14. Espías y otros temas escabrosos.

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Hannah llegó a la posada a primera hora de la tarde y esperó mientras Fawler supervisaba la colocación de sus baúles encima del carruaje que había alquilado para su uso exclusivo en el viaje nocturno a Dover.

Cuando todo estuvo arreglado a su satisfacción, él la instó a subir al carruaje.

—¿Dónde está tu acompañante? —preguntó impaciente—. Deberíamos irnos de inmediato.

—Nunca viajo con mi doncella. Estoy acostumbrada a hacer las cosas por mí misma. Si bien Brenda es un encanto, siempre está quemándome el cabello con tenazas calientes o tratando de obligarme a ponerme vestidos a la moda. La encuentro más un estorbo que una ayuda en las expediciones arqueológicas.

—Supuse que al menos traerías una sirvienta contigo en nuestro viaje. Sería prudente, dado que no vamos a una expedición arqueológica y debemos presentarnos ante la sociedad —apuntó Fawler con aparente molestia.

—Hablaré con lady Margaret, ella puede prestarme una doncella, a menos que tengas miedo porque pienses que estoy planeando violarte en el camino.

Él frunció el ceño. —No seas ridícula.

—¿Por qué sería ridículo?

Por supuesto ella no lo haría. Tampoco pensó que fuera tan extraño llegar a la conclusión de que los pensamientos lujuriosos que tenía sobre él podrían ser recíprocos, dado el beso que habían compartido.

—Bueno, no te dejaré hacerlo —aseguró él—, así que puedes subirte a este carruaje para que nuestro viaje pueda comenzar. ¿Estás segura de que quieres seguir adelante con esto? ¿Por qué no viajas a tu expedición como tenías planeado? No es demasiado tarde para cambiar de opinión.

—Buen intento —murmuró ella.

—Me pregunto, si te hubiera suplicado que vinieras conmigo, ¿te habrías quedado en casa por principio?

—Nada podría alejarme de la reliquia que buscamos. Ni siquiera la perspectiva de tu irritante compañía en el viaje.

Ahí estaba esa ceja sardónica suya, alzándose sobre una expresión burlona. —Eso es lo que pensé que dirías, mi súper delicada lady Hannah, que canta tan dulce como un ruiseñor.

¿Estaba citando a Shakespeare, otra vez? —Debes tener problemas de audición, mi pícaro rufián —replicó ella—. Ahora, si no te importa, sube, hay que partir. Espero llegar a Dover mañana temprano. Y no te preocupes, no te voy morder —finalizó ella, palmeando el asiento a su lado.

Una expresión fugaz de algo parecido al pánico cruzó su rostro. Se quitó el sombrero e hizo una ligera reverencia. —Haría cualquier cosa por una mujer que imagino, va armada.

—Siempre.

Fawler subió al carruaje y un mozo cerró la puerta. Poniéndolos en marcha inmediatamente.

El carruaje que había alquilado no era tan lujoso como uno de los carruajes de su hermano. El interior era cómodo, construido para seis pasajeros o más, y los asientos estaban cubiertos con cuero descolorido y agrietado. Había un olor persistente decididamente poco romántico a tabaco y queso mohoso.

Lo cual era perfecto.

El tabaco rancio y la tapicería de cuero lleno de bultos eran preferibles al sándalo y al terciopelo suave y afelpado. De lo contrario, esto podría parecerse demasiado al comienzo de uno de sus sueños obscenos.

Sola en un carruaje con Fawler... en un viaje nocturno a Dover. En sus sueños, todo tipo de cosas depravadas y degeneradas sucederían. Estaba decidida a que nada, ni una pequeña réplica obscena ocurriera en el carruaje esta noche. La mejor manera de salvaguardar su corazón era fingir que no tenía uno. Ella era completamente capaz de maniobrar mejor que Fawler en su propio juego.

La Misión del BarónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora