Capítulo XLII: Sería una mentira decir que no me importas

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A medida que el tiempo comenzó a transcurrir nuestra amistad se fue formando. Cada vez que necesitó de ayuda para algo acudió a mí, y con cada vez me refiero a absolutamente todas las cosas más frívolas y estúpidas. Un día le cortaron la electricidad por no pagarla, y en vez de hablar con su casera me llamó a mí. No sabía cómo ayudarla, pero al día siguiente logramos que se hiciera cargo de sus recibos y aprendiera cómo hacerlo sola para evitarme futuras molestias. Otro día ella se encontraba viendo TV, y gracias a un comercial le entraron ganas de comprarse una cámara instantánea retro, así que estuvimos buscando durante horas por toda la ciudad, solo para terminar consiguiéndola cerca de su casa en el mismo barrio bohemio.

Sin ir muy lejos, en navidades me llamó porque necesitaba que le acompañase a hacer unas compras navideñas. Lo único era que ese día ya había quedado con mis padres para ir a visitarlos, así que tracé un plan de acción. La acompañaría a hacer sus compras hasta las seis, luego de eso buscaría la manera de irme para que no intentase realizar nada raro —cosa que aparentemente era imposible hablando de ella—.

Recuerdo que los pronósticos dialogaban de una posible nevada en la ciudad, era ilógico siquiera pensarlo, no había ocurrido una desde que era tan niño como para recordarlo. Al iniciar el día miré hacia el cielo y lo único que abarcaba el firmamento era un sol que nos abrazaba con todas sus ganas. Así que salí de mi casa con una simple chaqueta y un gorro tejido que Emilly había dejado en mi salón.

—¿Qué dices vos? ¿Blanco perla o blanco ostra? —me dijo Vanessa sosteniendo dos paletas que bajo mi punto de vista lucían exactamente iguales.

—¿En serio en navidad vas a comprar pintura para tu salón? —dije apoyándome en uno de los mostradores.

—En esta época no hay nadie buscando pintar su casa, así que no hay ningún pelotudo que me moleste. Entonces, ¿perla u ostra?

—Cuál sea... ¿ostra? —dije señalando la paleta con total desinterés.

—Yo quería perla... —soltó está bajando la mirada.

—Entonces pide perla, maldición —dije dándome media vuelta.

—No, ya compraré ostra.

—Estás loca —le comenté mientras ella caminaba hacia el mostrador de la tienda riéndose—. Oye, dentro de cuarenta minutos me tengo que ir.

Che, ¿Y dejaras sola a esta pobre mina extranjera que no sabe nada de este país? —dijo haciendo pucheritos para intentar que me sintiera mal por ella.

—Ya tienes más de cuatro meses aquí... sabrás apañártelas —dije poniéndole mi mano en la cara.

—Pero, ¿a dónde vas?

—No es... de tu incumbencia —solté acomodándome la chaqueta.

—¡Ah! Ya entiendo, te verás con una mina —dijo levantando las cejas mientras se acercaba a mí—. Te puedo dar consejos para que la tengas en la palma de tu mano. Aunque sea sorpresivo para vos también soy una mina, y sé que nos gusta.

—No creo que lo que te guste a ti le guste a una chica normal, así que no gracias. Pero no es eso, tengo que ir a otro lugar...

—Está bien, no me digas nada —dijo intentando ser diva.

—Es que no te diré.

—Porque yo te dije que no me dijeras, así que gane yo —dijo mientras se miraba las uñas con pretensión—. Además, yo también tengo cosas que hacer en mi casa.

Llegadas las seis de la tarde me despedí para irme con mi familia. Ya caminadas unas cuadras me dije a mi mismo: «Que raro que no se pusiera a hacer una escena infantil».

Sentimientos de PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora