La plática sigue su camino entre Ditso y yo; sin embargo, ahora estoy más que preocupado por Carmen. Estoy aterrado. Jamás me lo perdonaría si me llegara a enterar de que yo tuve complicidad con la muerte de mi hermana. Ojalá, por alguna exuberante razón, Carmen esté sana y salva. Por lo mientras, tengo que continuar viviendo temerariamente, a sabiendas de que mi hermana puede estar en peligrosas condiciones.
El tiempo avanza de la manera en que Jiggla dijo que es vivir como explorador: comemos, seguimos explorando un rato más y finalmente regresamos. Una jornada agotadora pero emocionante. Si así de interesantes serán todos los meses, puedo decir con firmeza que ser explorador fue la mejor decisión que pude tomar. Claro, es sólo un día, y se viene una avalancha de miles de días, si es que sigo con vida.
Casi en el momento en que bajamos todos del jet, ya de regreso en la llamada sede, mi mente da un golpe de timón y se empieza a refugiar en el terrorífico suceso de la criatura alada, en la piedra en específico. «¿Será bueno conservarla únicamente para mí?», me pregunto, y mi respuesta inmediata es no. Por mi cuenta, lo único que averiguaré serán datos paupérrimos que no me servirán de nada. En cambio, si comparto mi conocimiento del infame animal con alguien más, es probable que se pueda desencadenar a medias cierta información oculta. Puedo estar mal, pero es intentarlo o desperdiciarlo. Y en cuanto a la persona a quien debería abordar, creo sin dudas que es Jiggla, una mujer que, puesto que es la afamada jefa de un equipo de exploración, puede tener ciertas referencias y acercamientos relacionados con el esqueleto del orangután volador.
Una vez teniendo claro quién es la persona indicada, pienso ahora en qué es lo que me gustaría platicarle. Entre los tópicos, el que más me interesa es el de la misteriosa piedra, pues la criatura puede ser algo tan sencillo como un animal que desconocía y que murió ahí, enterrado producto de la erosión. Pero la piedra con un mensaje de rabia escrito en ella es toda una historia detrás implicada.
Cuando mis pies tocan la sede, solicito con miedo un momento a solas con Jiggla, quien felizmente accede de buena gana. Nos metemos en una de las muchas salas subterráneas.
—¿Qué pasa? De seguro te vienes a quejar de que todos tus compañeros son unos peleles que siguen mis órdenes. —Ríe, y cierra la puerta del cuarto en que nos encontramos solos. Tierra en el suelo y paredes amarillentas, como en todos lados.
—No es nada por lo que preocuparse. Sólo quería mostrarte algo —lo digo tan tranquilo y relajado como puedo, y tengo éxito: sueno como si estuviéramos conversando de un tema trivial.
Le entrego en las manos mi reciente adquisición.
Jiggla lee repetidas veces cada rupestre palabra que hay en la piedra, frunciendo el ceño.
—¿Dónde encontraste esto? —Su voz deja a relucir que está preocupada y confundida, pero no lo suficiente como para que me transmita la emoción.
—En el bosque... —Intento recordar su nombre—. En ese bosque en el que no pasa el tiempo al adentrarte y que está cerca de la Z.I. del País 42, no creo que lo ubiques.
—¿Y por qué te tienes que estar metiendo en lugares de ese tipo? —Zozobra a la vez que arquea sus cejas blancas. Por su tono, parece que habla en son de broma.
—Tenía que explorar, y no se me ocurrió algún lugar más tranquilo que un bosque frondoso —me justifico—. Estaba enterrada junto a una criatura monstruosa de aspecto repugnante que albergaba unas alas blancas y pegajosas. Muy fea y asquerosa, la verdad. —Mi expresión de remilgado prende algo en la mente a Jiggla.
Sus globos oculares se transforman en obsidianas. Claramente su respiración cambia, no drásticamente, pero lo suficiente como para que alguien se dé cuenta a simple vista.
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Tumor (Keykeeps #1)
Science FictionAño: 2140 Desde hace décadas, un extraño material ha estado cayendo a la tierra: la gente lo ha adoptado como Tumor. Cada año, los jóvenes pobres de diecisiete años son enviados a esta misteriosa zona para que puedan así explorarla y descubrir...