Capítulo XXV: No ahorramos lo suficiente para esto

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Una semana antes de navidad, nos encontramos terminando de ajustar los últimos retoques del «viaje especial» que había ideado pocas semanas atrás. Pensamos en ir a visitar a mi familia en Yucatán, más no queríamos que fuera un viaje común en avión, así que me tomé la libertad de investigar maneras más creativas para hacer nuestro viaje. Y así hallé un autobús turístico que iría desde Michoacán hasta Yucatán en 22 horas aproximadamente, éste se detendría en varias ciudades para hacer unas extrañas paradas turísticas. Pasaríamos por Veracruz y Campeche por nombrar algunos lugares, y como ninguno de los dos habíamos visitado aquellos estados fue una oportunidad mejor que perfecta.

Y de esa manera nos encontramos esperado para subir al autobús con nuestras maletas y toda la ilusión de hacer nuestro primer viaje juntos como pareja. El boleto del autobús fue algo costoso, por ende, haciéndome quedar sin mucho margen monetario. Llevaba lo suficiente para costear aquel viaje, más nunca sobraba tener algo de más.

Por mi parte solo me llevé una maleta pequeña con dos mudas de ropa, no necesitaba más que eso para aquel viaje. Sin embargo, Lyla llevaba una del tamaño de la mitad de una persona promedio, perfectamente entraría una familia entera en aquella maleta si se lo proponían, aunque según ella era poco equipaje.

Durante todo el viaje en carretera no podía dejar de estar conmovido por las reacciones de Lyla al ver los paisajes por la ventana, prácticamente estaba descubriendo un mundo nuevo. Esa chica era un enigma, tan difícil era de entender como también lo era de querer, tenía una sonrisa que denotaba intriga, intriga de saber que deparaba el futuro, futuro que yo estaba dispuesto a darle.

Luego de unas pocas horas hicimos la primera parada, fue en la Heroica Puebla de Zaragoza, mejor conocida por albergar algunas de las muestras más importantes de arquitectura colonial y civil que hay en el centro de México. Sus hermosas calles y grandes estructuras españolas, francesas y barrocas hicieron de nuestra pequeña visita valiera la pena. Allí decidimos desayunar, y no sé por qué Lyla se esmeró por probar la comida más típica de pueblo, haciendo por ende que yo también comiera un chile en nogada igual que ella, siendo una de las peores ideas que había tenido en mi vida, al no gustarme mucho el picante.

La segunda parada fue en Córdoba, Veracruz. Era una ciudad que distaba mucho de la anterior, mientras aquella deslumbraba por su arquitectura y fusión con la modernidad de una ciudad utópica. Esta destacaba por su extraordinaria belleza natural, la misma se encontraba en la orilla de una cordillera montañosa.

Cuando todos bajaron del autobús siguiendo a los guías turísticos, Lyla me agarró del brazo para obtener mi atención.

—Escuché que hay un museo del café en esta ciudad —me dijo mirando hacia el suelo—. ¿Quieres ir?

—¿Te gusta el café? —pregunté extrañado.

—Algo... —soltó mientras se ponía un mechón de cabello detrás de su oreja.

Rápidamente nos escabullimos y pedimos un taxi para que nos llevara al famoso museo. Llegando nos recibió una hermosa entrada que con solo pasar por ella te hacía entrar en ambiente, tanto que con alzar la mirada podías ver a más de una ardilla jugando en las adyacencias. Al entrar decidimos hacer un breve recorrido, ya que no disfrutábamos de mucho tiempo, y durante el mismo conocimos el proceso que hacen desde que el café es una semilla hasta que termina siendo la bebida caliente que tanto conocemos. Nunca imaginé que hacer café fuera tan trabajoso.

Cuando terminamos el recorrido fuimos a comprar unos cafés para acabar de manera correcta la experiencia. Y mientras tomábamos nuestras bebidas en el salón principal, comenzamos a disfrutar del ambiente que se estaba creando gracias a un hombre en la tarima, el cual se encontraba tocando una guitarra acústica, cantando un bolero ranchero algo antiguo.

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