Capítulo 11: Haciendo de niñeras

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Lucía

Ecuaciones de esto, ecuaciones de lo otro, la cabeza me da vueltas de tantos números y la profesora Ferman no termina la clase. Odio las matemáticas, pero estoy más desconcentrada que nunca, entre el descubrimiento de que mi madre y la de Aiden se conocían y el regreso de las malditas pesadillas del día del accidente no he podido dormir en toda la noche

Gía y Selene se han pasado toda la mañana hablando de la fiesta de cumpleaños de Lucas que es esta noche, que si va a ser lo mejor del año, que si van a ir los amigos universitarios del hermanastro de Lucas,  si están la mar de buenos. Que maquillaje combina mejor con que ropa y yo, llegando al quinto sueño.

–Lu, Lu– siento que me llama una voz muy bajito y creo que es Gía. –Lucía– termina gritándome. Me asustó tanto que me levanto muy rápido y le doy con la parte trasera de mi cabeza en la frente a Gía que estaba inclinada sobre mí.

–¿Eres agente secreta de la CIA o qué? ¿Te despiertas en modo combate?– me pregunta frotándose la frente.

–Ay madre, lo siento muchísimo, es que me has asustado cantidad.–

–Vas a tener que explicarnos el motivo de tanto desvelo– comenta Selene levantando una ceja repetidamente.

Todas comenzamos a reír mientras salimos del aula porque ya se terminó el turno de clases.

–¿Vas a ir a la fiesta de Lucas?– me pregunta Selene.

– No lo sé, estoy un poco muerta ahora mismo. Además tengo que correr al sótano por lo de mi castigo– les digo mientras me despido de ellas con la mano.

–Llámanos si cambias de opinión– oigo que gritan a mis espaldas.

La secretaria me dice cómo llegar al sótano y al abrir la puerta me sorprende ver que Aiden ya está aquí, registrando unos papeles. Se ha quitado la chaqueta verde que descansa ahora sobre una vieja silla, lleva las mangas de la camisa arremangadas hasta los codos, los tres primeros botones abiertos dejan ver un triángulo de piel de su pecho y su cabello está un poco revuelto.

Dejo escapar un suspiro muy bajito y me encomiendo a todos los santos para no resbalarme con el charco de baba que estoy segura hay a mi alrededor. Este tío está como quiere.

Levanta la vista cuando siente mis pasos y puedo ver cómo los rayos del sol que se filtran por una pequeña ventana de cristal que hay en la parte superior le dan de lleno en sus preciosos ojos azules, ahora parecen un mar bajo el sol de verano y me pierden ellos.

–Toma una foto, duran más– me dice sonriendo.

–¿De qué estás hablando?– le pregunto fingiendo indiferencia.

–Hablo de que estás ahí, comiendome con la mirada como si fueras a saltarme al cuello en cualquier momento, pero oye, no me quejaría si quisieras hacerlo.–

–Tal vez no quiero comerte, solo destrozar tu cara con mis uñas.–

–Quieres marcarme gatita, eso es muy sexy– dices ronroneando.

Alzo mis manos al cielo en señal de derrota y finjo que no acabo de imaginarme una escena muy caliente de ambos, que incluye una cama y cuerpos desnudos. Estoy como una cabra.

–Bueno, ya déjate de payasadas ¿Has encontrado algo?– lo aparto un poco para ver los documentos que tienen en las manos.

–Verás, no aparecen muchas cosas, pero si encontré un viejo anuario en el que se encuentran las fotos de nuestras madres y está de aquí– dice señalándome a la que obviamente, es la otra chica de la foto que no conocíamos. –Su nombre es Estela Travis, es de la misma generación que nuestras madres así que está confirmado que estudiaron juntas.– explica él.

¿Y qué si te desafío?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora