CAPÍTULO 33

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Elucubro bien las palabras de Katie, ansioso. En la bóveda de arista... Pero ¿cómo la encontraría si la ciudad es enorme? Mi mejor opción es dirigirme a la persona que conoce Steel City como a su propio cuerpo: el dirigente. Quisiera darle esquinazo a veces (por ejemplo, en este mismo momento), pero no hay lugar para berrinches.

Voy hasta el Palacio Gubernamental, con mi mente dando vueltas mientras camino.

Entro con frío al principio, pero se me pasa cuando recuerdo la importancia que tendría para mí volver a ver a Carmen. Sería maravilloso.

—Sé más específico; hay muchas bóvedas en esta ciudad —me replica el dirigente después de cuestionarlo.

—Una bóveda de arista, es todo lo que sé. —Hago una nota mental para después conversar con él acerca de Katie. Ahora importa muchísimo más el asunto de Carmen.

—Fidelidad, una impresión de la ruta a la bóveda de arista —dice el dirigente a su dispositivo de tungsteno de la muñeca. En instantes llega el soldado con una tablilla que me indica claramente el camino que tengo que seguir.

El dirigente oprime un botón ubicado en la lateral que convierte el mapa bidimensional a uno tridimensional, facilitándole más las cosas a mi visión. Me parece una función certera para un mapa. Sin dudas, una herramienta más eficaz para llegar a tu destino que otra clase de sistemas de localización.

—¿Me la puedo llevar? —pregunto; el dirigente asiente. Inhabilito la función de tres dimensiones, y Vaporadora Descompuesta, o Fidelidad, me sugiere accionar una palanca que hay al costado para hacer la tablilla pequeña cuando esté en desuso. Lo hago y veo cómo se encoge en un parpadear de ojos. La guardo en mi bolsillo—. Gracias —digo para luego bajar las escaleras y marcharme.

Camino a paso lento pero firme por las banquetas de la ciudad, la cual está muy tranquila el día de hoy; no hay ni un ápice de tráfico. Sólo alcanzo a apreciar unos cuantos soldados y máquinas yendo de aquí para allá, y a cada minuto un transporte, ya sea terrestre o aéreo, pasa por mi ángulo de visión.

Gracias a la tranquilidad externa e interna, me planteo el ir a desayunar (o comer o cenar, quién sabe) a un restaurante de comida rápida, pero me esclarezco a mí mismo que estoy en una misión importante que se podría echar a perder si no actúo con pericia. El estómago puede ser llenado tanto como quiera en otro momento más adecuado.

«¿Estará en lo correcto Katie?», me surge la duda. Al último se enfadó conmigo, y nada le hubiera costado mañear un poco y decirme una mentira. ¿Pero qué pierdo si le hago caso, de todas formas?, y, en cambio, ¿cuánto no podría ganar? A lo mucho en la bóveda de arista se podría encontrar un museo de antaño incomprensible para mi desconocedor cerebro. No habrá una trampa de leones rugientes y hambrientos.

Echo un vistazo rápido al plano de la ciudad y la ruta para llegar a la bóveda indicada. Me quedan menos de dos avenidas. Las camino con agilidad, y entonces llego. La estructura que yace delante de mí es muy similar a la de los pocos museos que he visitado. Es una estructura gris con forma curva. La soledad en que se encuentra la zona que la rodea me asusta un poco. No hay absolutamente nadie al alcance de mi vista. Además, la altura de los edificios que puedo ver no rebasa ni tantito la altura de los que se encuentran en el centro. Con trabajos tienen veinte pisos, y la mayoría ya no se conecta con otros ni tienen aparatosos aditamentos en las cúspides. Todo esto es claramente una señal de que estoy muy cerca de la frontera, y para reforzar esta idea, a unos metros puedo ver una capa casi transparente; seguramente el domo que protege y controla las condiciones meteorológicas de Steel City.

Tumor (Keykeeps #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora