| VEINTIUNO |

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|| LIA ACKERMAN ||

Tengo hambre. Tengo mucha hambre. Mi estomago ruge y mis tripas se retuercen indicándome que se están devorando entre ellas porque desde hace no sé cuántas horas no les doy alimento.

Estoy retrasada. Tengo la entrega de cien bocetos para mañana y no llevo ni la mitad. Los ojos me arden y los parpados me pesan horriblemente.

Siento la mano entumecida y ya no puedo moverla con agilidad y destreza. Pero, tengo que continuar.

Me tomo veinte valiosos segundos para hacer ejercicios de respiración y continuar con mi tarea. Sabía que estudiar Diseño Gráfico no iba a ser todo color de rosas, me gustaba la carrera... si, era lo que quería.

Pero a veces las cosas que queremos son las que más se nos dificultan. No sé en qué momento dejé de disfrutarla. Los primeros meses eran tranquilos, divertidos. Pero luego, todo se fue al carajo. Era como que si un segundo estuvieses viendo un arcoíris pero luego solo vieses nubes grises que traían tormentas.

Lo peor de todo es, que la carrera no es el problema. El problema soy yo.

Vivo en una constante presión impuesta por mí misma que muchas veces no me deja respirar. Tengo que terminar todo, tengo que entregar todo. Todo debe de estar impecable y bien hecho, porque sino no servirá.

La semana pasada en la entrega de un dibujo a lápiz, me había sacado ocho porque había entregado la hoja un poco sucia. La razón fue que tenía tanto sueño cuando la hice, que ya no podía distinguir bien los borradores y ocupé uno que había hecho un desastre en mi hoja con manchas de tiza.

Traté de solucionarlo a la mañana siguiente pero ya solo conseguía dañar el papel. El ocho había sido... Como una bofetada en la cara a las seis de la mañana. No, había sido como... Como cuando tienes mucha hambre y llegas a casa y hay comida que no te gusta.

O cuando el clima está a más de treinta y ocho grados y tu madre prepara caldo de pollo.

Sabrina, una chica de mi clase había sacado diez. Y si, la bofetada se sintió más fuerte y el caldo más caliente. Aún recuerdo que mi maestra me había dicho: —Señorita Ackerman, es un buen trabajo pero que lo entregara así de sucio por confundir borradores es decepcionante.

Decepcionante.

Prefiero que alguien me bañe con agua hirviendo en verano a escuchar que he decepcionado a alguien. Lo peor, me he decepcionado a mi misma.

Me tragué las lagrimas y el nudo en la garganta cuando regresé a mi mesa de trabajo y recuerdo que Sabrina se acercó a mi para preguntarme si estaba bien. La odie en ese momento.

¿Acaso se burlaba de mí? ¿Me quería restregar su diez en la cara?

Siempre se acercaba con esa sonrisa tímida y esos ojos de borrego arrepentido para tratar de hablar conmigo cuando está claro que es la ultima persona con la que quisiera hablar.

¿Cómo es que todo le sale tan perfecto a ella? Nunca se equivoca, nunca se saca menos de nueve y si lo hace, ni siquiera le importa mucho.

Ese día regresé a casa casi que escondiendo mi dibujo en mi espalda para que mamá y papá no vieran el enorme ocho escrito con color rojo. Pero cuando entré fue lo primero que vio mamá.

—¿Un ocho? ¡Amor felicidades! Es el dibujo más bonito que he visto en mi vida—. Mamá lo observó con un brillo en sus orbes y me tragué el nudo en la garganta pensando que a las mamás se les daba bien fingir. —Lo guardaré juntos con los otros trabajos increíbles que has hecho... Estoy segura que cuando te gradúes y seas tan exitosa como ahora, los veremos con mucho orgullo.

Una vida juntos || +18 🔥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora