22. No puedo más.

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Hannah en sus brazos. Justo a donde ella pertenecía.

Ella no intentó enderezarse; se quedó quieta, en equilibrio contra él, con los brazos alrededor de su cuello. Sus brazos alrededor de su cintura.

—¿Se ha ido sir Darlington? —susurró.

Él asintió, sin confiar en que su voz hiciera mucho más que un extraño croar.

—Te estabas burlando de mí —amonestó, envolviendo sus brazos más fuerte alrededor de su cuello—. Conozco a varias damas que pagarían una pequeña fortuna por verte quitarte la ropa.

Eso lo hizo sonreír. Su mirada era ligera, burlona y sensual.

—Te gustó el show, ¿verdad?

—Fue entretenido, no lo voy a negar —dirigió la mirada a sus labios.

Cuando la tenía en sus brazos no había nada en la tierra, ni lealtad, ni deber que pudiera impedirle tomar cualquier cosa que ella estuviera dispuesta y ansiosa por darle. En este momento todo lo que quería hacer era ahuecar su trasero y levantarla.

Envolver sus largas piernas alrededor de sus caderas y apoyarla contra la pared.

—No tenías que mirar —dijo él—. Podrías haber cerrado los ojos.

—Quería mirar. Fue bastante estimulante.

Ella ajustó sus caderas a las de él, su peso sostenido por su pecho y muslos.

—Hubo una parte de ti que el ayuda de cámara se olvidó de medir —murmuró con la voz más sexy y ronca que jamás había oído—. Lástima que no dejó su cinta o podría estar tentada a remediar su omisión.

—Hannah —gimió—. No digas cosas así. Serás mi perdición.

—Lo que quiero saber es si estos —rozó las yemas de los dedos suavemente sobre la cintura de los calzones—, podrían convencerte... de que se caigan.

¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Decirle que nunca se dejaría llevar por ella? Eso sería una mentira. Él haría lo que ella quisiera si eso significaba que podía seguir abrazándola así.

Sus caderas contra sus caderas.

Sus pechos aplastados contra el suyo propio.

—Estoy a tus órdenes, Hannah —consintió.

—Termina el espectáculo. Saca tu ropa interior —gruñó ella.

Él sonrió. —¿Por qué, me vas a violar?

—Absolutamente —respondió ella, con la sonrisa más devastadoramente provocativa que jamás había visto.

Así como así, sus escrúpulos corrieron lejos, abandonándolo por completo.

Maldito sea el deber. Le honraría ser ahorcado. Lo arriesgaría todo por una probada más de sus labios.

—Entonces pasemos al lado del fuego. Hace mucho frío aquí —sugirió levantándola en brazos, llevándola a través de la habitación, sin apartar los ojos de su rostro.

Si ella dudaba, si una sombra cruzaba sus ojos, estaba completamente preparado para terminar el encuentro antes de que comenzara. Pero esa sonrisa burlona permaneció en sus labios y su mirada era cálida por el deseo.

Había cerrado la puerta después de que sir Darlington se marchara. No serían molestados.

Se arrodilló frente a ella. Le desató las botas y las dejó a un lado. Le desabrochó las ligas y le bajó las medias.

—¿Puedo quitarte el vestido? —preguntó con reverencia.

Ella respondió alcanzando el dobladillo de su vestido y levantándolo sobre sus hombros en un movimiento practicado de contorsión.

La Misión del BarónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora