CAPÍTULO 19

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Me quedo petrificado. La casi inexistente tranquilidad que hay en mi cabeza explosiona como una avioneta desplomándose en el cielo. Lo único que quiero hacer es salir corriendo de este enloquecedor bosque y nunca en mi vida volver. Sin embargo, no puedo moverme tanto como quisiera. Estoy... No sé cómo estoy; mareado, descontrolado..., no lo sé. La única actividad coherente que se forma en mis asustadas neuronas es dirigirme al jet para solicitar ayuda, así que eso hago. Echando piedras detrás de mí para saber con más facilidad la ubicación de Jiggla, troto con todas mis fuerzas con Kev y la perrita en mis brazos. Esquivo ramas caídas y densos troncos. Esquivo plantas extrañas y tierra acumulada. Felizmente, a pesar de que el bosque es enorme y está sumergido en una densa niebla, logro salir en unos treinta minutos con sólo ponerle atención a un sentimiento raro de soledad.

Subo al jet y aupo a los perros para colocarlos en una delgada repisa. Como buenos niños, se quedan ahí e incluso se duermen. Mientras tanto, me apresuro y tomo una clase de dispositivo que yo supongo que es para comunicarse. Llamo al primer número que aparece en pantalla. No sé en lo absoluto quién es. Sólo sé que necesito ayuda en este preciso momento.

La llamada entra. Ni yo ni la persona al otro lado de la línea hablamos. Un frío silencio se forma. No sé qué decir.

—¿Cariño? —me dice una voz tranquila; pero yo la oigo en forma de riposte—. ¿Todo bien?

¡Rayos! ¿Será su mamá? ¿Su tía? ¿Su abuela? Ojalá que no.

—En realidad... no soy Jiggla. Lo que pasa es que ocurrió un accidente —casi tartamudeo. Quisiera colgar en este mismo momento la llamada; ya no deseo adjuntar más datos al respecto.

—¿Y Jiggla? —Se sobresalta la persona—. ¿Están bien?

—Está aquí conmigo, pero...

«Dilo de una vez, dilo de una vez...»

—La verdad es que ella está mal. —Trago saliva.

Al decir esto, oigo a la persona detrás de la línea llorar casi en silencio. Me siento de lo peor. Soy culpable de todo esto. Pude haber usado más fuerza para detener a Jiggla o al menos haber tratado de convencerla a duras penas de no hacer lo que la dejó inconsciente. Pude... Tan poco tiempo siendo explorador y ya he causado un enorme problema, y no es cualquier cuestión de clase «ensucié el piso»; es de clase «por mi culpa puede guindar el sable la mismísima jefa».

—¿Y..., y dónde están? —pregunta la mujer después de un periodo. Su voz me desgasta.

—En el Bosque Vechnyy, en el Tumor. Necesito ayuda de inmediato, por favor. No sé qué hacer. Bosque Vechnyy, cerca de la Z.I. del País 42.

—Ahora llamo al equipo de médicos. —Solloza—. Por favor, haz lo posible para que mi niña sobreviva —habla agitadamente—. Sin ella..., sin ella no sé qué haría.

No puedo ni hablar. El nivel de culpabilidad que siento ahora mismo es enorme e inquebrantable. Muy posiblemente seré cesanteado de Utopia City por haber complotado contra Jiggla de una manera inconsciente.

—Sí, señora... —mi voz sale ahogada—. Lo siento mucho —replico, pero la mujer ya no está en la línea.

Dejo el dispositivo en su lugar y me pongo a cranear seriamente en la seriedad de lo que ha pasado: antes de concluidas las veinticuatro horas desde mi llegada al Equipo Zafiro, la vida de la jefa del gremio de exploradores está en peligro gracias a que pasó por alto la advertencia del cordón; y, por consecuente, fue atacada por una nube tóxica de origen desconocido. Vaya... ¡Qué inverosímil resulta todo esto para mi mente!

Tumor (Keykeeps #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora