13. Kedlestone Hall.

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  —Unos centímetros a la izquierda y la bala te hubiera atravesado el corazón.

  —Dígame algo que no sepa.

  El Dr. Taylor sondeó el tejido cicatrizado en su pecho y comprobó que no quedaba metal debajo de la piel.

  No lo encontraría. Fawler había usado su propio cuchillo para extraer la bala y otros fragmentos de metal.

  Si tan solo pudiera sacar a Hannah  de su corazón tan fácilmente. Tomar un trago de whisky, apretar los dientes, calentar su cuchillo en el fuego y clavarlo lo suficientemente profundo como para cortar todos los fragmentos de ella que vivían debajo de su piel.

  Durante todo el breve trayecto en carruaje hasta la finca de sir Killian, en las afueras de Londres, sus pensamientos habían dado vueltas como buitres sobre un cuerpo putrefacto.

  Sabía que habría una confrontación, nada podría nunca ser pacífico o tranquilo con ella, pero un beso apasionado, un compromiso falso, una pelea con cuchillos en un callejón. No era propio de él verse envuelto en escándalos, a menos, que fueran creados para sus propios fines.

  Solo una persona en todo el mundo tenía el poder de empujar su control tan lejos de su eje: lady Hannah Marie Cautfield.

  Cuando eran niños buscando tesoros enterrados en los campos, él soñaba con viajar por el mundo y descubrir nuevas antigüedades con ella a su lado, su intrépida compañera.

  También había creído que los padres nunca podían ser asesinados, que la vida estaba llena de esperanza y que el bien siempre triunfaba sobre el mal.

  Hubo un tiempo en que incluso había creído en el amor. Y el amor había parecido tan simple de describir: un par de ojos azul celeste muy claros, una sonrisa rápida y un ingenio aún más rápido.

Ahora; ella había agudizado ese intelecto hasta convertirlo en un arma peligrosa. Si no tenía cuidado, ella cortaría el velo que separaba sus dos vidas.

  Le había sugerido que le enseñara a usar un cuchillo para poder evaluar su nivel de habilidad, había sido extremadamente buena, con reflejos rápidos y una comprensión sofisticada de cómo superar a alguien con una fuerza superior. No obstante, fingir ser un inepto con una daga había resultado sorprendentemente difícil para él. Cuando ella se abalanzó sobre su pecho, todos los instintos que él había perfeccionado hasta una precisión letal habían saltado a la palestra y había necesitado cada gramo de su control para fingir una torpe defensa.   

Había sido entrenado en el arte de la lucha con cuchillos en estos mismos terrenos, así como en las artes de la esgrima, el boxeo a puño limpio y otros estilos de combate cuerpo a cuerpo. Podría haber tenido a Hannah en el suelo en tres segundos. Estirada debajo de él, con sus curvas suaves y maldiciones amortiguadas. Brazos clavados sobre su cabeza.

Totalmente a su merced.   

«Eso te gustaría, ¿no?» 

  Dioses, era un tonto. Nunca debería haber ido a la casa de Hastings. Él sólo había querido protegerla. 

  Incorrecto. 

  Si estuviera atado a una silla y su interrogador lo estuviera torturando y él diera una respuesta tan débil como esa, recibiría un latigazo en la espalda o el pecho o alguna otra zona más sensible.

    «Incorrecto. Intenta otra vez. ¿Por qué fuiste a buscarla hoy?  ¿Por qué querías hablar con ella? Porque he pasado años solo vislumbrándola brevemente y quería más. 
Mejor. ¿Pero qué querías exactamente?  Yo quería... quiero... a ella. En mis brazos, mi cama, a mi lado...»

La Misión del BarónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora