𝔖𝔦𝔫 𝔯𝔞𝔷𝔬́𝔫 𝔞𝔩𝔤𝔲𝔫𝔞

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⚠️Advertencia de violencia física⚠️

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Hattori ayudó a Joanne a bajar de la escalera después de vertir la sustancia y cerrar bien el tanque. Ahora solo les quedaba esperar a que estuviera lista. Retiraron sus mascarillas anti-gas, bajaron hasta la cintura los trajes protectores y tomaron asiento en la pequeña sala improvisada que armaron con cajas y barriles de metal, pues aún no les daban los muebles que pidieron para tener un espacio más cómodo donde esperar.

—Sí que es cansado todo esto —observó Hattori.

—Ni cómo negarlo —admitió Joanne—. Es por la gran cantidad que hacemos, si fuera un laboratorio pequeño sería más fácil todo.

—Eso sí, pero haríamos menor cantidad y tardaríamos más tiempo. —Joanne no lo negó.

—Hattori —se recargó en el asiento—. Desde el primer día que me dijeron que serías mi ayudante me entró una duda ¿por qué no te pusieron a ti a hacer esto en primer lugar?

—Porque yo no tengo los conocimientos suficientes como tú. Es decir, sí puedo hacer metanfetamina sin ti. Lo he hecho antes en un laboratorio improvisado, pero nunca podría quedar tan pura como la tuya. Yo no he ganado mil premios por mis conocimientos químicos ni nada. Eso es lo que te da la ventaja.

—Gran ventaja, a mi parecer. —Hattori provocó que el nivel que sentía Joanne de superioridad incrementara—. ¿Qué estudiaste? Me estas dando a entender que químico no eres.

—Negocios —respondió—. Quería estudiar química desde la secundaria, pero no pasé el examen de admisión en tres ocasiones. Mi mamá prácticamente me amenazó con que sino entraba a estudiar algo de inmediato, me correría de la casa. Así que me fui por mi segunda opción. Estas frente a un licenciado en negocios que terminó ayudando a una niña de 20 años a hacer metanfetaminas. Vaya vida, uno siempre termina haciendo lo que le hace feliz, aunque sea como un sirviente y nada menos, pero si es el tuyo, no tengo problemas.

—Veintitrés. Tengo veintitrés años —corrigió.

—Todos los días aprendemos nuevas cosas, sigues siendo una niña.

—Sí y tú ya eres un anciano, supongo —bromeó—. ¿Cómo fue que te uniste a Bonten?

Antes de hablar, Hattori meditó en si era bueno o no contarle la verdad. Joanne tomó un trago de su botella de agua que estaba sobre la mesa elaborada con cajas de cartón.

—Cuando salí de la universidad trabajé en un empresa, tres, casi cuatro años y ahí conocí a Takeomi. La empresa donde trabajaba tenía negocios con Bonten y el encargado de llevar esos negocios era él. Yo era como el secretario del encargado de la empresa y siempre me llevaba con él a las reuniones que hacía con el señor Takeomi. Nos hicimos amigos, con el tiempo muy cercanos. Eso hizo que cuando Bonten descubrió que la empresa estaba haciendo negocios a sus espaldas con otra mafia, además que poco a poco los había empezado a estafar, me dejara vivir y unirme a ellos.

—Hay algo sospechoso aquí —interrumpió Joanne mientras analizaba la situación—. Algo me dice que tú fuiste el chismoso, a no ser que se trate de una bonita historia de amor.

—Bueno, tenía que salvar mi pellejo de alguna manera —admitió—. Quizás borracho mi lengua habló más que mi cabeza.

—Puedes decir eso en lugar de decir que fue porque Takeomi te tenía mucho aprecio —rio.

—Eso no es mentira. En realidad si fue gracias a Takeomi que me pude librar de esa, además de que les avisara. Si él no hubiera abogado por mí, me hubieran matado junto con los demás. No hay duda, él mismo me lo dijo.

Back to Black I BontenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora