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Las piernas le dolían después de correr alrededor de 3 km lo más rápido que podía, tenía ligeros espasmos que le hacían reducir la velocidad, pero entre más lento iba, más rápido ss dirigía a la muerte, no fue hasta que una imponente estructura que se elevaba me dio las fuerzas que necesitaba, soporto los calamares y evito tropezar, faltaba tan poco, solo tenía que esforzarse un poco más.

El rugido detrás de la chica la hizo exigirse a si misma más de lo que realmente estaba en sus posibilidades dar, corrió con aún más fuerza y trató de gritar por ayuda pero era como si se hubiera quedado sin voz como si todo su esfuerzo se hubiera ido hacia sus piernas que ya no le quedaba voz, algo irónico sin duda, ya que su poder se enfocaba en la música, era un hada de la mente, sí, pero controlar el sonido era lo que mejor podía hacer, la ironía de su muerte sería morir sin hacer ningún sonido y parecía que así sería cuando sus piernas por fin cedieron al descanso y cayó sobre sus rodillas en un golpe seco, la criatura que había estado siguiéndola por fin pudo acercarse como si hubiera estado esperando este momento desde hace días, hambriento de sangre nueva que probar.

Por suerte para la joven hada, un grupo de chicos que se hacian llamar especialistas la habían visto caer cerca de su escuela y es que este grupo era especial, siempre dispuestos a dejar un par de bocas abiertas ante sus increíbles hazañas, la observaron con atención asegurándose que no era una trampa, esperaron hasta que la criatura, una combinación entre un humano y un animal sin rostro, saliera de entre las sombras, pero no fueron ellos los primeros en reaccionar, había sido su profesor, un hombre fornido de mediana edad que había dedicado su vida a esos chicos, fue el quién levantó a la joven misteriosa y la colocó detrás de él, para la chica no fue difícil identificar quien era, pues solía ir recurrentemente a Alfea para hablar con Faragonda de temas sumamente importantes como para silenciar su oficina cuando él estaba ahí, el hombre frente a ella no era nada más y nada menos que Codatorta, profesor de la escuela de especialistas e íntimo amigo del director Saladino.

—¡Formación!— gritó a unos chicos delante de él, eran 6 en total.

Todos solían hablar de ellos, algunos con admiración, otros impulsados por el odio, la mayoría de las personas se refería a ellos como un grupo de patanes a los que todas las chicas les besaban el suelo por dónde pisaban, pero sin duda los mejores de su clase, ¿Tenía eso sentido alguno?

—¡Vamos Codatorta, relájate, lo hemos hecho mil veces!— le grita un chico de cabello magenta encogiéndose de hombros, como si la horrible criatura frente a ellos fuera insignificante, eso desconcertó a la asustada muchacha detrás del profesor.

—¡Ja! Lo dice él que la última vez casi fue devorado— se burla un castaño recargado de un árbol despreocupado —No te preocupes Riven, planeaba llevar flores a tu tumba— le lanza un beso después de decirlo solo para completar su broma, los demás ríen mientras se acercan más a la criatura.

—Asustan a la chica par de imbéciles— dice un moreno de cabello azul, a decir verdad, la chica no se sentía intimidada, más bien, estaba curiosa, está era una situación completamente nueva y técnicamente acababa de sobrevivir a una muerte trágica.

—¿Estás bien?— le pregunta otro chico, tiene el cabello largo y parece más serio que los otros, claro que a simple vista, porque solía ser los oídos de todos, siempre dispuesto a todo por sus amigos —Soy Helia— dice para entrar en confianza con la chica pero ella solo se toma las rodillas entre sus brazos llena de miedo.

—¿No habla?—  se atreve a preguntar el más tímido de los chicos dándose cuenta que la muchacha llevaba demasiado tiempo sin decir una sola palabra.

Estaba tan asustada que ni siquiera era capaz de formular una sola oración con claridad o tal vez lo único que pasaba por su cabeza era "¡Atrapen esa cosa, ahora!" Pero tampoco se sentía en la confianza de decirlo.

Entre amor y profecíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora