Prólogo

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Londres 1,817.

Lady Hannah Marie Cautfield, hermana del décimo séptimo duque de Hastings, era una mujer aventurera, alegre y soñadora. Sus labios delgados pocas veces estaban sin una sonrisa, sus manos y uñas estaban sucias con frecuencia ya que le gustaba buscar tesoros escondidos en el gran patio de su casa, aunque hasta la fecha no había encontrado nada de gran valor, le gustaba mucho usar la ropa vieja de su hermano para realizar sus expediciones ficticias y sus ojos a pesar de ser muy dulces, también eran grandes observadores.

Su mayor sueño era viajar por el mundo en expediciones y nuevas aventuras al lado de su prometido Brandon Hadley, el barón de Fawler, lo habían planeado desde que eran niños y pese a que en los últimos años solo se habían comunicado por cartas, su compromiso seguía viento en popa y hoy lo confirmarían ante toda la educada sociedad que tanto detestaban; ella debido a los desplantes a los que habían sometido a su hermano puesto que al haber nacido un tanto diferente, no dudaban en decirle que traía la marca del diablo. Y Brandon porque nunca perdonaría que le dieran la espalda a su querida madre el día que le fue arrebatado el título de marquesa.

Pero hoy, hoy todo sería diferente. Serían un frente unido contra el mundo.

Su última carta había sido un poco escueta, posiblemente no tuvo tiempo de escribir las diez páginas que a ella le hubiera gustado. En el sobre lacrado también venía la primer moneda que encontraron, la cual era una moneda especial ya que traía a Minerva la diosa guerrera romana de la sabiduría y unas pocas palabras que le aseguraban que él estaría allí.

Hannah tenía cinco años sin saber nada de su madre ya que ella decidió apartarse de ella y su hermano Dominic, después del incidente provocado por su hermano y su padre que dió paso al escándalo. Isobel Cautfield, duquesa viuda, aún no perdonaba el que su hijo la arrastrara por el barro gracias a un escándalo, así que Hannah para tratar de hacer las pases entre ellos había pedido ayuda a su madre con su fiesta de presentación, dejaría que creara la fiesta de cuento de hadas perfecta y que su compromiso volviera a darle la respetabilidad que juraba le había sido arrancada injustamente. Incluso, se pondría uno de esos vestidos llenos de adornos y volantes que su madre tanto amaba.
Su presentación ante la reina había sido majestuosa y su madre le sonrió con un brillo especial en su mirada. Sí, ella estaba orgullosa de Hannah, todo había salido bien al menos en la primera parte. Ahora solo faltaba la siguiente; su baile de presentación y aunque su hermano le aseguraba que se veía hermosa, ella tenía un mal presentimiento. Y si olvidaba un paso en una cuadrilla, o se caía por las escaleras, convirtiéndose así a ser la protagonista de un tonto escándalo, sabía que todos los ojos estarían hoy sobre ella, observando atentamente todos sus movimientos, esperando el momento de verla caer en desgracia.

No, ella no podía llenar su mente de pensamientos fatalistas, todo saldría conforme a lo planeado. Todo sería perfecto. Había colocado la moneda dentro de un guardapelo de oro que ahora colgaba delicadamente de su cuello, ese sería su amuleto de buena suerte. Con eso bastaría para alejar los malos augurios.

Ingresó al salón de baile del brazo de su hermano, todo se veía hermoso. Los sirvientes habían trabajado mucho durante los últimos días para que todo quedará perfecto, pulcro y deslumbrante, definitivamente era la fiesta de un cuento de hadas.

—Mamá se desmayará en cuanto vea todo lo que has hecho Dom. Creo que es aún más lindo de lo que ella imaginó.

—Yo no me haría muchas ilusiones —respondió su hermano—, igualmente la fiesta no es para madre, es para ti.

—Sabes que estas cosas no me interesan.

—Sí, ya sé. Tus sueños son viajar por el mundo y convertirte en la mejor arqueóloga de todo el mundo.

La Misión del BarónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora