16. Confesiones

1.1K 218 167
                                    


Hannah le arrebató la moneda de la mano y retrocedió, levantándose el corpiño. —Sí. Pero no lo uso por razones sentimentales.

Su vestido estaba abrochado ahora, collar oculto. Corazón escondido. Su expresión solemne y el rostro ensombrecido.

«Le hiciste daño. La traicionaste. Deja de desear que te recordara como el chico que creía en el amor y los finales felices.»

Se pasó una mano por la cabeza tratando de ordenar su cabello. —Llevo la moneda para recordarme que nunca más debo confiar en nadie.

Su voz tan plana y sin emociones.

—Bueno, tienes un punto ahí —respondió él, ajustando su camisa—. No se puede confiar en la gente.

—Créeme, no confío en nadie excepto en mí misma. Y tengo la moneda y la cicatriz para recordarme por qué.

El borde amargo de sus palabras le atravesó su corazón.

Cicatriz literal. Había trazado el borde de la leve cresta a lo largo de su esternón mientras se besaban.

—Tengo una cicatriz a lo largo de mi esternón y otra en la frente, por eso utilizo siempre el flequillo -aclaró.

Y como tenía que fingir que no sabía nada de su vida, aunque sabía mucho más de lo que ella creía, preguntó: —¿Tienes una cicatriz?

—Dos, y estoy feliz de contar cómo las recibí. No me avergüenzo. Ocurrió en Londres. Tenía diecinueve años, caminaba sola por un mercado en Whitechapel, llevando con orgullo la daga que mi hermano me había regalado después de volver de mi primer expedición. Fuí a ver a un amigo y luego me dirigía al Museo Británico para entregar varias antigüedades. Pensé que era tan invencible con esa daga en mi cadera. —Ella se rió brevemente—. Yo era terriblemente joven, ingenuo y estúpida.

Ella se quedó en silencio.

—Si no quieres revivir el recuerdo, no tienes que hacerlo.

—Un hombre apareció de la nada, me arrastró por un callejón lateral y sacó el cuchillo de mi cinturón y me apuntó con él. Lo sostuvo contra mi garganta y exigió el contenido de mis bolsillos y bolso.

Una vez más, tuvo que fingir ignorancia. —Eso debió ser aterrador.

—Es cierto lo que dicen, sabes. —Ella levantó su mano frente a su cara—. Escenas de tu vida se reproducen ante tus ojos como una producción teatral cuando te enfrentas a la perspectiva de la muerte. Recordé a Dominic tomándome la mano y llevándome al estanque para bañarme cuando éramos niños y yo tenía miedo al agua. También las veces que me defendió de mi padre, llevándose él los castigos, incluso vino a mi mente el escándalo que protagonizaron ellos un año antes de mi ataque.

Cuando Fawler yacía en esa iglesia de Atenas, había visto la cara de Hannah, pero no había sido un recuerdo. Había sido una fantasía de una vida diferente.

—No quería morir —susurró.

Él tomó su mano. No podía no tocarla cuando su voz estaba mezclada con tanto sufrimiento. Quería estrecharla entre sus brazos.

—Pensé en todas las cosas que nunca haría. —Su agarre alrededor de sus dedos y las antigüedades se fortalecieron—. Entregué las monedas que tenía. Le pedí que no me matara. Me gustaría decir que tenía un plan para romper su agarre y escapar, pero no lo hice. Traté de correr, pero me atrapó fácilmente y me arrastró más adentro de un estrecho pasaje entre dos edificios. Al igual que el callejón en el que estuvimos ayer.

—Quizás no deberíamos haber simulado una pelea en un callejón.

Ella se estremeció. —Él cortó una línea a través de la línea de mi cabello, aquí —señaló, levantando el cabello de su frente—. Y uno a lo largo de mi esternón. Lo suficientemente profundo como para extraer sangre. Pensé que todo había terminado para mí. Me preparé para pelear tan duro como pudiera, pero sabía que no tenía la habilidad ni la fuerza para deshacerme de él. La sangre empezó a gotear en mis ojos y no podía ver nada.

La Misión del BarónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora