Capítulo XLI: Un encuentro algo especial

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A medida que vas creciendo los días comienzan a parecer más cortos, las cosas que antes solían ser las más importantes repentinamente empiezan a carecer de valor, mientras que la rutina poco a poco se abre paso en tus días. Haciéndote lentamente esperar en ese falso pensamiento de que algún día llegarán los buenos momentos. Las grandes dudas existenciales que solías tener cuando eras más joven terminan transformándose en las preguntas más frívolas y comunes, «¿Qué comeré hoy? O, ¿cuál película me apetece ver?».

Yo intenté huir de esa realidad en más de una ocasión, pero siempre llegué al mismo callejón sin salida sin saber qué hacer. En ese entonces quise que existiera un botón que te regresara a los momentos felices, allí donde la vida era más fácil y solo te dejabas llevar por las olas de la marea cambiante.

Cierto día al inicio de mi vigésimo primer otoño me encontraba deambulando algo deprimido por las cercanías del barrio bohemio de la ciudad, en el mismo se encontraba el bazar de libros más grande que había visto en mi vida. Intentaba conseguir la segunda grapa de un comic, pero en ese momento mi poca concentración confabuló con la fuerte brisa para hacerme tropezar con una cámara fotografía que se encontraba puesta en su trípode. Al caer esta, entré claramente en pánico y busqué levantarla esperando que no le sucediera nada, pero al hacerlo comencé a escuchar de entre la multitud a una chica gritando cosas de una manera muy extraña. Realmente no entendía nada, lo único que pasaba por mi mente era el momento exacto en el cual tendría que pagar una cámara nueva.

Entonces la dueña de aquel bullicio salió de aquella multitud, y se trataba de una chica con el cabello hasta los hombros, rubio casi blanco con raíces morenas. Tenía unos ojos grandes color café claros, unas cejas gruesas y labios carnosos. Y resaltaba de los demás por un lunar grande que tenía en el inicio de la ceja izquierda.

Cuando se paró al frente de mí comenzó a agitar los brazos a sobremanera al mismo tiempo que intentaba decirme algo. Mientras todo eso sucedía mi mente se quedó en pausa solo viéndola a ella, se me hacía muy familiar, pero realmente no lograba encontrar en que. Cuando por fin volví en sí y le presté atención escuché de ella:

—...y si perdiera esta oportunidad yo no sé qué haría, dudo que me den otra... ¿vos me estás prestando atención?

—Lo siento, la tropecé sin querer... puedo pagarla —dije devolviendo la cámara.

—Me parece re piola, amigo. Pero lo único que me importa es la puesta de sol —dijo está revisando algo en la galería de la cámara.

—¿La puesta de sol? —solté sin entender mucho lo que hablaba aquella chica, no sabía si era por la situación o por el claro acento argentino que tenía.

—Sí, ¿vos no te enteraste que hoy, gracias a la presión atmosférica habrá una hermosa puesta de sol? —dijo volteando a ver si el sol ya se había ocultado.

—Ah, era eso... —dije rascándome la cabeza—. Bueno, sí la cámara está bien, me retiro ¿bien?

—Si, tranquilo, yo sola me la banco —dijo mientras colocaba la cámara en el trípode que había tumbado hace poco, pero al hacerlo ambas cosas se desplomaron en el suelo entre los dos.

Esta vez al caer la cámara si se hizo daño, al punto de no encender más. Entonces por el sentimiento de culpa le pregunté tocándole el hombro: «Oye... ¿estás bien?», a lo que esta respondió asintiendo con la cabeza mientras volteaba a verme con una mirada triste de niña pequeña. Allí el sentimiento de culpa pudo conmigo, así que dadas las circunstancias la invité a un lugar más tranquilo para así pensar que hacer con lo que acababa de ocurrir, aunque había dicho que podía pagar por la cámara realmente no estaba muy seguro de ello, solo lo había dicho por mero impulso, ya que la situación lo ameritaba.

Sentimientos de PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora