CAPÍTULO IV Copas Amargas

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Me dirigí al cuarto de baño, indicándoles a mis acompañantes que tomaran asiento en los sofás dispuestos en la sala, cerré la puerta con candado, fue allí cuando me percate lo cansada que estaba. Encendí la luz, la habitación de cuatro paredes embaldosadas que formaban un cuadrado perfecto, era simple y estrecha, me dio la privacidad que tanto necesitaba, abrí el grifo del lavamanos, cogí agua fría con ambas manos, y enjuagué mi rostro, sentí el vital líquido deslizarse por cada centímetro de el, abrí los ojos y vi mi reflejo en el espejo frente a mí, tenía los ojos de un rojo escalofriante, estaban irritados de tanto llanto, deslicé el espejo a un lado para descubrir un estante que contenía todo tipo de medicinas, tome el frasquito de colirio y eché dos en cada ojo, luego devolví el gotero al interior del estante, lancé un último vistazo en el espejo, y mi mirada ya no era la de un vampiro de una película de terror, mis rojizos cabellos estaban esparramados de lado a lado de mi cabeza como un nido de aves salvajes. Tomé un cepillo de una cesta que estaba sobre el tanque del retrete para volver a darle a mi cabello el aspecto decente que merecía, cepillé dos veces mi gran melena, la que me recordaría siempre a mi madre, una herencia genética por parte de ella, ese color rojizo, cabellos ondulados, todo él me recordaba a ella, pasé mis dedos, lo acaricié, ya la extrañaba, emergió otra lagrima la cual sequé rápidamente, dejé el cepillo en su sitio, estiré mi blusa para alisarla un poco, y me miré otra vez en el espejo, siempre me había considerado una chica escuálida, mi rostro era ovalado, de piel pálida y llena de pecas, siempre trataba de cubrirlas con maquillaje, pero todo eso me tenía sin cuidado en el momento que pensaba en que ya no tenía mamá, de hecho, empezaba a amar mis pecas, sus pecas, mis ojos eran grandes y verdes con espesas pestañas, un rasgo que siempre había amado, mi boca era la fiel copia de la de mi madre, mi nariz era aguileña sin dejar de ser femenina, aunque me hubiese gustado operármela más adelante. Mi constextura era delgada, de un metro sesenta, mis pechos eran pequeños y mis cadera proporcionales, algo que amaba eran mis piernas, siempre fuertes y largas, pero de pronto, en este día, todo en mi rostro y cuerpo me parecía hermoso, no quería cambiar nada de él, sentía que si lo hacía perdería esa conexión con mi madre, de pronto había madurado en ese punto de una manera tan rápida que era imposible darle un argumento o un tiempo de comienzo y final ¿Cuándo sucedió? salí a la sala de estar, Ashley me esperaba con unas botellas de vino en la mano.

- ¿Sangría o un gran reserva? – Preguntó con una amplia sonrisa. – Tengo entendido que tu mamá coleccionaba vinos, y que mejor manera de honrarla que beber uno de su colección. -.

- ...

- Le dije que era imprudente... - Decía Wiliam.

- Sangría. – Respondí dejándome caer en uno de los sofás.

- ¿Ves Wil? Es tonto sentarse a llorar por un ser querido... - Explicaba Ashley luchando con el corcho de la botella. - ...cuando siempre fuiste feliz con él, llorar será hacer su ida hacia el cielo, mas tormentosa o triste, porque...

- Ya te dije que la abrieras, no hace falta que des explicaciones Ashley, está bien. – Dije viendo el cuadro de la pared del frente, una casa se distinguía sobre un bello pasto verde, con pequeñas florecitas blancas, y blancas montañas tras ella.

- Bueno, ya veo que están cómodas, me tengo que ir, fue un placer...

- ¿Por qué tan rápido? Tomaremos vino...sabes lo que dicen del vino...que... - Decía Ashley coqueteando como era costumbre, el corcho salió de la botella con un sonido hueco.

- Lo siento, no puedo quedarme, tengo cosas qué hacer. – Insistió Wiliam esta vez con una extraña expresión de nervios.

Busqué con la mirada el reloj del microondas, eran ya las cinco de la tarde, el sol empezaba a menguar, sin más, Wiliam se encamino a la puerta de la casa y la abrió haciendo que unas hojas de árboles secas entraran a la sala arrastrados por una brisa que empezaba a enfriarse, antes de irse Wiliam hizo un gesto con la mano indicándome que pasara llave a la puerta y cerró tras él, todo se sumergió nuevamente en un silencio sepulcral, Ashley tomó unas copas y las lleno con el líquido vinotinto, me facilitó una de las copas, tomé un largo sorbo. El vino estaba a una temperatura deliciosa, de alguna forma logró tranquilizar mis nervios y sentimientos, mi amiga sacó unos cigarrillos de su pantalón y me ofreció uno, en un abrir y cerrar de ojos la sala se había llenado de un humo fantasmal, la estancia era reconfortante, decorada con la delicadeza maternal que todo hijo ama, las paredes estaban pintada de un color salmón casi ocre, el piso era de madera pulida, había una estantería aquí y allá de libros (a mí padre le encantaba leer, algo que había heredado Anna, yo era más de televisión), el sofá donde había estado sentada era de cuero marrón con una calidad y larga cobija tejida encima, dos poltronas a los lados de madera con cojines de tela tejida, una mesa de vidrio enfrente, una vieja pero funcional televisión pegada a la pared contraria, al lado derecho de la puerta de entrada se encontraba la escalera que llevaba a las habitaciones, debajo de ella estaba la puerta que llevaba al sótano, justo frente a la puerta estaba la entrada a la cocina que no era más que un umbral sin puertas, idea de mi madre, que quería una estancia de espacio abierto, para darle un toque moderno a nuestra casa, dejando a la vista una pintoresca cocina, con azulejos y alacenas de madera rustica, un refrigerador anticuado, un horno moderno, una mesa redonda que se usaba como todo menos como comedor, en lo alto de la cocina casi rozando el techo había unas pequeñas ventadas rectangulares cubiertas con unas cortinas de encaje, el piso estaba cubierto de baldosines blancos que hacían contraste con la madera del salón, mi mirada recorrió cada tramo, cada detalle con meticulosa atención, saqué un cenicero de la gaveta que había debajo de la mesita de vidrio, descargué las cenizas en él, le doy otra calada al cigarrillo, para seguir con mi observación, nunca había reparado en los detalles más visibles de aquel salón, todo adorno, cada objeto me recordaba a ella ¿En eso nos convertíamos cuando moríamos? ¿En solo un recuerdo adherido a algo? El pañito de encaje arriba del televisor produjo una serie de flashbacks, calando en lo más hondo de mi corazón, me vi caminando con mi madre en un pasillo de una tienda de decoración buscando unos pañitos para adornar repisas y esas cosas, siempre que veía uno lo acercaba a mí para que le diera mi opinión, Anna reía sentada en el carrito de compra, ninguno me gustaba, entonces solo su opinión dio con el que se vería bien encima del aparato, y allí estaba, saludándome como si fuese una extensión de ella.

- Oye... ¿Y Anna? ¿Por qué no ha bajado? - Preguntó Ashley tras sorber una gran cantidad de vino sacándome de mi ensimismamiento.

- Sobre eso... - Di una calada al cigarrillo. - ...te lo explicaré luego -.

De pronto algo extraño sucedió, la casa se estremeció liberando un sonido ensordecedor haciendo que Ashley y yo gritáramos del susto, otro sonido quebró la atmosfera como un rayo, y el suelo vibró como un temblor, la botella de vino se bamboleaba sobre la mesita de vidrio, tomé por la mano a mi amiga y nos dirigimos al umbral de la puerta de la cocina, pensamos que era un temblor, y así como empezó termino, toda la casa quedo nuevamente en silencio, tragué saliva y me fijé que aun sostenía la copa y el cigarrillo que se había convertido en un palillo de cenizas, acerqué la copa a mi boca mientras observaba a Ashley que hacía lo mismo en ese momento, y antes se sorber, soltamos una carcajada, este día definitivamente era surrealista ¿Cómo pueden haber tantos desastres en la vida de una chica de diecisiete años? Otra vez esas reacciones impredecibles de la mente humana en aprietos, me dolían las costillas de tanto reír, no parecía cierto todo aquello, cuando la situación dejó de ser graciosa, ambas tomamos un sorbo del exquisito vino, pero este había dejado de serlo en algún momento, tenía un sabor amargo y a la vez a hierro, se habia convertido en una consistencia espesa, con mucho asco, ambas escupimos el contenido de nuestras bocas, mientras nos acercábamos a la nevera en busca de agua, bebimos directo de las jarras, y cuando el sabor había desaparecido de nuestos paladares, pudimos hablar.

- Tu mamá tenía muy mal gusto Aline...

- Esto es imposible... ¿Qué demonios sucedió con esa sangría? – Pregunté extrañada.

- Ni puta idea...estaba muy bueno... - Respondió Ashley.

- Y ese terremoto...es que...esto se cuenta y no se cree. – Reflexioné y volvimos a reír. – Vamos, acompáñame al trastero a buscar un trapeador para limpiar este desorden. –

El Diario de las Sombras (PRONTO EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora