Capítulo XXXVI: La realidad puede doler más que mil agujas

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«¿Qué hacer cuando pierdes el norte?»

He allí una de las peores peguntas que te puedes hacer cuando se está roto. El sentimiento de haberlo perdido todo es equiparable a sentir como se corta el paracaídas en un salto de fe, realmente es una sensación suicida. A fin de cuenta estar enamorado es una tortura, pero es la muerte ser obligado a ya no estarlo.

Mentiría si dijera que no me afecto todo aquello, a partir de ese día mi vida comenzó a desmoronarse pedazo a pedazo. Todas las mañanas al despertarme era una odisea siquiera intentar levántame de la cama, después de ducharme intentaba cepillarme los dientes, pero el simple hecho de ver mi rostro destruido reflejado en el espejo aún empañado me hacía no querer salir de casa. Dado a todo lo que hacía no me daba tiempo ni de desayunar, así que solo me vestía y me iba hacia la puerta, lugar en donde mi memoria recreaba esos momentos viendo la foto de Lyla, que en hacía unas semanas atrás se encontraba a un lado de la puerta.

Mis colegas del conservatorio estaban al tanto de lo que había sucedido, por lo que me daban su total apoyo a la vez que también me daban mi espacio para no agobiarme. Hasta mis propios alumnos notaron lo frías y anticlimáticas que se habían vuelto mis clases. Dado a que mi clase de orientación musical ya no era tan vivaz y amena la directiva tomó la decisión de dejarme solo dando clases personales. Teniendo en cuenta que mis prestaciones se verían disminuidas.

En mis tiempos libres mis amigos intentaban distraerme para que no pensará en ello, de la nada me invitaban a bares, fiestas, cines y muchísimos más lugares. Entendía porque hacían todo aquello, así que con el tiempo comencé a salir, a reír, sonreír, hasta llegué a divertirme con ellos. Pero al final de cada uno de esos días llegaba a mi casa y me sentía como una basura. Nunca imaginé que toda mi felicidad se fuera de aquella manera, pero sucedió y tuve que vivir con ello.

Cierto día me pidieron que fuera a ver a la directiva del conservatorio, dada mi suerte hasta ese momento asumí que sería para quitarme alguna de mis clases personales —de las cuales solo me quedaban tres incluyendo la de Nohemí—. Al entrar en la oficina principal me conseguí con el director general —como era de esperarse—, pero junto a este se encontraba la profesora de dirección orquestal Miriam Sáez, una de las personas con más importancia en el conservatorio—. Realmente me intimido ver a esas dos eminencias del lugar esperándome para hablar.

—¿Sabes por qué estás aquí, señor Méndez? —preguntó el director generar mientras ojeaba unos papeles que tenía en sus manos.

—No creo que sea para quitarme otro alumno, ya solo me quedan tres —dije evitando mirarlos, a la vez que me sentaba en la silla que estaba al frente del escritorio.

—No, señor Méndez. No es para que se le sea quitado otro alumno —dijo mirándome por encima de sus lentes de lectura—. La profesora Miriam está interesada en hacerle una propuesta.

—Lo siento, profesora Miriam. No creo que le sea de ayuda —dije inclinando la cabeza.

—Sebastián... mi violinista concertino tuvo que viajar a Viena para un taller especializado, y necesito uno para el concierto de invierno... —dijo la profesora tocándose el tabique con desdén.

—Ya se lo dije, no creo que le sea de ayuda, mi única alumna de violín es Nohemí y ya tiene presentación en el concierto de invierno.

—¡Quiero que tu seas mi concertino! —dijo acercándose agresivamente a mí.

—¿Yo? ¿Concertino? —pregunté haciéndome hacia atrás.

—Si la profesora Miriam cree que usted es el ideal para remplazar a su concertino, no tengo objeción alguna —dijo el director general ignorando por completo lo que sucedía

Sentimientos de PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora