Capítulo VI: Vacaciones totalmente necesarias

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Al comenzar la semana siguiente, no tardaron en informarnos que se había roto el récord de asistencia en el «Festival de Cultura». En ninguno de los años anteriores se había logrado una asistencia tan exorbitante. Lo que llevó a recaudar más dinero de lo previsto. Así que buscaron los permisos suficientes para hacer un viaje, y por decisión unánime se eligió ir a la playa. Y como estábamos comenzando el verano no había una idea mejor.

Aquel día me levanté antes de que sonara la alarma, estaba tan entusiasmado por el viaje que ni dejé que lo hiciera. Sin pensarlo mucho me alisté y fui a por Alejandro. No tardamos nada en llegar a la preparatoria y encontrarnos con los demás esperando los autobuses. Solo que en esta oportunidad Elizabeth se encontraba notablemente nerviosa. Cuando le pregunté qué le ocurría, me contó que nuestra profesora no podía asistir por un problema familiar. Así que la sustituiría el siguiente profesor de rotación, quien en esa ocasión resultaría ser Néstor, de manera que él estaría a cargo de nuestro grupo.

Al escuchar todo eso solo me reí y le dije con una sonrisa que se tranquilizara, que no era para tanto —no pude estar más equivocado—. Todo el inicio del viaje Néstor estuvo evitando a Elizabeth por completo, cosa que le hizo sentir mal. Dada la situación, intenté subirle el ánimo con una canción —aprovechando que tenía conmigo mi ukelele—. Pero cuando justamente comencé a cantarle que no se preocupara por sus problemas se empezó a ver el mar en la franja del horizonte. Haciendo por ende que a todos se nos subiera el ánimo.

—Gracias, Sebastián —me dijo Elizabeth, mientras todos miraban por las ventanas emocionados.

—Tranquila, solo sé feliz —solté terminando con una risa.

Nada más llegar a la playa, Anthony salió corriendo a la arena gritando: «¡Al fin... Playa!», apenas la pisó comenzó a revolcarse en ella como si de un niño pequeño se tratase —después estuvo bastante tiempo intentando sacudirse la arena de encima—, todos comenzamos reírnos de él mientras terminábamos de bajar del autobús. Al conseguir lugar las chicas se fueron a cambiar hacia los baños, mientras nosotros sacábamos las cosas y buscábamos las sombrillas. Todo estaba sucediendo de maravilla, se encontraban mis amigos y la chica que me gustaba, además Mariana —la muchacha amiga de Lyla que no me agradaba mucho— no fue por estar enferma, ¿qué más podía pedir?

Cuando las chicas llegaron nos quedamos sorprendidos por lo atractivas que se veían. Todas con sus trajes de baño, a excepción de Lyla que traía un suéter grande que le llegaba hasta la mitad de los muslos.

Después de que nos acomodáramos bien, decidimos irnos a nadar. No obstante, Lyla quiso quedarse en la orilla sola leyendo un libro junto a nuestras pertenencias. A Emilly le pareció extraño que no quisiera meterse al agua, así que fue a hablar con ella. Y después de unos minutos nos llamó, ya que Lyla quería contarnos algo.

—No sé nadar... —soltó Lyla totalmente apenada.

—¿Es por eso? —preguntó Anthony casi riéndose.

—No te burles, idiota —refutó Emilly dándole un leve cabezazo.

—Pero si eso no es nada del otro mundo —siguió diciendo Anthony.

—En efecto, deberías dejar que Sebastián te enseñe —dijo Elizabeth

—¿Yo? —exclamé más que pregunté.

—Sí, Sebastián —reincidió esta mirándome fijamente, intentando hacerme señas con los ojos.

—Puede ser... —susurró Lyla moviendo la arena con sus pies.

—Ya dijo que sí, ¡vamos! —gritó Emilly halándola de un brazo hacia el agua.

Pero antes de ello Lyla recordó quitarse el suéter que traía. Al quitárselo enseño de esa manera su hermoso traje baño de dos piezas, el mismo era de color blanco y de textura parecida a estar tejido a mano. Al suceder todo aquello me quedé mirándola fijamente, se veía totalmente maravillosa, pero al pasar los pocos segundos comencé a sentir como todos me miraban. Cosa que Anthony aprovecho para decir burlándose:

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