CAPÍTULO 30

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—Tenía una pequeña chispa de esperanza de que lo que oí de usted fuera un vil malentendido; ahora todo es oscuridad —le expreso al dirigente, esta vez con una sensación de timidez pero también con firmeza.

Mientras tanto, él empieza a darle sonido a su horrible sonrisa. Comienza a reírse en voz alta de una manera muy espantosa. ¿Qué habrá detrás de las sonrisas enigmáticas que, naturalmente, forman algunas personas? Es algo que nadie sabe y, en realidad, no se tiene por qué saber.

Vislumbrar la demencia contenida en sus ojos es el arranque para que me comience a alejar. Ya no quiero ver más a esta enferma criatura que sólo provoca trémulos de miedo en mis manos. Deseo muy fuertemente que llegue el día en que, según la conversación que oí, el dirigente de Utopia City deje de suministrar agua a esta fea ciudad; a ver si así el dirigente aprende una lección.

—¡Joseph! ¡Ven! —me grita cuando ya estoy alejado de él. Suelta las ultimas risas de la serie—. Te necesito para algo.

—¿Para qué? —pregunto, sin molestarme en girar mi cabeza. No quiero más distracciones; quiero volver al jacuzzi con agua caliente.

—Haré una transmisión en vivo en la cual advertiré a la prole que no vuelva a hacer esta misma insensatez de intentar acercarse a Steel City. Tal vez necesite tu participación. Quédate aquí.

Ante tal frase, mi primer pensamiento es decirle que no, pues ahora tanteo con más discernimiento las inmundas intenciones del dirigente; pero esta idea se desvanece cuando aguzo mi creatividad y se me ocurre un ingenioso plan: no decir durante la transmisión tal cual lo que el dirigente me ordene. Tal vez podría decir algo para que los feos desesperanzados pierdan toda la mucha o poca confianza que tengan en mí y se puedan aseverar de que el discurso sobre la nube que di no es más que puro cuento. De esta forma, haré que sigan con la idea de que, si no hacen algo al respecto, sus vidas serán destruidas por torpedos, se irán al vacío. No entiendo exactamente qué creen con insistencia y partida doble que hay detrás de la nube morada, pero si es su misterio lo que les da el empuje para poner manos a la obra, adelante, ¡que sigan así!

Doy la vuelta para mirar al dirigente y afirmar su petición (que seguramente él ya daba por afirmada), y entonces veo que viene llegando hasta mí el hombre pecoso que intentó acusarme hace unas horas por usar la máquina de la calle.

—¿Qué creías? ¿Que ya se me había olvidado tu delito? —me inquiere él, haciéndome añicos con la forma en que me observa: como un ladrón experimentado a un rico con déficit de atención—. ¡La dirección!

—Te puedo escuchar —responde el dirigente.

—Este mocoso estuvo averiando varios instrumentos de la ciudad. Además, intento desactivar la seguridad de la ciudad. Por si fuera poco...

—Eso no tiene relevancia ahora —replica el dirigente con neutralidad—. Puedes salir. Hay asuntos dadores de pan por solucionar.

Con certeza puedo decir que la persona quiere lo peor para mí. Lo noté cuando empezó a mentir. ¿Envidia? Quién sabe, pero personas con actitud como la de él abundaban en este planeta. Qué bueno que el dirigente ya lo ha corrido. El cuarentón sólo se quedó con cara de «lo blasfemé a montones y ni así hizo el dirigente algo al respecto».

Voy a la sala con suelo estrellado y paredes cableadas: la sala de grabación. La misma en que fue grabado el discurso para aclarar la historia de la nube. Ahora, a diferencia de esa vez, vengo para jugar bien mis cartas.

El dirigente se encuentra acomodando y ajustando el equipo de grabación. Tal parece que ahora no habrá soldados ni máquinas inteligentes que nos brinden apoyo.

Tumor (Keykeeps #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora