Capítulo 6 - Resarcimiento

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Como estábamos muy cerca de la Alhambra, fuimos al hospital más cercano, el Hospital San Juan de Dios. Tomamos un taxi y en pocos minutos llegamos a la puerta de emergencias. Desde el taxi le envié un audio a mi padre avisándole que estaba rumbo al hospital, pidiéndole que no se asustara y relatando brevemente lo sucedido. Sabía que no iba a dar resultado. No hay nada peor que enviar un mensaje que comienza con un "No te asustes", creo que no hay palabras más inútiles porque cuando uno las dice es como si en realidad estuviera diciendo: "Muérete de miedo con lo que te voy a contar".

Mientras esperaba que me atendieran, Salvador trajo dos refrescos de una máquina que había en la sala de espera y seguimos conversando. El torrente de azúcar en mi organismo me hizo bien y me levantó un poco el ánimo ya que el impacto por el casi accidente me estaba empezando a pasar factura y me dolía todo el cuerpo, especialmente el codo, que ya casi no lo podía mover.

Me enteré de que tenía treinta y un años, y que era su primera vez en España. Venía de Brasil (con razón su acento), y estaba en Granada probando suerte, ya que su madre estaba enferma y la economía de su país no andaba muy bien que digamos, entonces había venido a buscar trabajo y así poder enviar dinero para ayudar a su familia. Estaba trabajando como albañil, en un edificio en construcción al norte de la ciudad. Mi intruso e imaginativo cerebro se puso a fantasear con la idea de verlo con nada más que unos jeans sucios y un casco puesto. Me abofeteé mentalmente, porque por más que fuera un gilipollas, tenía pareja, y le debía respeto.

A los veinte minutos entró por la puerta de emergencias Pedro, con aspecto desaliñado y completamente desencajado. Apenas me vio comenzó a preguntarme cómo estaba, qué había pasado, qué me dolía, y a su vez empezó a gritar a las pobres enfermeras para que me atendieran de una vez. Yo quise que la tierra me tragara, pero sus gritos dieron resultado, porque me hicieron pasar a los pocos minutos.

Diagnóstico resumido: Lesión en los ligamentos del codo. Me pusieron una férula en el brazo para inmovilizarlo durante unas semanas y me recetaron unos calmantes para el dolor.

Cuando salí me encontré con una postal: en una silla del pasillo estaba sentado Salvador, y enfrentado a él, Pedro. Ambos levantaron la vista cuando abrí las puertas de vaivén. Tuve que contener la risa por la visión de esa imagen, y avancé por el pasillo cuando al final del mismo apareció mi padre. ¡Cartón lleno! Me sentí perdida entre esos tres hombres que estaban tan preocupados por mí.

Papá se abalanzó sobre mí y empezó a acribillarme a preguntas. Mientras íbamos de salida le conté en detalle lo que había pasado. Me preguntó y repreguntó hasta el cansancio, y cada comentario que hacía, miraba alarmado a Pedro. ¿Estaba pasando algo? O tal vez me lo imaginé, ya que me estaba quedando dormida por los calmantes. Mi padre agradeció efusivamente a Salvador y quiso pagarle el dinero del taxi en el que habíamos llegado, pero no quiso ni oír palabra. Luego de decirle que estaba en deuda eternamente por haberme salvado la vida, me hizo subir al auto y me llevó a casa, sin darme la oportunidad de despedirme de él. No puedo explicar por qué, pero me sentí muy desilusionada por no haber podido hacerlo.

Papá quería llevarme a su casa para que durmiera tranquila, pero no se lo permití. Aunque entendí que estuviera preocupado, si lo dejaba manejar mi intimidad, estaba perdida. Me había costado bastante poner límites en nuestros vínculos, así que rechacé enfáticamente su propuesta y le pedí que me dejara en mi departamento. Entré a casa, le di un beso de buenas noches y me dispuse a acostarme, no sin antes darme una ducha. Vaya que me resultó incómodo con la férula, no solo tuve que poner el brazo en una bolsa de nylon para que no se mojara, sino que además estaba totalmente limitada en mis movimientos.

La ducha me dio hambre, así que comprobé una vez más lo difícil que es todo con un solo brazo. Con mucha dificultad logré hacerme un sándwich de jamón crudo, queso, aceitunas y mostaza. Estaba delicioso.

Mientras lo devoraba me encontré pensando en los acontecimientos del día: la pelea con Pedro, mi frustración, el paseo por la Alhambra, el casi accidente, y, finalmente, el encuentro con Salvador. ¡Qué encuentro! ¡Y qué mirada! ¡Qué cuerpo! Lo sé, era un cliché de película, pero me permití fantasear un poco nuevamente: la pobre dama en peligro es rescatada por un misterioso caballero, se terminan enamorando y blah, blah, blah... El detalle es que yo no volvería a verlo. Por cortesía de mi padre había salido volando y ni siquiera había podido pedirle su número. No. Definitivamente mi mente no me daba tregua.

Decidí irme a la cama. Ya era tarde y no podía dejar de pensar en Salvador, en sus ojos... su boca... su cuerpo... ¡Basta, Lola! ¡Ten un poco de autocontrol! Vamos, que tienes que enfocarte en tu realidad.

Entonces, de repente, golpearon la puerta. Suavemente al principio. Un poco más fuerte después. ¿Podría ser? ¿Lo habría llamado con el pensamiento? ¿Cómo había conseguido mi dirección?

Me levanté de la cama con curiosidad, y presurosa y nerviosa corrí hacia la puerta.

Sé lo que están pensando. Y no. Cuando abrí la puerta no estaba Salvador. ¿Cómo iba a ser él, si nunca le había dicho dónde vivía? Eso le pasa a las protagonistas de las películas. Quien estaba tras la puerta era Pedro, con un ramo de flores y cara de corderito degollado.

Si me hubiera escuchado alguna de las veinte veces que se lo comenté, sabría que no me gustaba recibir flores. Los ramos de flores implican que han sido cortadas, y por ende, morirán pronto. Y no me gustaba que nada muriera. Si alguien quería conquistar mi corazón, mis gustos eran simples: almendras bañadas en chocolate y Nutella, toneladas de Nutella.

Pedro se quedó en el umbral, moviendo sus pies de manera nerviosa, esperando que lo dejara entrar. Tuve que hacerlo. Tenía mucho sueño y no me apetecía discutir más, había tenido suficiente para un día.

—Pasa. Gracias por las flores —dije, algo distraída, y las puse en un jarrón con agua. —Ya estaba en la cama. ¿A qué has venido?

Soné más brusca de lo que pretendía, porque Pedro me miró afligido, y bajó la cabeza antes de responder.

—Había quedado de venir, te lo dije en el mensaje que te envié, ¿recuerdas? Yo... siento mucho cómo te traté hoy, Lola. No era mi intención hablarte mal y mucho menos ser violento contigo. Tú... tú eres muy importante para mí, y quiero que las cosas vayan bien entre nosotros. —dijo mientras se acercaba y me acariciaba la cabeza con ternura.

—¿Aunque tenga que ser en secreto? — Lo corté. Aquello no me gustaba ni un pelo, y se lo hice saber. —Es que no entiendo por qué no podemos ser una pareja normal, Pedro. ¿Por qué piensas que mi padre se va a oponer a lo nuestro?

—No lo pienso. Lo sé. Verás Lola, hace muchos años que trabajo con José, y sé bien lo que le gusta y lo que no, y créeme, no aprobaría nuestra relación. Podría ser tu padre, joder. Tengo quince años más que tú. ¿Cómo piensas que le sentaría? Pues yo te lo digo: ¡me colgaría de las pelotas si supiera que me acuesto con su hija!

—Pero parece que tú te olvidas de que él es mi padre, y yo lo conozco antes que tú, y sé que mi felicidad es lo primero para él. ¿Puedes pensarlo, al menos? No quiero estar escondida siempre, quiero que disfrutemos lo que tenemos.

—Es lo que más quiero, pero no puede ser. Ven, chiquilla. No sabes el miedo que pasé cuando tu padre me avisó de tu accidente. Si te pasara algo no sé qué haría.

Pedro me abrazó con ternura y me acarició la espalda. Sus manos se movían rítmicamente a lo largo de toda mi columna. De pronto, empezaron a bajar un poco más, acariciaron mi cintura y luego se posaron en mi trasero. Yo abrí los ojos y lo miré, y solo eso necesitó para comprender que ya no quería dormir. Agachó su rostro hasta llegar al mío y comenzó a besarme apasionadamente; rápidamente nos despojamos de nuestra ropa y fuimos hasta mi dormitorio. Me llevó a la cama y esta vez fue todo lo gentil y generoso que no había sido la noche anterior, y con eso me quedo corta. Descubrí que era un amante pasional y experimentado, y que Ailén tenía razón, debíamos entrar en sintonía, ¡y vaya que lo hicimos!

Dormí profundamente y descansé como hacía mucho no descansaba. Pedro pasó la noche conmigo y desayunamos juntos, como una pareja normal, entre risas, besos y arrumacos.

Pero a la media hora se vistió, me plantó un beso y se fue a casa de mi padre, dejándome sola mientras me aprontaba y salía para el restaurante. No quise discutir, había pasado la mejor noche en mucho tiempo, no iba a arruinarla. Confiaba en que las cosas se irían ajustando. 

Secretos en la AlhambraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora