CAPÍTULO III El Asesino

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Volví a la realidad. El lúgubre pasillo apareció nuevamente, Ashley seguía abrazándome, Wiliam se había acercado a nosotras para ayudarnos a colocarnos de pie.

- ¿Dónde está? – Pregunté suplicante.

- Está en la morgue... - Respondió el oficial Tremont.

- ¿Ya? Usted... ¿Qué le hizo a mi madre? – Grité tratando de zafarme de los brazos de Ashley y Wiliam.

- Yo no le hice nada señorita Aline, créame...las cosas son más complicadas que eso... - Respondió el oficial Tremont con tranquilidad.

Vi que mi padre aun no apartaba las manos de su rostro, caí en cuenta de la situación, él sabía algo más que yo ignoraba, por algún motivo zarandeaba a mi madre en la habitación donde estaba hospitalizada, en dos zancadas recorrí el tramo que nos separaba, aparté a los policías que lo escoltaban, y lo tome por la camisa obligándolo a verme.

- ¿Qué le hiciste a mamá?

- No...n...no seeee... - Dijo mi padre balbuceando y tratando de ocultar su rostro.

Solté su camisa y me aleje unos centímetros, sorprendida; cómo un ser puede dañar lo que más ama, cerré un puño y me abalancé sobre mi padre propinándole un gran golpe en su rostro, los policías me empujaron hacia atrás, mi padre cayó al suelo llorando, Wiliam me tomó por un brazo y me atrajo hacia él, para luego sacarme de allí. Llegamos al estacionamiento del hospital, donde nos esperaba una patrulla, mi mano latía de dolor por el puñetazo, observé como el rostro de Ashley se iluminaba (siempre había tenido la fantasía sexual de hacerlo en una patrulla), yo no podía pensar en nada en esos momentos salvo, sentarme a llorar o buscar a mi hermana. Todo el camino a casa fue incomodo e invadido de un silencio sepulcral, varias lagrima se deslizaban por mi rostro. Las calles de Varemy pasaban y pasaban borrosas por la velocidad, una pequeña ciudad al norte de un país al sureste de latino américa, Delta Río. Comprobé la hora en el reloj del tablero de la patrulla, eran las 2 pm, parecía irreal, gente yendo al cine, chicos sentados en las aceras fumando y bebiendo alcohol, chicas saliendo con sus novios de cafeterías de moda, niños correteando en parques, y yo, sentada en una patrulla camino a casa, ahora con un futuro incierto, con una madre muerta, un padre asesino y una hermana desaparecida, por alguna extraña razón esa perspectiva de mi vida me causo gracia, y me percate de una sonrisa en mi boca, había leído algo una vez sobre lo impredecible que puede ser la mente humana al enfrentarse a situaciones como esta, el cerebro puede llegar a causar un estado mental (parecido a un shock) en el que todo se vería simple y sencillo, hasta chistoso, de esta manera protegías su mente de algún colapso nervioso, como también podía proveerte de un sentido antimoral por llamarlo de alguna forma, en el que solo reparas en supervivencia y cosas prácticas, pero este último no era mi caso, de hecho, mi vida había dejado de ser poco práctica. Pasamos frente a un bar donde Ashley y yo nos habíamos colado por la puerta trasera que nos había abierto el Barman que salía con Ashley hace dos meses atrás, recuerdo haber bailado con un chico apuesto que iba al instituto, tenía un tatuaje en lado izquierdo de la garganta, un arabesco, era como diez centímetros más alto que yo, llevaba aretes, sus ojos eran marrones casi negros, tenía el cabello largo que se le escurría a ambos lados del rostro como dos cortinas, tenía una barba incipiente que le sumaba edad y lo hacía más atractivo, bebimos y fumamos hasta las tantas, luego no supe más nada de él cuándo accidentalmente vomite sobre su camiseta de RAMONES, volví a sonreír, la verdad es que era una idiota en pensar salir con un sujeto tan básico y estereotipado, pero para mi sorpresa, amargamente añoré aquellos tiempos, sin preocuparme de nada salvo agradarle al sujeto que tocaba en una banda mediocre y le regalaban tragos gratis en un bar de mala muerte en una pequeña ciudad congelada en el tiempo.

- Señorita Ashley ¿Dónde la dejo? – Preguntó Wiliam.

- No lo sé aún...Aline, amiga, ¿quieres que me quede hoy contigo a hacerte compañía? – Ofreció Ashley rompiendo mi burbuja.

- Si, está bien. – Respondí mecánicamente.

Wiliam condujo por un par de calles, Varemy era un ciudad pequeña con una población de 110.000 habitantes, un infierno en toda su extensión, todos se conocían y los chismes corrían como pólvora quemada arrastrada por el viento, se vivía de muchas actividades de cultivo y pesca, por ende, tecnológicamente no era muy avanzada y ni hablar de su infraestructura, solo habían cuatro edificios que se extendían hasta diez pisos por encima de nuestras cabezas, dos centro comerciales, un par de cadena de supermercados. Algunos la llamaban la ciudad fantasma, otros le decían ciudad de sirenas, porque si en algo destacaba la ciudad, era en sus hermosas mujeres, una de las pocas ciudades de Latinoamérica donde se podía presenciar las cuatro estaciones del año, algo que me hizo recordar la noche anterior, busqué rastros de nieve en la calle, pero no había nada ¿Y si estaba en un sueño o pesadilla? Decían que para despertarse de una había que pellizcarse, lo cual hice, pero allí seguía la realidad, burlona e implacable, llena de energía mientras me aplastaba y rompía mi corazón en pedazos, recordé a Anna jugando en el parque por donde pasábamos en ese instante, llena de vida, con coletas como dos flamas a ambos lados de su pequeña cabeza, reía y corría de un lado a otro con ojos centelleantes, el corazón latió dolorosamente en mi pecho ¿Dónde estas Anna?

De pronto habíamos entrado en el vecindario donde vivía, Wiliam aparcó la patrulla frente a mi casa, era pequeña, de ladrillos pintados de un azul pastel, el porche era adornado por un cuidado jardín al lado izquierdo el cual había sido levantado por las delicadas manos de mi madre, el césped del lado derecho cuidadosamente podado estaba húmedo dándome la tranquila sensación de que no me había vuelto loca, sí había nevado, solo que el implacable sol había derretido la nieve en un abrir y cerrar de ojos, la casa estaba oscura, solo estaban encendidas las luces del garaje, lancé una última mirada a Wiliam, sin decir nada bajé del auto, el aire estaba cargado de polen, humedad y vapor, el asfalto estaba lleno de surcos de grasa que se extendía en una colorida mancha, las vecinas de enfrente, dos hermanas ancianas, conversaban en el porche de su vieja casa, detuvieron su debate para observarme con afligidas miradas, ya la pólvora quemada había llegado hacia su rellano, aparté la mirada para no verme en la obligación de saludarlas, entonces sentí la puerta trasera del auto, Ashley había bajado, se detuvo a mi lado, no había previsto lo difícil que sería volver a mi casa, sin mi madre y hermana, caminé el tramo que llevaba a la puerta de entrada, giré sobre mis talones para hacerle un gesto de despedida al amable policía, pero nos había seguido.

- ¿Puedo quedarme unos minutos mientras se ponen cómodas?

- Em...Wiliam...es mi casa, me sentiré cómoda. – Respondí sarcásticamente.

- Insisto...

- Está bien. – Se adelantó Ashley guiñándome el ojo.

Wiliam que llevaba mi maleta, sacó del bolsillo delantero de la misma una llave que se me hacía muy familiar por el llavero que la adornaba, era una muñeca de goma que me había regalado Anna en mi cumpleaños número quince, me la facilitó para que abriera la puerta, lo hice, del interior de la casa salió un aire cálido causado por la calefacción que aún seguía encendida, fui la primera en pasar, me encaminé al interruptor de la calefacción que se encontraba cerca de la entrada y la apagué. El último en pasar fue Wiliam, que cerró la puerta tras él y dejó la maleta a un lado para colgar su abrigo en una percha que tenía a su lado.

El Diario de las Sombras (PRONTO EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora