrodomésticos tirados por el suelo, los freezers abiertos y con todo volcado por encima. Las copas, platos y el resto de la vajilla estaban triturados. No me podía dar cuenta de quién y por qué había hecho algo así.
Seguí observando. La sala de empleados prácticamente no la habían tocado. Tomé mi celular y lo desconecté del cargador. Ni siquiera lo miré, quería terminar de revisar todo. Caminé hasta el despacho de mi padre esperando encontrarlo abierto y revuelto, pero la puerta estaba cerrada. Agarré mis llaves con las manos temblorosas y abrí la puerta. Todo estaba en orden. Allí no había entrado nadie.
Me senté en el sillón del despacho y tomé mi cabeza entre las manos, derrotada. La adrenalina estaba abandonando mi cuerpo y las emociones empezaban a tomar el control. No podía dejar de temblar y de llorar. Empezaron entonces a formularse en mi cabeza múltiples preguntas. ¿Por qué no sonó la alarma? ¿Por qué las calles estaban tan vacías si no era tan tarde? ¿Por qué solo destrozaron partes del restaurante y no se robaron nada?
Antes de dejarme llevar por el desasosiego, opté por llamar a mi padre. Saltó el contestador. Su teléfono estaba apagado. No quería llamar a Pedro, pero no tenía otra opción. Si no era mi padre, tenía que comunicarme con él, olvidando toda incomodidad en pos del bienestar de nuestra fuente de trabajo. Sonó lo que me parecieron miles de veces, pero no contestó. Volví a llamar, y se repitió la situación. Claro. Acababa de dejarlo. No querría hablar conmigo, o tal vez estaba por allí, emborrachándose.
Decidí llamar a la policía y denunciar el acto de vandalismo. Corté con ellos e intenté nuevamente con mi padre y con Pedro, pero obtuve el mismo resultado. Llamé a Ailén y tampoco me respondió. ¡Joder! Era increíble. Estaba aterrada, y no conseguía a nadie. Entonces seguí bajando por mis contactos, y casi sin ser consciente de lo que estaba haciendo, llamé a Salvador. Atendió al segundo tono.
—¡Lola! ¿Qué pasa? Estaba durmiendo, ¿pasó algo?
—¡Salvador! —comencé a sollozar como una niña pequeña. La emoción me tenía fuera de control y apenas podía formular las palabras.
—¡Lola! Tranquilízate, tienes que decirme qué te está pasando. ¿Estás en tu casa?
— ¡Tienes que venir! Estoy en el restaurante y...
No pude terminar mi relato, ni la llamada. Frenética como estaba por los nervios y por el hecho de que Salvador me hubiera respondido, no escuché los pasos detrás de mí. Hasta que fue muy tarde. Algo me golpeó con fuerza en la cabeza y me hizo caer al piso. Instintivamente coloqué mis manos para defenderme, pero sirvió de poco. Tres oscuras figuras masculinas aparecieron en la penumbra y comenzaron a golpearme con saña. ¡A mí! Que peso menos de sesenta kilos y con un pequeño empujón podrían dejarme fuera de combate... Me golpearon con una violencia que nunca había sentido. Me pareció escuchar que se reían mientras me pateaban en el suelo y uno de ellos decía a los otros dos: "Vinimos buscando cobre y encontramos oro...mira que encontrar a la hijita aquí a estas horas". Un segundo antes de desmayarme vi un puño dirigirse a mi mandíbula, y luego todo se volvió oscuro.
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Secretos en la Alhambra
Mystery / ThrillerSecretos. Sueños. Mentiras. El lugar donde has vivido siempre puede ocultar tu peor pesadilla. Lola lo experimentará cuando vea que toda su vida se desmorona y que todo lo que creía verdadero, tal vez no lo sea. Su existencia pacífica y rutinaria...