Sinceramente me da un poco igual su desaparición, tanto que el anuncio me deja inalterado. No era de mi agrado. Lo que realmente me concierne es la posibilidad de que esto tenga algo que ver con el problema de Jiggla y el keykeep.
—¿Cuándo fue la última vez que lo vieron y cómo fue? —pregunto, infestado de interés en saber qué fue lo que ocurrió.
—Habíamos acabado la cena —contesta Mary—. Cada quien se fue a sus respectivas habitaciones, y entonces empecé a oír gritos muy lejanos, casi imperceptibles. Llamé a todos para contarles, y entonces me di cuenta de que Carlo faltaba.
Un silencio de respeto se forma. Lo único que me perturba es que existe la posibilidad de que nos ocurra lo mismo a cualquiera de nosotros, incluyendo a Charli... y a mí. Finalmente, creo que la desaparición de Carlo está vinculada con la SAE, pues la sede está circunscrita en todo el rededor por un vasto desierto, y ellos invadieron nuestra privacidad cuando posaron su enorme máquina en la azotea. Lamentablemente, la aeronave ya partió hace un rato.
—Lo malo es que, al igual que con lo de Jiggla, creo que no hay nada que podamos hacer —comento.
Por milésima vez, anhelo estar en casa; aunque con problemas, pero con relativa tranquilidad. No quiero estar arrastrando la carga de la desaparición de Carlo, la posible muerte de Jiggla, la desconexión con Carmen y Katie... ¡ya es mucho para un cobarde cuerpo como el mío!
—Pues sí. Creo que tiene razón Fest... —comenta Charli, sacudiendo la cabeza y resoplando—. Chicos, ya debemos irnos a descansar. Por el momento, no hay solución.
—Exacto, eso es lo que he estado diciendo desde hace minutos —dice una chica bajita que tiene labios inflados quirúrgicamente—. Ya hay que descansar.
Muchos no parecen del todo convencidos de dejar las cosas así como así, incluyéndome. Si yo fuera el desaparecido, me gustaría que hicieran lo que sea por encontrarme. Pero bueno..., no hay de otra.
Al final, cada quien se va con su respectivo compañero de cuarto a su habitación. Por alguna extraña y tonta razón, no tengo nada, pero absolutamente nada de sueño. El poco que tenía hace algunos segundos se esfumó por completo.
Ditso cae dormido casi de inmediato, así que procuro no provocar mucho ruido. Como no me quiero recocer con las cosas buenas que alguna vez pasaron en mi vida, no me queda de otra más que leer, y leer, y leer más. Me funciona hacer esto cuando no tengo ni un gramo de sueño. Tal vez porque es una actividad que requiere únicamente de un esfuerzo mínimo, siendo así una cosa perfecta para realizar antes de dormir.
Prendo una pequeña lámpara y comienzo a sumergirme en las letras del libro que Charli me prestó: «Tremendo pero bueno», por Jamie Deide. Al principio no tengo ni la menor idea de qué libro es ese, pero luego recuerdo que es un clásico que salió ya hace unos cuarenta años. Desde hace mucho he tenido ganas de leerlo, pero por una u otra razón no lo he hecho.
La trama del libro no es una en específico. Sólo sigue la vida de un adolescente de catorce años que, como cualquier joven y como cualquier persona, su vida está repleta de problemas. El libro abunda en papel, pero aun así se me pasa rapidísimo el tiempo. Prácticamente lo vengo acabando en tres horas y media.
En todas las novelas encuentro siempre una frase que me encanta, y ésta no fue la excepción. Hubo una que me gustó muchísimo. Omar, el personaje principal, está en una clase de matemáticas aprendiendo sobre ecuaciones, y en eso su mejor amigo hace un comentario de la nada: «¿Te imaginas qué pasaría si todas las "x" tuvieran respuesta? Estaría muy loco; el mundo explotaría».
El libro acaba dando una pequeña explicación medio rara (que no entiendo muy bien) del porqué del título:
«El miedo nos acecha a la hora de atravesar las cosas fuertes, las cosas tremendas. Pensamos que son tabúes de carácter autoritario cuando son sólo simples anécdotas vehementes. Lo loco está interesante. Lo tremendo es bueno.»
Cuando leo la última letra decido dormirme. Ahora sí he acumulado un poco de sueño, pero tal vez no el suficiente como para evitar que pensamientos externos inunden mi bienestar; así ocurre. El primero de este tipo sucede cuando la desaparición de Carlo me comienza a preocupar. No quiero y no puedo y no debo dejarlo todo así sin resolver. Indagando más (no limitándome a un simple «no hay nada que se pueda hacer»), sé que hay al menos un par de opciones que podrían ayudar a Carlo a venir de vuelta. Decido que tal vez lo mejor sea hablar con la SAE, así que me levanto sin hacer ruido, bajo las escaleras y camino de puntitas hacia el inusual teléfono de la sala principal, tratando de no causar escándalo.
Digito el último número que ha sido marcado, pues se supone que la última llamada hecha fue la que realizó Charli hacia la SAE.
Responden de inmediato.
—Buenas noches. La SAE. ¿En qué podemos servirte?
—Quería reportar una desaparición. —«Una desaparición que estoy casi seguro de que ustedes ocasionaron.»
Nadie contesta. Se oyen murmullos del otro lado de la línea.
—¿Cuál es el nombre del desaparecido?
—Carlo, del Equipo Zafiro. No recuerdo sus apellidos.
Se oye a través de la línea que alguien arrebata el teléfono a la persona que lo sostiene. Me sobresalto por el ruido estentóreo que mi oído recibe.
—Es posible que nunca lo vuelvan a ver —responde un hombre con una voz gruesa—, y no lo busquen; sólo perderán su tiempo, pues lo tenemos nosotros.
Cuelga la llamada antes de que pueda pedir algo.
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Tumor (Keykeeps #1)
Science FictionAño: 2140 Desde hace décadas, un extraño material ha estado cayendo a la tierra: la gente lo ha adoptado como Tumor. Cada año, los jóvenes pobres de diecisiete años son enviados a esta misteriosa zona para que puedan así explorarla y descubrir...