17. París

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Sus planes para superar a Fawler habían fallado espectacularmente reflexionó Hannah, mientras el carruaje que habían alquilado cuando llegaron a París traqueteaba por la rue Notre Dame des Victoires.

  Eran las seis y media de la tarde. Los parisinos se reunían por centenares en los cafés para beber vino de Borgoña y charlar sobre una partida de ajedrez o billar.

 Fawler miraba por una ventana, Hannah por la otra.

  Se habían ignorado escrupulosamente el uno al otro en el breve viaje en barco de Dover a Calais. Almorzaron en mesas separadas. Seguían un acuerdo tácito de poner distancia entre ellos.

  En lugar de contratar un medio de transporte privado, habían viajado en una diligencia hasta París con varios pasajeros más. Llegaron con un retraso considerable pero era mejor que estar encerrada con Fawler por ahorrarse algunas horas de tiempo.

  Estuvo pensando en lo que había sucedido en el carruaje de camino a Dover. Cómo le había contado acerca de sus sueños. Dándole al hombre más forraje para su ego ya sobredimensionado.

  No podía confiar en sí misma cuando estaba con él y más cuando había whisky escocés de por medio.

  Cuando vio su sueño agitado, una oleada de simpatía y emoción amenazó con arruinar todos sus planes de permanecer distante. Y cuando encontró el nudo de tejido cicatricial tan cerca de su corazón, supo que su vida podría haber terminado.

  Y ese conocimiento la había golpeado como una bala en el corazón. Tambaleando así su convicción en que la vida era mejor sin él. La había traicionado, sí. Pero ella confiaba en que él estaría allí. Ella confiaba en su rivalidad.

  ¿Y si hubiera muerto? No podía imaginar la vida sin él.

  Tal vez había más debajo de su superficie. Alguna razón complicada por la que la había traicionado. Una moralidad y un propósito para sus acciones que ella nunca había imaginado.

  Tal vez había una posibilidad de que pudieran volver a ser amigos. Tal vez había una oportunidad... Presionó su frente contra la ventana observando la marea de humanidad arremolinándose a lo largo de la avenida.

  Un fornido joven marinero pasó su brazo por los hombros de una hermosa muchacha con risueños ojos oscuros y la condujo al interior de la entrada cálidamente iluminada de un café.

  En París no tenían tanto miedo de mostrar abiertamente sus sentimientos.

  Ella no venía por el romance. No necesitaba romance. Estudiaba historia y la vida de los demás y esas vidas siempre estaban llenas de complicaciones. Si bien si vida era poco convencional, no tenía las complicaciones tradicionales: cónyuge o amante, hijos, responsabilidades más allá de su trabajo.

  Tenía una vida privilegiada, riqueza y posición social. Su padre había aterrorizado su infancia y su madre nunca había logrado imponer su voluntad sobre ella, porque había aprendido a pelear temprano. Y su hermano no permitía que nadie intentará tan siquiera cuestionar sus ideales.

 Tenía pocos amigos. Tenía a Lady Margaret y Bertrand en París. A Mara en Londres.

  Estaba sola la mayor parte del tiempo por elección; porque desconfiaba de abrirse a nadie, ya que,temía que la lastimaran.

  Por buena razón.

  No profundizaría más en el pasado de Fawler. No más preguntas.

  Hacer preguntas la dejaba expuesta y vulnerable. Le aplastaría el corazón de nuevo y ella no sabía si podría sobrevivir una segunda vez.

La Misión del BarónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora