2. Recuerdos

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Con un vaso de whisky en la mano y sentado en su sillón favorito, Fawler se encontraba en su estudio rememorando el día anterior. Un día un tanto peculiar, casi estuvo a punto de ver morir a su amigo por la desesperación de no ver llegar a su novia, al final todo salió bien, al menos para Phineas. Pero para él, las cosas no habían salido nada bien.

Había peleado con Hannah por milésima vez en su vida, esto se había convertido en la única forma de tratarse en los últimos diez años, y por supuesto que no la podía culpar por la aversión que sentía hacia su persona, había hecho lo necesario para que ella lo odiara con todas las fibras de su ser.

Era una lástima que sus peleas ya no terminaran en sonrisas y juegos como lo hacían cuando eran niños.

Estaba tan cansado que no se dió cuenta el momento en el que se quedó dormido en el sillón.

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Wakefield, West Yorkshire, 1814.

Los dedos de Brandon reconocieron la dura curva del metal antes de que su cerebro lo entendiera. —¡Moneda! —Gritó emocionado—. ¡Creo que encontré una moneda, Hannah!
 
Dejó de sacar tierra del agujero que habían cavado unas horas antes.

Saltó sobre sus largas piernas, con una amplia sonrisa en su rostro. Finalmente había superado a Hannah en las búsquedas de tesoros este verano, un hecho que explotó sin piedad al mantener la moneda fuera del alcance de ella, mientras ella saltaba para poder tomarla de su mano. Una de las ventajas de crecer veinte centímetros más que ella en los últimos meses.

—Déjame ver —dijo ella, tendiendo uno de los finos cuencos de porcelana, que habían robado del armario de la duquesa.

Después de burlarse un poco más de ella por su diminuto tamaño, soltó la moneda en el cuenco y se escuchó el tintineo metálico sonar, confirmando su gran hallazgo. Eso era... Un destello de cobre.

Lo más hermoso que había visto en su vida, a excepción de los ojos azules vivarachos de Hannah, que brillaron de emoción cuando se arrodilló junto a él en el suelo para observar más de cerca su descubrimiento.

Habían estado excavando los campos boscosos alrededor de Saltwell Hall, cada verano durante años y no habían encontrado nada más interesante que larvas y algunas herramientas oxidadas que alguien dejó olvidadas.

—Lo hicimos Brandon. Encontramos un tesoro enterrado —dijo ella, con la voz cargada de emoción. 

Los dedos de él, temblaron mientras quitaba la suciedad de la moneda con el dobladillo de su camisa y la sostuvo al sol. —Creo que es una moneda importante, Hannah.
 
Ella estiró su mano. —Déjame echar un vistazo.

Trazó la superficie rugosa y en relieve con la uña. —Es un emperador con una diadema de perlas. ¿Quién crees que sea?

—No lo sé, consultaremos una guía de monedas. No puede haber solo una de éstas ¿verdad? —Hannah, sostuvo su mirada, la anticipación iluminó sus ojos—. Sabes que siempre hay un montón de monedas.

La mayor parte del tiempo se peleaban por casi todo. Quién podría saltar más alto con su caballo, o quién podía correr más rápido, o comer más manzanas, o quién tenía los codos y rodillas con más magulladuras y raspaduras.

Los moretones eran una insignia de honor en su mundo veraniego. Un día con ella significaba desafíos y peligro, pero hoy trabajaron en equipo, sucios y felices, sonriendo más ampliamente con cada nuevo descubrimiento.

Cavaron hasta que les dolieron los brazos y hasta que el sol casi los abandonó.

  Las monedas se apilaron más alto. En su mayoría eran de cobre, corroídas por la edad y salpicadas de verde pálido, pero también había varias monedas de plata.

La Misión del BarónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora