Capítulo 25 - Quiebre

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Antes de darme la vuelta y encender la luz, la lámpara de mesa que estaba al lado del sofá se encendió. Pedro me miró con sus ojos extraviados. Iba ciego de la borrachera, y el olor a whisky se percibía desde la distancia, aunque nos separaban varios metros.

-Pedro, ¿cómo entraste aquí? ¿Qué estás haciendo en mi casa? -pregunté en un susurro, asustada de pronto.

-Necesitamos hablar tú y yo - respondió, señalándome con su dedo índice.

-Te pregunté cómo entraste, Pedro.

-Tengo mis recursos - dijo, burlón, mientras me mostraba un juego de llaves igual al mío. -Antes de devolverte tus llaves les hice una copia...y déjame decirte que descubrí muchas cosas interesantes sobre ti...

-¿Ya has estado antes aquí? ¡Por Dios, Pedro, ¿qué te pasa? ¡Estás enfermo! -exclamé, asqueada por su intromisión.

-Claro que he estado antes - su semblante cambió, y se volvió inquietamente amenazante. No podía encajar todavía que se hubiera estado metiendo en mi casa. Era de película de terror. Se puso de pie, bloqueando el paso a la salida de la casa, y acercándose lentamente a mí, tambaleándose.

-Pedro, ¿por qué no te sientas? Podemos hablar tranquilos.

-¡¿Tranquilos?! ¡Tranquilos mis cojones! Te he visto, Lola. Te he visto noche tras noche con ese imbécil, follando como animales, besándoos como si no hubiera mañana, ¡gritando su nombre!... Mi nombre no lo gritabas cuando estabas conmigo, Lola. ¿Tan poco te importé que a los días de dejarme ya estabas con otro?

Me perdí sus palabras, por el horror que me provocaba el hecho de saber que había estado ahí todo el tiempo, que me había espiado mientras hacíamos el amor, ¿qué clase de persona hacía eso? Sentí la bilis subir por mi garganta solo de pensarlo.

-Estás muy mal, Pedro. No puedo creer que hayas hecho esto...- dije, con los ojos llenos de lágrimas.

-Te sorprendería lo que soy capaz de hacer. Yo te lo dije, Lola. Tú vas a estar conmigo.

-Estás muy borracho, Pedro. Será mejor que te vayas. Mañana te vas a arrepentir de lo que estás haciendo.

-No, niña. -dijo, burlón. - Tú te vas a arrepentir de haberme dejado. Y ahora vas a venir conmigo...a ver si también gritas mi nombre.

No tuve tiempo de reaccionar. A pesar de su borrachera era rápido el desgraciado. Me agarró del cabello con violencia y me acercó a él. Su olor era nauseabundo y más lo era su aliento. Me besó a la fuerza, apretando sus labios con los míos y presionando su lengua para que abriera la boca. Intenté retorcerme y escapar pero fue imposible. Era muy fuerte. De repente me sentí una hormiguita frente a un despiadado niño que quiere probar su nueva lupa en un día soleado. Tenía que utilizar su borrachera a mi favor, o la cosa no terminaría bien.

Para llevar a cabo mi plan, aflojé mi tensión y terminé dándole paso a su lengua, a pesar de que las arcadas me invadían, y cuando la metió en mi boca, apreté mis dientes con toda mi fuerza, mordiéndolo como nunca había mordido nada. El dolor hizo que gritara y soltara el agarre de mi cabello, entonces intenté salir de mi departamento cruzando el living, mientras escupía en el suelo tras sentir el sabor de su sangre en mi boca.

No fui muy lejos. No llegué a avanzar unos metros cuando en un par de zancadas me agarró de nuevo, esta vez más fuerte. Me gritó mientras me ponía frente a él.

-¡Zorra puta! -gritó, y me dio una bofetada que casi me desmaya. Me la dio con el dorso de su mano, por lo que sus nudillos se estrellaron en mi pómulo derecho, provocando un dolor que me recorrió desde la punta de mis pies hasta el último rincón de mi cuerpo. Comencé a ver las famosas estrellitas, que no eran otra cosa que puntos de luz, provocados seguramente por la fuerza del golpe y el latigazo que sentí en el cuello. -¿Así que te gusta violento y fuerte, zorra? Pues te lo haré violento y se te van a ir las ganas de meterte con sudacas de mierda.

Me arrastró hacia el dormitorio, ignorando mis ruegos de que me soltara. Evidentemente estaba resuelto a hacerme daño, y en el estado que estaba era imposible intentar razonar con él. Nunca me había visto en una situación así. Siempre que veía una película las protagonistas saben qué hacer, pero para muestras basta un botón, pensé recordando mi fútil intento de desembarazarme de él mordiendo su lengua.

Cuando llegamos al dormitorio me empujó hacia la cama y se colocó sobre mí. «Por favor, por favor, Dios. No permitas que me haga daño», rogué intensamente. Él me tomó el rostro con su mano, mientras me aprisionaba con el resto de su cuerpo. Me pareció ver algo parecido a la compasión en su mirada, pero fue sustituido rápidamente por su clásico gesto autosuficiente.

-Quédate tranquila y será más fácil para ti. Yo tampoco quería que las cosas terminen así, pero no entiendes, Lola. Y ese hijo de puta que tienes por novio tampoco entiende. Cuando acabe contigo tendré que ir a hacérselo entender.

Me eché a temblar por lo que estaba a punto de pasar, y más aún por el miedo que me provocaba que fuera a hacerle daño a Salvador. Busqué en mi mente posibles escapatorias, pero estaba bloqueada por el pánico. Estaba resuelto a abusar de mí.

Pedro comenzó a besarme el cuello mientras sus manos buscaban las tiras de mi vestido para romperlas. Después de hacerlo se incorporó para desprender su pantalón y en ese momento se abrió una ventana de oportunidad. Era ahora o nunca. Con todas las fuerzas que pude juntar, levanté mi rodilla derecha y la estrellé contra su entrepierna. Juro que pude oír algo romperse. Probablemente lo había dejado estéril, pero poco me importaba ese hijo de puta.

Nunca había escuchado un grito semejante. Se cayó hacia mi derecha y comenzó a retorcerse del dolor. Ni siquiera paró a respirar, solo se quedó gimoteando sobre mi cama. Cama que tendría que quemar, porque de algo estaba segura: no me volvería a meter allí en mi vida.

Salté de la cama así como estaba y corrí a la puerta. Dejé atrás mi bolso, mi celular y mis zapatos. Cuando estaba llegando a ella, lo escuché gritarme y se me heló la sangre de pensar que me atrapara de nuevo.

-¡Ven aquí, hija de puta! ¡Te voy a matar! ¡Te lo juro!

Cerré la puerta y salí corriendo por las escaleras, descalza y toda desaliñada. Cuando estaba llegando a la puerta del edificio, estuve a punto de chocarme con Salvador, que venía entrando. Al verlo, fue como si un dique se rompiera y comencé a llorar sin poder parar de temblar, seguramente por la adrenalina que estaba abandonando mi cuerpo. Me puse frenética, y Salvador no paraba de preguntarme qué me pasaba. En medio de la penumbra de mi mente me di cuenta de que si volvíamos a mi departamento, la cosa se pondría peor.

-¡¿Qué ocurre, Lola?! Dímelo, por favor. ¿Quién te hizo esto?- preguntó, señalando mi pómulo hinchado y mi ropa. También tenía la cara cubierta de sangre, probablemente de Pedro, de cuando le mordí la lengua. -Vamos para adentro, ¿quieres?

-¡No! ¡No, por favor! No quiero entrar. Vámonos de aquí. Llévame a tu casa.

Salva asintió, preocupado. Me acarició el cabello y paró un taxi que pasaba por allí. Le dio la dirección de su casa y partimos para ahí. Recién cuando estábamos a varias cuadras pude apoyar mi cabeza en el hombro de Salva y dar rienda suelta a mi angustia.

Secretos en la AlhambraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora