9. Atrapados.

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Un nuevo titular para los periódicos: "Victoria declarada para la humanidad: La hija del escándalo domesticada por fin por el barón errante". 

  ¡Cojones! ¿Qué les habría parecido a Dominic y al señor Stewart el espectáculo? ¿Cómo iban a negar lo que habían precenciado? Se estaban atacando como bestias salvajes. Sus manos agarrando su trasero, sus brazos enredados alrededor de su cuello, los labios cerrados y una guerra intensa con sus lenguas.   

Todos permanecieron congelados en el cuadro como si nadie quisiera ser el primero en hablar, como si el tiempo pudiera retroceder y la escena pudiera evitarse si todos permanecieran en silencio.   

—¿Qué está pasando exactamente aquí? —Preguntó finalmente Dominic, con una expresión de perplejidad en su rostro.   

—Lady Hannah tuvo un desmayo —respondió Fawler con tranquilidad—. Estaba tratando de resucitarla. ¿Estás completamente recuperada, milady? —preguntó solícitamente, colocando un brazo al rededor de su cintura—. ¿Tal vez deberíamos ir a buscar algunas sales aromáticas?

  ¡¿Qué?! Fue entonces cuando el temperamento ya deshilachado de Hannah se desgarró por completo, tal como describían que sucedía a las costuras de los  corpiños en los libros obscenos. 

Estaba enojada consigo misma por atacar sus labios como una jovencita enloquecida. Estaba enojada con él por devolverle el beso tan apasionadamente que logró que olvidara por completo que lo odiaba. Y estaba furiosa sobre todo porque los habían atrapado en su momento de locura.   

Si no encontraba una rápida solución al problema en el que se acababa de meter, su poca reputación terminaría por los suelos. Todos dirían que ella era solo otra de las faldas fáciles de Fawler, después de que Stewart publicara su emocionante historia. 

Ella no era la falda fácil de ningún hombre. Especialmente no de Fawler. Y entonces ella arremetió de la primera manera que su cerebro revuelto por los besos le proporcionó. ¿Cómo se hace para herir a un pícaro? Golpéalo donde más le duele: su libertad.   

—Vaya, gran tonto que eres Fawler —susurró ella, tocándole la punta de la nariz—. Sabes que nunca me he desmayado, ni una sola vez en toda mi vida. —Le quitó el brazo de la cintura—. Creo que es hora de que se revele nuestro pequeño secreto.

Giró hacia su audiencia con su acto más teatral.

  —Lady Hannah... —susurró Fawler en advertencia, solo agregando combustible al fuego.

—Estimado Sr. Stewart —trinó Hannah—. Lo que acabas de presenciar tiene una explicación muy lógica y legítima.

Hizo una pausa para lograr un efecto dramático. Los tres hombres se inclinaron más cerca para escuchar sus siguientes palabras. Casi estaba empezando a disfrutar ahora. Siempre había amado a una audiencia cautivada.   

—Verá, la verdad es que aquí, el barón Fawler, acaba de hacerme la dama más feliz de la tierra. —Ella se llevó la mano a los labios y besó al aire, fingiendo el regocijo de una mujer enamorada—. Aceptó finalmente que no puede vivir sin mí y hemos fijado una fecha para nuestra boda.   

Fawler tragó mal y comenzó a ahogarse. 

Hannah lo golpeó en la espalda. —¿Te encuentras bien, querido? ¿Te traigo algunas sales aromáticas?  —Preguntó con una chispa sádica en los ojos.   

—Hemos estado comprometidos desde que nacimos, como recordará —siguió ella, con voz confiada al Sr. Stewart quien parecía tan desconcertado como lo estaba Fawler y Dominic.   

—Pero pensé que lo habían hecho, es decir, tenía la impresión... bueno... no sólo yo, más bien toda la sociedad, de que milady y el barón ya no estaban comprometidos, o que ya no pensaban hacer efectivo el compromiso —musitó, el periodista anonadado.   

La Misión del BarónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora